Casa Masllorens, ¡hija `e Tigre!

FOTOTECA

Construida por uno de los colaboradores del catalán Antonio Gaudí, la casa Masllorens es modernismo del puro a orillas del río Luján.

Si acaso fuera posible tender un puente entre las verdes orillas del delta argentino y la cosmopolita Barcelona, ése lo traza la casa Masllorens. ¿Qué si su nombre ya lo dice todo? Algo, pues larga es su historia, amplio su terreno (nada menos que 4725 hectáreas) y modernista a rabiar su arquitectura. A solo 15 minutos del puerto de Tigre, éste fantástico mojón gaudiano dice presente con su magnífico vitral redondo, sus dos pares de columnas ladeándolo y una fuente que, junto a una estatua de un perro, anteceden al umbral. ¿Gusta de ingresar con nosotr@s?

Con acento catalán

¿Es la casa Masllorens una perla ya no en el fondo del océano, sino a la vera del río? A juzgar la rareza de su presencia, bien podría caberle dicha definición. Si es que en el “afrancesado” delta del Tigre, tal muestra de modernismo catalán es poco menos que un bicho raro, pero hermoso en su exotismo en dicho medio. Claro que todo tiene su razón de ser, y es que el propietario de la casa en cuestión no fue otro que Pablo Masllorens i Pallerols, el hijo menos de una nutrida familia dedicada a la actividad textil, asentada en el municipio catalán de Olot desde los inicios de 1700. Por lo que habiendo migrado a este lado del charco, ya en los albores del siglo XX, Pau no hizo más que poner manos a lo que linaje mandaba, e instaló una fábrica de tejidos en los bonaerenses pagos de Avellaneda. Bautizada “La Gloria”, se especializaba en prendas para niñas y señoras, y con buena reputación y abultadas ventas. De modo que Pau aprovechó el buen pasar de su empresa para construir una casona en el delta de Tigre, pero que le recordara a su querida Catalunya. Y es que la tierra tira, como dicen… Por lo que la obra fue encargada a un compatriota, sí, más no a cualquiera: el elegido fue Josep Llimona i Burgera, uno de los más reconocidos escultores del modernismo catalán y colaborador de Antoni Gaudí en algunas de sus obras emblemáticas, como el Parc Güell y la Casa Batlló. Sí, resulta que el bueno de Antoni era amigo de los Masllorens (¡si hasta visitó la casa en 1927!), por lo que todo quedó entre conocidos vio…

 Todos los chiches

Hemos dicho, la casa se levantó en un predio de poco menos de cinco mil hectáreas, y se lo denominó “La Paquita”, en honor a Francisca Llopis, esposa de, a estas alturas, más que Pau, don Pablo. Y lo cierto es que el diminutivo era pura muestra de cariño, pues de pequeñeces no iba el asunto. Vea usted, la casa contó, y aún hoy, con siete ambientes, seis dormitorios y dos baños. Orientación norte, cosa de que la luz natural nunca falte bajo puertas adentro, en un total de 300 metros cuadrados cubiertos; aunque con más de 150 metros de costa sobre el Río Luján y otros 350 sobre el arroyo Caraguatá Chico. Pero allí no termina la historia, porque el conjunto tiene también con esculturas en mármol de Carrara, una laguna artificial y hasta una capilla románica a cien metros de la costa, a la que se accedía por un camino flanqueado por rosales. Destinada a la oración pero también a ceremonias tales como bautismos o casamientos, su joya era el altar: de madera tallada y traído de Catalunya, era original del siglo XVIII y estaba dedicado a Sant Andreu de Socarrats. Actualmente en el Museo del Pasado Cuyano, en Mendoza, por donación de uno de los Masllorens, supo enamorar a cada visitante. ¿Y qué hay del parque? Robles y hortensias doquier para seguir cautivando miradas, y hasta una mesa con azulejos hechos de forma artesanal en los que se representan los episodios del Quijote escrito por Miguel de Cervantes. Un episodio por azulejo. Nunca tan bien dicho, literatura sobre la mesa.

Salvavidas

El caso fue que el exitoso Pau Masllorens falleció en 1942, dejando tras de sí no solo un fuerte legado empresarial sino su reliquia modernista en pleno delta de Tigre. Solo que con la muerte de Paquita, veintidós años después, la familia decide finalmente vender la isla, en tanto mantener los costos que ésta implicaba era una tarea cada vez más cuesta arriba. Comienza entonces un pasamos que incluye hasta el Sindicato de la Industria Química, sí, por más extraño e inadecuado que le suene para tal joya arquitectónica. Pero en el destino de la casa Masllorens también habría de aparecer María Mercedes López, quien se hizo de ella en 1990. Lo suyo fue amor a primera vista tras pasar por su frente en oportunidad de un almuerzo en la zona. Tanto así que, de regreso de la comida, se bajó de la lancha, la recorrió y se ofreció a comprarla. Se deshizo de todo cuanto tenía en la bonaerense localidad de Temperley, donde vivía hasta entonces, e hizo de la casa y la isla “El Paraíso de María”, donde hasta el año 2000, donde centenas de personas pasaban un rato en dicho edén cada fin de semana. Fue entonces que perdió la casa en manos del sindicato al que la había comprado por un incordio de papeles hasta que, tras la muerte de su padre, como testamento mandaba, volvió a comprarla en 2005. Recuperada por ella misma y con algunas dolencias producto de tal tarea es que María ya no puede permanecer allí, por lo que ha decidido venderla. Aunque con una ilusión intacta: que vuelva a los Masllorens.

 

¿Será entonces que más que la familia a la casa, puede la casa volver a su familia? Casi como en un guiño al acto de amor a su tierra por el que don Pau la ha proyectado, la casa Masllorens pide por sus herederos, por la tierra en cuyo nombre se la ha concebido.