De mano en mano y de corazón a corazón. Así se entrega el tan preciado mate. Ese que encierra en su palabra todo aquello que lo compone: recipiente e infusión propiamente dicha. Pero en el desglose de su rica historia es posible develar muchos detalles más.
De antaño
La palabra “Mate” se usó para nombrar a la calabacita natural en donde se coloca la yerba. También llamada planta de matera. Desde el luego, el término se vulgarizó y -por extensión- llamamos así a cualquier recipiente que reemplace al natural. Pero regresemos la atención a nuestra protagonista: la calabaza. Fiel compañera del termo y la bombilla, la calabaza acompaña al hombre desde las primeras culturas. Se la considera nativa de África, aunque crece espontáneamente en muchos sitios. Así, su presencia prehistórica en América puede explicarse por una dispersión muy antigua… ¡aún antes de que África y América del Sur se separaran! Luego, el hombre se encargaría de multiplicarla.
Una cuestión etimológica
“Fruto de la Calabacera Lagenaria Siceraria”: el nombre científico de esta especie vegetal se inspira en la forma particular de sus frutos y en el uso de “botella” que le dieron los indígenas; en tanto la utilizaban para transportar agua. De hecho, “lagena” significa botella en latín.
En idioma quechua, se la llamaría vulgarmente “mati”, que significa recipiente para beber. De allí que se haya derivado finalmente en la palabra “mate”. Los incas, por su parte, la designaban con el nombre de “puru”. Mientras que los guaraníes la llamaban “caiguá”: lo que significa “recipiente para el agua de la yerba” (“caa”: yerba, “i”: agua y “gua”: recipiente).
Quitando los males
La diversidad de nombres no sólo se amplía ante la variedad de culturas; sino por el tamaño. Así, las calabazas de mayor dimensión fueron llamadas “yerua” en guaraní y “porongo” en quechua. Denominaciones aún presentes en nuestros días. Lo cierto es que, más allá de las formas, los recipientes de calabaza ahuecada -entre otros- deben adaptarse a la infusión. ¿Cómo? A través de la famosa “curación”. Es decir, haciendo desaparecer del mate el “mal” que posee. ¿En qué consiste? Se trata de retirar hollejos o fibras vegetales presentes en el interior de la calabaza, y evitar así su sabor amargo.
Ahora bien, tras lo dicho no queda más que tomar nuestra calabaza y disfrutar de unos buenos… ¿mates? Sí, habiendo llamado a “las cosas por su nombre”, retornemos a esta vieja y querida generalidad cultural.