Boletos capicúas, un revés de buena suerte

FOTOTECA

Cual especie en extinción, los boletos capicúas son mucho más que buena suerte. Coleccionismo a pura nostalgia.

¿Monedas o billetes? Daba igual. ¿Tarjeta magnética? ¡Ni hablar! Aquella sonaba casi a creación futurista en los viejos tiempos que aquí evocamos. Esos en los que nuestro amigo colectivero aún se las ingeniaba para desempeñar un rol multifunción: recibir el pago de los pasajeros, entregar correctamente el vuelto -caso uno no anduviera con cambio- y entregar el pequeño comprobante de viaje (además de conducir, claro está). Y he aquí “el” momento de todo quien, alguna vez, se haya subido a un colectivo.

Boletos capicúas, divinos tesoros

Para los viajeros despreocupados y poco apegados al coleccionismo, el boleto iría a parar a algún bolsillito recóndito; ese que siempre nos complicaba la existencia cuando el guarda subía a controlar el pasaje. Para los más curiosos y detallistas, aquel diminuto papelito se convertiría en objeto de observación: colores, diseño, letra utilizada para aludir a la compañía y… ¿algo más? Claro que sí: ¡el número señores! Esas cinco cifras que supersticiosos y escépticos espiaban, más no fuera, con disimulo. Se trataba de un par de segundos a pura ansia e infantil tensión. Pero cuando el boleto caía en manos de su pasajero, la mirada husmeaba su garabateado motivo en busca de aquello que propiciara el instante de felicidad. Ese que experimentaba públicamente uno de cada 100 viajantes: “¡es capicúa!”

Al que le toca, le toca

Ahora bien… ¿qué entendemos por el término capicúa? Se trata de cualquier número capaz de ser leído en forma simétrica. Es decir, de igual modo de adelante para atrás y viceversa. ¡Vaya si será posible encontrar cifras capicúas en el día a día! Sin embargo, en Argentina, la palabra capicúa se asocia directamente con los boletos de colectivo. Esos que hasta mediados de los años 90 se imprimían en series de 100.000, con una numeración que iba del 00000 al 99999. ¿Cuántos capicúas había, entonces, por cada serie? Apenas 1000. Sí, aunque el número resultara abultado, la cifra se volvía poco significante si caemos en la ya mencionada proporción de un boleto capicúa cada 100 emitidos. Y en la suerte de quien se viera congraciado con tal particular boleto fue creciendo el mito: ¡el boleto capicúa trae suerte! ¿Qué tanta suerte? Para cabuleros, y aficionados a la timba, evidentemente mucha. Tanto así que, cual señal del destino, nunca faltaba alguno que jugara las dos últimas cifras en la quiniela del día.

Bajo la lupa

Claro que de la euforia al fervor hay un paso muy estrecho. Ese que dieron los más fervientes coleccionistas. Reunir boletos capicúas era la misión; aunque nadie puede ser tan suertudo como para formar una colección de boletos propios. ¿O sí? Lo cierto es que el coleccionismo se volvió asunto serio. ¡Si hasta se ideó una clasificación de capicúas! Así encontramos a los reversibles; aquellos que constituyen un número diferente de sólo mirarlos cabeza abajo (tal es el caso del 90809 y su inverso 60806). Mientras que también existen, entro otros, los reversibles netos; capicúas que, aún mirándolos al revés, forman el mismo número (como el 808). ¡Qué mareo! Y eso que apenas revelamos dos categorías de las más de 100 existentes. Sí, sí. Trabajo duro y parejo de estos aficionados que, además de poner el ojo en los números, no pasan por alto la estética de sus preciadas piezas colección. Esas que son protagonistas de intercambios y hasta de compra-venta.

Es que, para comodidad de los viajantes y conductores, la tecnología ha acabado con las boleteras manuales y sus coloridas criaturas. Mientras que para los más nostálgicos buscadores de capicúas, no queda más que cuidar e intercambiar los propios. Augurios de papel que, más o menos desteñidos, más o menos arrugados, siguen siendo pura devoción.

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