Casa de los Lirios, la moderna con causa

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Digna hija del modernismo pregonado por el catalán Antonio Gaudí, la Casa de los Lirios es orgullo porteño. A pura curva pero sin vueltas.

Que el Art Nouveau fue la extraña dama de principios de siglo XX ya se lo hemos contado. Y que, como tal, ha tenido su buena resistencia, también. Claro que siempre hay un rebelde con causa, y, en este, no pudo haber hallado mejor ejemplar que el erigido en la avenida Rivadavia al 2031. Con ustedes, la Casa de los Lirios; o el mojón “gaudiano” que no podía faltarle a Buenos Aires.

 

Pateando el tablero

Extravagancia pura. Por no significar, a decir del más acomodado sector de la sociedad porteña, un despropósito con desafortunadas reminiscencias barrocas. ¡Nada como la sobriedad de la arquitectura clásica! ¿Y qué hubo entonces de las volutas, las figuras orgánicas, las esculturas humanas y demás recargados etcéteras? La obra del gran Antonio Gaudí, allá por los pagos catalanes, habría pasado desapercibida para algunos; más no para todos. Solo que, desde que el mundo es mundo, el cliente decide. Y si clasicismo querían, clasicismo tenían. ¿Acaso nadie estaba dispuesto a sacudir el tablero? Mario Palanti y su fenomenal Barolo vaya si lo han hecho. Pero no serían los únicos

 

Modernismo presente

El ingeniero Eduardo Rodríguez Ortega, aunque con menos pompa que Palanti, fue uno de los que tiró la primera piedra. Sí, señores, la mecha del modernismo gaudiano debía encenderse, cómo no, haciendo honra a una de las más sensacionales obras del maestro catalán: la famosa Casa Batlló. ¿Y si le contamos que la versión transcontinental habita suelo porteño? Con las obvias diferencias del caso, la Casa de los Lirios supo ser, concebida entre 1903 y 1905, la criatura modernista de la que bien podía haberse ufanado Gaudí. Libre de salpicaduras academicistas, lo suyo es transgresión al cien.

 

En clave curva

Constituida por tres plantas altas (la plata baja está destinada a locales comerciales), no es otra que la del medio aquella que más tridimensionalidad le otorga al asunto. Casi como queriendo escapar de la línea de la fachada, la segunda planta se presenta un plano más avanzado, acentuando así la ondulación del edificio; aspecto del que participan tanto muros como barandas y enrejados. Los detalles ornamentales presentes en cada uno de ellos son quienes acompañan la plasticidad esbozada por la, no en vano, llamada Casa de los Lirios. Vea usted: si la naturaleza ha obsesionado a Gaudí a la hora de concebir sus edilicias obras, Rodríguez Ortega no encontró mejor homenaje que el proporcionado por hojas de lirios, las cuales se entrelazan en cada reja, junto a flores de lis que parecen trepar por toda la fachada.

 

¡Vaya silueta de la doña! Toatl esbeltez a la que semejante enjambre verde –en el más alegórico de los sentidos– da vida a pura redondez, desfachatez y pretensión. Sí, sí. La ensiluetada Casa de los Lirios parece enaltecerse, elevarse al cielo, crecer en altura y hasta rozar las nubes. Así, pues, no podía ser más que Eolo, dios griego del viento, quien corona la fachada desde la terraza con sus, cómo no, ondulantes cabellos a merced de la brisa porteña. Puro encantamiento que, por cierto, obliga al sacudón. ¿Passeig de Gràcia? No, avenida Rivadavia. Y a mucha honra.

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