El que sabe, sabe, como dicen. Y en materia de paisajismo, Carlos Thays sabía largo y tendido. Eso sí, modestia aparte, el don no fue ningún oportunista. Pichón del afamado paisajista francés Édouard André, Thays tenía sobrados pergaminos como para convertirse en quien finalmente fue. Solo que no lo haría chapa mediante… El más célebre director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires concurso quería. Y concurso tuvo…
Por derecha
Nacido en París el 20 de agosto de 1849, y tras unos buenos años de trabajo en el estudio del mentado compatriota, Carlos Thays tuvo su oportunidad de este lado del océano. Convocado en 1889 para el diseño de un parque en la ciudad de Córdoba, no tardó en estar bajo la lupa de los mandamases porteños. Así fue como, terminada su misión y en plan de regreso a su tierra natal, Thays fue tentado por el intendente Francisco P. Bollini para ocupar el puesto de director de Parques y Paseos. ¡Quién mejor que él para enverdecer a la París de Sudamérica! Sin embargo, don Carlos no presumió no un poco, y, reacio a los atajos, aceptó la propuesta con una única condición: ganarse el puesto por derecha, y por derecho. Claro que no habría concursante capaz de hacerle sombra… Por lo que el gran Thays, cómoda victoria mediante, finalmente se alzó con el cargo en 1891.
En marcha
Buenos Aires tenía entonces la suntuosidad de las grandes metrópolis europeas, una arquitectura a la altura de sus aspiraciones y una deuda pendiente en cuanto a espacios verdes. Cierto es que el parque Tres de Febrero ya era un hecho, pero aún restaba mucho por hacer. Sí, todo cuanto recayó en el buen genio de Thays. Su plan consistió en convertir los de Palermo en una suerte de Bois de Bolugne local, y lo cierto es que al hombre no le fue nada mal… No sólo amplió y remodeló el mencionado parque (primer espacio verde concebido para la elite porteña ¡No cualquiera lograba atravesar sus portones!); sino que dotó a la ciudad de un sistema de pequeñas plazas barriales y algunos otros grandes parques. Cada uno de los cuales, además de convertirse en espacios de esparcimiento y puntos de reunión, debían oficiar de pulmones, cosa de oxigenar los aires de una Buenos Aires en constante crecimiento. Sin embargo, lo de Thays no se detendría allí. ¡No habría calle sin árbol ni árbol sin flor mientras él estuviera aquí! Pues, en su más ambicioso deseo, la antigua Reina del Plata debía convertirse en un gran jardín, y al estilo moderno.
Flores son amores
¿Misión imposible para una ciudad con estaciones tan marcadas? No para el bueno de Carlos Thays, quien procuró aclimatar diferentes especies en pos de asegurarse un florecimiento constante durante todo el año. ¿Qué tal? De modo que Jacarandás, tipas, lapachos, ceibos y palos borrachos coparon una ciudad deseosa de verde. ¡Se plantaron nada menos que unos 150 mil ejemplares! Y pimpollos nunca faltaron… Aunque tampoco en la vida de Thays. Es que, al igual que sus exitosas especies, este genio del paisajismo halló en Buenos Aires tierra fértil para el amor. Tras enamorarse de una muchachita de dieciséis años, con la que finalmente contrajo matrimonio, Thays echó raíces definitivas en Buenos Aires. ¿Y a qué no sabe dónde se asentó? En el Jardín Botánico que él mismo había proyectado, una de sus máximos legados en la ciudad.
Trabaja y legarás
Además de un deleite para paseantes el Jardín Botánico es, sin dudas, uno de los mayores exponentes del minucioso trabajo realizado por Carlos Thays; pues su superficie toda es un reflejo de las investigaciones que éste realizó sobre las características forestales de nuestro país. Allí no sólo reunió flora de las diferentes provincias argentinas, en convivencia con ejemplares de otras regiones del mundo; sino que, además, el trabajo que dicha tarea conllevó incitó a Thays a formular propuestas para la creación de parques nacionales. ¿Vio qué completo lo suyo?
Porque de mirar a ojos abiertos y entender que siempre hay mucho más para aprender fue el asunto para Thays, bien vale honrar su obra de igual modo. Ahora ya lo sabe. Cuando los jacarandás lo sorprendan con su lluvia de pétalos liláceos, o cuando el otoño le regale la más rica variedad de ocres desde sus disímiles hojas, no sólo comprenderá por qué; sino también por quién. La respuesta tiene acento francés…