Chantecler se dice cabaret

FOTOTECA

Porque en la Buenos Aires parisina no podía faltar un Chantecler, he aquí la historia de un noctámbulo de lujo. El último que apague la luz.

Amplias avenidas, arquitectura clásica y palaciega, jardines y paseos para los cajetillas de turno durante el día… y juerga de nivel durante la noche. ¡A tu juego te llamaban, viejo e inolvidable Chantecler! Pues en la parisina Buenos Aires del 1900, no podía menos que ser lo que fue. Entre la transitada Lavalle y la insomne Corrientes, la calle Paraná al 440 fue testigo de su insolente presencia. Porque Chantecler se dice cabaret, sin pares que le hicieran sombra; y sin pudorosos visitantes que desestimaran su lujuriosa y noctámbula euforia. Tibios y solemnes, afuera.

 

A toda orquesta

Abrió sus puertas allá por el 1924, pero el ya desaparecido Chantecler tuvo su apogeo entre los años ’30 y ’40.  Década en la presenció la más ecléctica de las romerías por su escenario: acróbatas, magos y demás artistas circenses componían un varieté de primera; lujito a pedir de boca de los anfitriones, distribuidos en las mesas de la suntuosa y en los distinguidos palcos, de impronta similar a los existentes en los teatros de la época. ¿Gusta de una copa? ¡La barra del bar está a su entera disposición! Aunque si prefiere evitar algún encuentro inoportuno –ese indeseado efecto colateral de la trampa y el pecado–, bastará un llamadito telefónico para que un discreto camarero le acerque su pedido. Y si ni las narices prefiere asomar, el rojo cortinado de pana que escolta cada palco lo sumirá en la más absoluta privacidad. Eso sí, ¡no se vaya a perder el más solicitado de los espectáculos! La orquesta del maestro Juan D’ Arienzo, que siempre invita a dar un paso de 2×4. Porque si hay tango, que sea bailado. El “rey del compás” no podía incitar a menos…

 

Después de usted…

A propósito del apodo de D’Arienzo… ¿Sabe usted de dónde salió? Pues del genio del inigualable portero del Chantecler. ¡Cómo olvidar al “príncipe cubano”! Siempre presente en la entrada del edificio, allí donde una dársena invitaba a los automóviles a dejar a los concurrentes exactamente frente al portal, el morenito Ángel Sánchez Carreño se ganó el cariño de unos cuantos. Tanto así, que pasó de anfitrión a presentador de orquesta del Chantecler; de allí la atribución tomada para con don Juan. Eso sí, de cubano no tenía más que una filiación asignada por el imaginario popular: el morocho era oriundo del Gran Buenos Aires, aunque, fiel a su público y sus supuestos, no decepcionaba en lo más mínimo a la hora de entonar boleros. ¿Qué tal?

 

Con acento francés

No me diga nada… ¿Acaso se está preguntando quien estaba detrás de tamaña joya de la noche porteña? Aunque no precisamente a través mansardas y demás elementos arquitectónicos, Francia dijo presente. ¿Y si le digo que el Chantecler pertenecía a un inmigrante de la isla de Córcega? Nada menos que don Garesio, quien heredó a esta  gallina ponedora de huevos de oro de manos de un coterráneo: Charles Seguin, también dueño del mítico Tabarís y algunos otros reductos de la noche. Como verá, ningún improvisado en el asunto… El hecho fue que Garesio, arribado al país con un grupo de trapecistas corsos, comenzó a colaborar en los negocios de don Seguin, llegando a ganar su absoluta confianza. ¡Y vaya pegada la suya! Pues como el mandamás no tenía herederos, Garesio acabó por regentear el Chantecler. Claro que no lo hizo solo, pues detrás de este gran hombre de la noche, hubo una Jeannete.

Por una pollera

Más conocida como Madame Ritana, Jeannete también dejó su huella en la rica historia del Chantecler. Dicen que dicen, su cautivadora belleza pintaba la luna en los ojos de los hombres; aunque casi casi acaba por enceguecer a uno de ellos. ¡Menos mal que lo suyo era esa voz de zorzal! Así como lo oye… Carlitos Gardel fue uno de los tantos amores de Madame Ritana, aunque la cosa no iba a terminar del todo bien, pues su affaire llegó a oídos don Garesio. Por lo que el morocho del Abasto habría de pasar un cumpleaños número 25 más que especial. Aquel 11 de diciembre de 1915, una emboscada lo aguardó a la salida del Palais de Galce, obra y gracia de un marido despechado. ¿Imagina? En medio de una trifulca, Gardel acabó recibiendo un balazo en uno de sus pulmones. ¡Menudo precio el de sus clandestinos encuentros con doña Ritana!

 

¿Historia poco conocida? Lo cierto es que Carlitos se salvó de milagro; aunque igual suerte no corrió el Chantecler. Demolido en 1960, su final marcó el de una época; aquella que encendió la nostalgia. Ya lo decía la pluma de Enrique Cadícamo en su adiós Chantecler: “Ya no queda nada y aquello no existe, / no tus bailarines ni tu varieté. / Te veo muy triste pasar silencioso, / Príncipe cubano, frente al Chantecler”.