Cruzá los dedos: ¡Yeta a la vista!

FOTOTECA

Sin comerla ni beberla, los Yeta son dueños de una sin igual mala fortuna. ¿Superstición importada o puro argentinismo?

Yeta, mufa, piedra… La imaginación argentina se ha dado maña para etiquetar con disímiles apodos a quien resulte portador de mala suerte. Sí, aún en siglo XXI, toda desventura de la vida y el azar puede ser producto de una pobre alma señalada. ¿Mera superstición o un simple folklore de la sociedad nacional? Porque los Yeta no existen, pero que los hay… los hay.

La radiografía

Lo cierto es que el señalado Yeta no tiene la culpa de cargar con su cruz de mala suerte: él no ha elegido que su destino sea desatar diluvios en casamientos ajenos, fundir el auto de un amigo o hacer fracasar negocios por el sólo hecho de haber invertido en ellos. Simplemente ha sido receptor de una mala fortuna que afecta hasta a sus mejores aliados. Y la sabiduría popular ha aprendido a detectarla cual virus contagioso. Es que el desdichado nada debe hacer para “enyetar” a todo lo que lo rodea. El simple hecho de estar o insinuar participación alguna ya es suficiente. ¿No será mucho? Tal vez. Pero también es cierto que la figura del Yeta viene como anillo al dedo cuando las cosas salen mal. ¡El argentino es experto en inventar chivos expiatorios! Y, como si poco fuera, este desafortunado personaje alimenta el humor de una sociedad que ha creado un risueño culto en torno a su imagen. Y desde tiempos de antaño.

Desde el viejo continente

¿Cuándo y cómo surge la existencia de la yeta? Buceando en cuestiones etimológicas, la respuesta tiene acento italiano: jettatura es un término propio del dialecto napolitano, que refiere al “mal de ojo” o “atracción maléfica”. Por lo que un jettatore no es más que un ser maléfico cuya presencia provoca daño a los demás. ¡Si habrá habido jettatores en los conventillos porteños! Otro legado más de la inmigración que inundó la ciudad a fines del siglo XIX y comienzos de XX. Luego, y por fusión de culturas, el lunfardo entraría en acción para derivar, del original término, la porteñísima expresión que hoy nos compete: la yeta. Claro que la historia no terminaría allí: ¿cómo no habría de proliferarse la existencia de jettatores en el ámbito local? Tanto así ha sucedido, que el mundo del espectáculo, la política y los deportes ha echado luz a más de uno.

Con nombre y apellido

Uno de los más populares ejemplos es el de la cantante Tormenta ¡Si con ese nombre artístico nadie se atrevía siquiera a nombrarla! Lo cierto es que por causa de aquel seudónimo tan poco feliz, dicen, su carrera musical hizo agua por todos lados. Y si de figuras del espectáculo hablamos, el carismático Cacho Castaña también cayó en la volteada. Entre sus muchos infortunios, trascendió que fue quien habló por última vez con la esposa del gran Roberto Sánchez, más conocido como Sandro, antes de que éste falleciera. ¡Que no se diga! Mejor rumbear hacia otro ámbito, más precisamente, el deportivo. Es sabida la condición de piedra que se le asigna a José Luis “batata” Clerc; tanto durante su carrera como tenista como en su posterior rol de periodista deportivo. Mientras que en terreno futbolístico, el ex arquero Navarro Montoya se recibió de Yeta profesional: partícipe de numerosos descensos, el colmo de la mala suerte ocurrió en un partido entre Boca y Colo Colo. Encuentro en el que el “mono” es mordido por un perro. ¿Cómo terminó la historia? Con la muerte del pichicho al día siguiente. ¡Ayyy! Sólo una última pregunta para supersticiosos y cabuleros de esta pasión de multitudes llamada fútbol: ¿quién habrá “enyetado” a Messi para su negativa racha de más de 10 partidos sin goles? Para alivio de sus seguidores, su zurda ya se sacó la mufa.

¿Y si en vez de esquivar la mala suerte tentamos a la buena? Yetas, agradecidos.