Que al primer tacto parece un mero tomate perita, pero que en la primera paladeada su acidez nos dice que no. ¿Y su sabor? Tampoco. Pues hay para quienes ofrece cierto dejo a maracuyá… ¿Acaso hablamos de una extraña fruta extranjera? Nada de eso, pues el chilto puede ser un verdadero bicho raro en el submundo porteño; más no así en las Yungas norteñas, esa selva de montaña donde los técnicos del INTA trabajan en la domesticación de esta desconocida especie nativa. Y aquí se la presentamos.
Ningún improvisado
Chilto o tomate de árbol, lo mismo da su denominación. Y he aquí una de las primeras particularidades de un cultivo originario de los Andes orientales: Perú, sur de Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile y el nacional terreno que nos ocupa. Presente en estado semisilvestre, el chilto asoma en las Yungas tucumanas, salteñas y jujeñas. Su color, ese que va del anaranjado al rojizo, no pasa desapercibido. Su forma ovoide, tampoco. Claro que no todo pasa por el afuera, y vaya si de eso sabe el chilto, una verdadera bomba nutricional: fuente de vitaminas y carotenos, es además rico en fibras y bajo en contenido de azúcares. El que sabe, sabe. Como dicen por ahí. Y los pobladores originarios parece que la sabían lunga, dado que el chilto era parte de su dieta alimentaria; siendo la domesticación y el el cultivo por éstos promovido la razón por la que aún es posible hallar plantas de chilto en algunos huertos y jardines.
Multifacético
Claro que a la hora de los bifes, o de los tomates, el chilto tiene lo suyo. Contemplado por el Código Alimentario Argentino como “fruto fresco”, el chilto se consume de igual manera igual que el tomate común. Eso sí, más vale retirarle la piel, pues su amargura no será nada amable al paladar… Lo dicho de su acidez. Sí, el chilto no es ningún híbrido; sino que despabila sentidos con un sabor potente. Aún así, no pierde versatilidad: derivados tales como mermeladas, escabeches, chutneys, jugos y hasta licores están dentro de su amplio espectro de sub-productos. Incluso, su procesamiento no altera en absoluto sus bondades. Propiedades funcionales y nutricionales siguen siendo de la partida, ya que los fitoquímicos del chilto permanecen activos activos. ¿Qué tal?
De diez
Veamos, el bueno del chilto puede ayudar a prevenir el envejecimiento, ya que es antioxidante. También tiene efectos antiinflamatorios, además de contrarrestar la diabetes y la obesidad (no solo es bajo en grasas y carbohidratos, sino que actúa en la inhibición de enzimas incidentes en el síndrome metabólico). ¿Algo más? A sus bondades ya dichas, un alto contenido en hierro y potasio, en contraposición a un bajo índice de sodio, se suma a para nada despreciables niveles de calcio y fósforo; así como de cobre y manganeso, entre otros oligoelementos de importancia para una buena salud. Lo que se dice, una joyita.
¿Será cuestión de sacarle buen lustre, nomás? El plan que incorpora el chilto al engranaje agrícola-económico de la región ya está en marcha. Y un contagioso eco augura un grato desembarco al resto del territorio nacional, allí donde el chilto avanza tímido; pero a paso y sabor firme. Fiel a su condición, fiel a su ancestral existencia.