Soy, la mitad más uno del país / Y más dos, si querés y más tres, / pero me sobra tanto corazón / No importa si un chabón / me llama “bosteril”, /soy del cuadrito lindo de mi amor / que suma la mitad más uno del país. Y así lo decía doña Eladia Blázquez, en su tangazo “La mitad más uno”, para dejar el asunto claro ante los oídos del mundo. Porque hijo de su barrio homónimo, el Club Atlético Boca Juniors no encontraría mejor voz que la del 2×4, sacando lustre al verde césped, para toda la hinchada.
Desde altamar
La Boca, puerto, inmigrantes… La historia dice, una pata más: las cuarta de la mesa en la que Boca Juniors empezó escribir su historia. Y fue aquella la plaza Solís, allí donde el 3 de abril de 1905 unos cinco muchachones de raíz italiana fundaron un club de fútbol al que habrían de llamar como al barrio; aunque con el agregado de “juniors” para que así, con algo de inglés, sonara más prestigioso; pues la mala fama del barrio ayudaba poco y nada. Eso sí, los colores respondieron a una cuestión más azarosa: serían éstos los del primer barco que vieron aparecer en las aguas del Riachuelo. Y el “azul y oro” de la bandera de un buque sueco fueron quienes primerearon el horizonte. Solo que hasta que eso sucedió, Boca Juniors tuvo otros colores sobre su piel. ¿Sabía usted que la primera camiseta fue de color rosa? La segunda, a bastones verticales en color blanco y negro. Mientras que ya para 1907, llegó la tercera, la vencida. ¿Se habrá enterado la tripulación de aquel buque su indeleble huella en la historia de nuestro fútbol?
Obra maestra
Ya con pilcha definitiva, al menos en sus colores, los últimos años del amateurismo fueron para Boca Juniors un desenlace más que feliz, la antesala de un futuro grande, bien grande. Los años 1919, 1920, 1924, 1925, 1926 y 1930 lo vieron alzarse campeón. ¿Flor de puntapié para la era del profesionalismo, verdad? Aquella que llegaría en 1931 y con toda la gloria del mundo por cosechar. Para entonces, y tras varias mudanzas, Boca Juniors llevaba ocho años un terreno situado en Brandsen y Del Crucero, donde alzó las tribunas de madera que precedieron al actual estadio, cuya primera etapa de construcción finalizó en 1940, con victoria inaugural a Newell’s Old Boys de Rosario por 2 a 0. Y fue aquella una verdadera obra de ingeniería, dado el máximo aprovechamiento de hasta el más mínimo espacio en tan reducidas medidas. Así fue como, sobre la calle Del Crucero se ubicaron los palcos verticales; mientras que sobre el lateral opuesto, de espaldas a las antiguas vías férreas, la platea se prolongó sobre por encima de la altura de los vagones. Y he aquí el nacimiento de La Bombonera. Aquella que, en versión romántica, acusa recibir dicho apodo por su similar forma, vista desde las alturas, a una caja de bombones. Sin embargo, los bombones de la bombonera no serían precisamente de chocolate… Ocurre que el personal a cargo de limpiar las calles de Buenos Aires lo hacía entonces con unas alforjas al frente, en cuya boqueta, a la altura de la cintura, depositaban la bosta que juntaban en pala; y a la que precisamente, con algo de glamour de por medio, llamaban “bombonera”. Por extensión, a los hinchas de Boca, enraizados a ese sur compadrito y “maloliente” de la ciudad, se los llamó bosteros. Pero a mucha honra…
La fortaleza
El caso fue que en las décadas del ’40, ’50 y ’60 Boca Juniors vio florearse en su campo a figuras inolvidables. Tanto así, que a ellos más de un tanguero dedicó sus buenos versos. Uno de ellos fue “el atómico” Mario Boyé, puntero derechos que a potente cabezazo y fuertísimo remate explotaba en cancha domingo a domingo, precisamente en los trágicos tiempos en que se sucedieron las explosiones de Hiroshima y Nagasaki. Más atrás en el campo, un jovencísimo Antonio Rattín se adueñaría del puesto de “5” durante una década, con apenas 19 años. Ah, una perlita más: en aquel debut fue victoria bostera nada menos que frente a River. ¿Otro nombre de colección? Silvio Marzolini, lateral de lujo, distinguido hasta incluso a la hora de “barrer” en campo ralo. Era aquel un Boca cuya formación salía, de atrás para el medio, ya como cantito, domingo a domingo: Roma; Silvero y Marzolini; Simeone, Rattin y Orlando. ¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos?
Un sueño llamado Diego
Sin embargo, dos décadas más habrían de faltar para que la azul y oro la vistiera el mejor de todos. Para que Boca Juniors cumpliera el sueño del pibe. No el de Maradona, sino el propio; el de portar el orgullo de haber sido el club de sus amores. Sin embargo, para Diego el sueño era todo suyo. Ya lo decían González y Szwarcman, en su tango “Pompeya para Diego era París”: Cuando dejaba una frontera de neblinas/ detrás de un cielo y un riachuelo de humo gris, / la primera vez que cruzaba Puente Alsina… Pompeya para Diego era París (…) Después vino el insulto, la elegía, /la cruz donde mostró su cicatriz, / la gloria del suburbio, la osadía / y el gesto de su hora más feliz. / Pero antes, vio un país desconocido, / el sur, el que está del olvido, siempre gris. / Acaso es duro ser un elegido / Y ver el arrabal como París. Fue 4 a 1 a Talleres de Córdoba en aquel debut, el 22 de febrero de 1981, sellando así un amor tan inmortal como el propio “pelusa”.
Y aunque ya sin Maradona, Boca fue mucho más que París, pues la historia grande seguiría siendo escrita. Tanto así que, amén del revés con el Bayern Munich en el 2001, en aquellos tiempos del Virrey Boca Juniors sí que supo conquistar el mundo, coronándose campeón intercontinental frente al Real Madrid (2000) y al Milan (2003), repitiendo así aquella primera hazaña de 1977 frente al Borussia. Definitivamente, ¿cree usted que se habrá enterado la tripulación de aquel buque sueco su indeleble huella en la historia de nuestro fútbol? Dicen que los sueños más sueños más grandes siempre empiezan desde los más pequeños. Y Boca Juniors vaya si sabe de ello.