Fundado en 1858, el Tortoni hace pie en la Avenida de Mayo esbozando su inigualable condición: la de ser el café más antiguo de Buenos Aires aún en funcionamiento. Aunque, deberá creer, ello es sólo un detalle para esta reliquia porteña. Es que el Tortoni fue paraíso de artistas, periodistas y hasta parlamentarios. ¡Si lo sabrán sus todavía intactas mesas de mármol y roble! Desde Alfonsina Storni hasta Jorge Luis Borges, pasando por Carlos Gardel y Federico García Lorca. Pavada de concurrencia tuvo este mítico café, aquella que se ha encargado de moldear su identidad a lo largo de la historia. Ya lo decía el francés Celestino Curutchet, adquiridor del recinto a fines del siglo XIX: los artistas gastaban poco pero daban “lustre” y fama a los cafés. ¿Cómo resistirse entonces al pedido de la Agrupación de Gente de Artes y Letras, liderada por el mismísimo Quinquela Martín? La bodega del subsuelo sería, desde 1926, el sitio concedido para dar rienda suelta a la pintura, la música, la poesía e interminables charlas. Sin más preámbulos, bienvenidos a La Peña.
Escalera abajo
La chance de crear un espacio capaz de fomentar las artes y letras comenzó a dar vueltas en la cabeza de Quinquela tras su paso por Francia. ¿Qué mejor idea que reproducir aquellos encuentros de buena conversación e intercambio artístico en suelo porteño? El café La Cosechera (en Perú y Avenida de Mayo) fue el primer escenario, aquel que sería reemplazado por las mesas del Tortoni y, posteriormente, por el mencionado subsuelo. Aquel que se convertiría en el nocturno refugio de poetas, artistas plásticos, músicos y escritores. Como panchos por su casa, subían y bajaban portadores de renombrada identidad e ilustres desconocidos, hacedores de éxitos y fracasados, veteranos y principiantes. Los aunaba el vago semblante de quien deambula por el mundo sin anclar en ninguna parte, sin pertenecer a ningún sitio más que a aquella nube de bohemia urbana. Humo, idealismo, esperanza y desilusión. Todo ello junto se respiraba allí. Y fueron muchos quienes, por una bocanada de aquel aire, hicieron fila en la descendente escalera cual alfombra roja.
Hay equipo
Con Benito Quinquela Martín a la cabeza, el elenco estelar que protagonizaba aquellas inolvidables veladas subterráneas supo reunir a gente de la poesía como Alfonsina Storni y García Lorca; reconocidos pianistas de la talla de Rubinstein, Brailowsky, Ricardo Viñes y Ruiz Díaz; afamados directores de orquesta tales como Arsermet y Toscanini; y hasta el célebre dramaturgo italiano Luigi Pirandello. Quien, días después de debutar con su compañía en el teatro Odeón, allá por 1927, deleitó sus oídos con una memorable actuación del Morocho del Abasto en aquel ya mítico subsuelo. ¡Cómo no habría de aparecer Carlos Gardel en la historia del inmortal Tortoni! Y si del 2X4 hablamos, Juan de Dios Filiberto sí que se ha cansado de deambular por las profundidades del café. Fue allí donde, en 1932, debutó con su Orquesta Porteña, interpretando nada menos que su tango Malevaje. Todo un punto de partida para lo que sería la Orquesta Popular Municipal (también dirigida por Filiberto), devenida en la actual Orquesta de Música Juan de Dios Filiberto. Porque los grandes logros se gestan “desde abajo”. ¡Vaya si así lo había entendido el entonces presidente Marcelo Torcuato de Alvear! Otro a quien la estrecha escalerita que conducía al sótano no lo intimidaba ni un poco.
Interminable
Música, poesía recitada, debates, grandes voces, enormes pensamientos. La peña inundó el subsuelo del Tortoni con todo aquello durante 17 años. Los diferentes destinos que sus protagonistas hicieron que la agrupación cerrara en 1943, aunque aún laten sus vestigios…y en la planta baja. Más precisamente, en el salón principal de este legendario café, ese que nos empapa de historia con el sólo abrir sus puertas: fotografías de la resonante inauguración (fue acaso el primer café en colocar mesas en las calles… ¡flor de novedad para aquel entonces!), objetos de todos los tiempos, pinturas, esculturas y bustos de sus emblemáticos personajes lo convierten una especie de museo viviente. Todo en medio de enmaderadas paredes, trabajadas arañas y mobiliario de época. Es que la mística del Tortoni reside justamente en hacer que el tiempo parezca detenido allí. En ese espacio donde los mozos, aún vestidos con impecable camisa blanca y moño negro, se tientan con atender la singular mesa del fondo. Aquella que fue reservada para una clientela de lujo: Carlos Gardel, Jorge Luis Borges y Alfonsina Storni. Con sus caricaturescas figuras, los tres permanecen allí, custodiando una historia que yace insomne en la memoria porteña. Tan falta de sueño como aquellas nocturnas veladas acontecidas suelo abajo. El último, que apague la luz.