Fue el jujeño Jorge Cafrune, además de cantante, un difusor activo de la cultura nativa argentina. Emprendedor y dueño de un gran don musical, pudo imponer su estilo y ganar así la fama que hoy hace que se recuerde como el más honesto y apasionado guitarrista.
Como el ave solitaria…
Nacido en 1937 en el seno de una familia sirio libanesa, a Cafrune lo apodaban “El Turco”, igual que a su padre, un popular gaucho que cantaba folclore. El momento en que decide, en 1960, iniciar su recorrido solista, será el momento en que inicie su camino al éxito. Con el aval de haber sido “descubierto” por el famoso músico y compositor Ariel Ramírez, encara sus presentaciones con solidez y perseverancia. En 1962, durante su presentación en el legendario escenario del festival folclórico de Cosquín, recibe una gran ovación y el galardón de “Revelación”. Unos años más tarde, en 1967, con su alma bien arraigada a las tradiciones, cabalga a lo largo y ancho del país con un forjado estilo gaucho. Su objetivo era cargarse de vivencias, tradiciones y cultura, mientras que “robaba” parte de la historia a través del ejercicio de la fotografía. Sin dudarlo, fue una experiencia singular que lo colmó de conocimientos al tiempo que lo vació económicamente.
…Con el cantar se consuela
Tras una exitosa estadía en España que lo aleja varios años, Cafrune regresa a Argentina en 1977, en plena dictadura militar. Rebelde como buen gaucho, no acusa recibo de la censura y nuevamente en Cosquín, canta al pedido del público una canción problemática por la letra que expresaba la necesidad del cambio: “Zamba de mi esperanza”. En ese momento, declara: “aunque no está en el repertorio autorizado, si mi pueblo me la pide, la voy a cantar”. Fue considerado un desacatado por esta audacia y según contaría su hija Yamila años después, tras ese evento los comandantes de la dictadura deciden eliminarlo. La muerte lo sorprende el 1 de febrero de 1978 en un choque vial y aunque todo indica que se trató de un accidente, aún quedan sospechas sobre las circunstancias del hecho.
La patria somos todos
Jorge Cafrune llevaba la historia de su patria y de la revolución sellada a fuego en prolífica familia. Tal es así que el nombre de sus hijos daba cuenta de una fuerte ideología y compromiso políticos. Su hija mayor Yamila recibe su nombre en honor a la famosa heroína de las revolucionarias argelinas contra la colonización francesa; lo mismo ocurre con su segunda hija, Eva, a quien se le da el nombre de la dirigente peronista y esposa del presidente Juan Domingo Perón, Eva Duarte. Por su parte, la hija menor, Encarnación, hereda el nombre de Encarnación Ezcurra, esposa del caudillo argentino Juan Manuel de Rosas. Por último, su hijo único hijo varón, Facundo, recuerda con su nombre al recio caudillo Facundo Quiroga.
En cierta ocasión, el célebre payador Atahualpa Yupanqui declaró en una entrevista en Cosquín: “el paisano argentino atesora en su corazón una cosa, a veces lejana y otras veces medio cerca, que es la esperanza”. Quizás ese sea el motivo por el cual le temían a Cafrune, este vocero del pueblo que sabía interpretarlo a la perfección. Y quizás también por eso, Cafrune fue, es y será uno de esos artistas a los que siempre se vuelve cuando lo que se busca es esperanza.