Comunidades originarias, visiones y lenguajes

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Colectividad, comunidad, tierra, naturaleza. Estas son sólo algunas de las palabras que identifican a las comunidades aborígenes argentinas.

El Curso Introductorio de Idiomas y Cosmovisión de las comunidades Guaraní, Qom, Quechua, Aymará, Wichí y Mapuche que dictan dos veces al año en el CUI (Centro Universitario de Idiomas) nos permitieron este año acercarnos a nuestros antepasados, con sus ideas, sus formas de organización y sus palabras más importantes. Acá, un breve repaso de la cosmovisión de estas colectividades.

El conocimiento

Los conocimientos milenarios de las culturas originarias se transmiten casi en totalidad en forma oral, si bien durante la colonización se vieron empujados a escribir su lengua (uno de los primeros diccionarios aborígenes fue el mapuche); en la actualidad, todas la comunidades intentan voluntaria y comunitariamente sistematizar la lengua en forma escrita, para que sobreviva y pueda ser estudiado por los más jóvenes. La mayoría del saber se organiza en torno de experiencias históricas empíricas, que se expresan en relatos o cuentos cortos (que la antropología se encargó luego de llamar “mitos”), y tienen como fin transmitir la naturaleza del mundo desde el origen de nuestros días. En todas las comunidades originarias está presente la idea de sabiduría ligada a la vejez y experiencia vital; el recorrido que hacen los nativos es el que define el saber en cantidad y calidad, es por ello que los ancianos de las comunidades son los más respetados y los líderes indiscutidos de sus comunidades. Los aymará tienen una frase muy clara al respecto: “El pasado es el futuro”, lo ancestral es lo que marca el camino de las nuevas generaciones.

 La comunidad

Tanto los guaraníes, como los qom, los mapuches, los ayrmará, los wichí y los quechuas tienen una organización territorial que los divide en colonias o grupos, cada una de las cuales tiene uno y varios caciques, jefes o Lonkos (siempre hombres, que se reúnen en un comité en momento de crisis, cambio importante o festividad nativa).

La idea de la reciprocidad está muy presente en todas las culturas abordadas, y todas las relaciones deben ser justas y responsables. Si alguien infringe una regla que la comunidad ha establecido, puede ser reprendido, castigado y hasta expulsado del grupo de pertenencia. Así, los quechuas, por ejemplo, tienen tres reglas de oro sobre las cuales organizan su comportamiento y sus actividades: Ama Quella (No ser holgazán por la mañana), Ama Llulla (No ser mentiroso) y Ama Suna (No ser ladrón). Los mapuches, por su parte, tienen la división de las responsabilidades y deberes de acuerdo al sexo y la edad. Los wichís son, probablemente, los que más se distinguen con respecto al quehacer cotidiano, ya que si bien se organizan en grupos y se trabaja colectivamente, la ideología de esta comunidad es el hacer por uno mismo, ese saber que uno debe descubrir de forma autónoma, sin valerse de otros ni aprovecharse de nadie.

La naturaleza

Para estos pueblos originarios, la diferencia entre los seres humanos y los animales no es fundamental sino más bien gradual y transitoria. En el caso de la cultura guaraní, antes de la caza, un buen cazador debe establecer contacto en su sueño con un animal que estuviera dispuesto a dejarse cazar por él. Así, la parte del alma corporal del cazador que tiene la capacidad de viajar durante el sueño debe entrar en contacto con el alma corporal del animal. Cuando el animal esté de acuerdo con dejarse matar para que sea su comida, el cazador tiene entonces la certeza de que tendrá éxito al día siguiente. Para los wichís, por su parte, existe un fuerte sentimiento de pertenencia a la Tierra, alejado de cualquier posesión o superioridad, y ligada a una energía vital que provoca estar en comunidad permanente con otras especies vivientes, como los vegetales o animales. Para ellos, las aves, sin embargo, tienen la particularidad de transmitir información relevante sobre la naturaleza y la fortuna que las transforman en las favoritas del mundo animal. Los qom, a su vez, consideran que las comunidades son testigos de la historia, del origen del mundo indígena, por el testimonio indiscutible de la Tierra, de los árboles, de los ríos, de los pájaros y de los vientos que ha pasado por encima de sus cabezas, sus parajes y sus ranchos. Es la naturaleza, entonces, la verdadera primera habitante de el territorio.

El más allá

Según los mapuches, el creador de todo es su dios Nguenechen, que define lo que pasa en la naturaleza y los cielos, y esta entidad tiene a su contrapartida que encarna el mal, llamado Hualicho o Gualicho. Para los quechuas, en cambio, no existen los dioses, sino los seres “superiores” que habitan el espacio del Cielo. Así, esta colectividad distingue tres niveles: Cielo, Tierra y Centro-Tierra, que es habitada por los seres vivientes. Pero ésta cosmovisión también está presente en las otras comunidades; todas ellas creen en la existencia de dimensiones paralelas que conviven e influencian a las dimensiones naturales o cotidianas en las que el hombre se mueve. Entonces, como existen seres que no pueden ser vistos por el hombre, pero que conviven con él y tienen información vital para él, se hizo indispensable preparar a algunos desde muy pequeños para lidiar con ellos; así surgen los famosos chamanes o shamanes que se ocupan de decodificar mensajes de la naturaleza, comunicarse con los seres y fuerzas extraterrenales y sanar aficiones físicas o emocionales.

Sabemos por experiencia que a través del acto cotidiano -ya sea oral o escrito- de nombrar lo importante, las palabras se cargan de ideales y de sentidos, de memoria y de historia. El hablar y escribir es cultura. Y es por eso que las comunidades originarias argentinas están más vivas que nunca; porque tienen lenguas, tienen descendientes, tienen historia y tendrán permanencia y futuro.