Corría el presumido siglo XIX, y una Buenos Aires con ínfulas parisinas no podía menos que seguir las tácitas leyes de embellecimiento urbano. Si hay edificio, que sea con cúpula. El status antes que todo, vio. De modo que las esquinas del centro porteño no tardaron promover un peculiar ejercicio físico: mirar hacia arriba. Allí estaban ellas, tan elegantes como estilizadas, empechadas de admiración ajena, la de los transeúntes que tumbaban sus cabezas hacia atrás hasta caer presos del asombro. Imagine, pues, que los propietarios de las medias cuadras no quisieron ser menos… Y así fue como las cúpulas proliferaron por todas partes, desnudando un abanico estilístico digno de una Buenos Aires siempre a la vera de las novedades. ¿Acaso no las ha descubierto aún? Nobleza obliga, más no tirana selección mediante, aquí se las presentamos.
Ningún chiste
Con cien metros de altura –la misma cantidad de cantos que tiene la Divina Comedia, su musa inspiradora–, un viejo conocido abrió sus puertas en 1923 y lo hizo con un récord bajo su ala: el de ser, durante dos años, el edificio más alto de Latinoamérica. ¡Quién otro que el Palacio Barolo! Obra del gran Mario Palantti, el Barolo hizo de su cúpula una maravilla a la altura de la circunstancia: rematada por un faro giratorio de 300 mil bujías, se encendía en ocasiones especiales (como ser, en 1923, la pelea Firpo-Dempsey), y su luz se veía nada menos que desde los orientales pagos uruguayos.
Vecinas cercanas del Barolo, las cúpulas de La Inmobiliaria no se han quedado atrás: coronando sus torres esquineras, se lucen con su rojo eléctrico, sus minaretes y miradores superiores, construidos en zinc moldurado.
Aunque si hubo una cúpula que dio la nota, esa ha sido la del edificio de La Prensa, actual Casa de la Cultura. Con 55 metros de altura, su fémina de 3000 kilos, farola en mano, dio lugar a una leyenda: se decía que los barcos que recalaban en el puerto utilizaban su luz como faro de referencia. ¿Qué tal?
A la vuelta de la esquina
Si las cúpulas han sido amas y señoras de las esquinas, en el cruce entre Florida y la Avenida Roque Sáenz Peñas (más conocida como Diagonal Norte), sí que se han hecho lindo festín. Aunque, a decir verdad, bien puede hacérselo usted de solo alzar la vista. Sobre Florida, el neoplateresco edificio del primitivo Banco de Boston ofrece en su remate el perfecto remate a su desarrollo todo. En grato homenaje al estilo gótico, en conjunción con elementos renacentistas, la circular cúpula de tejas coloniales españolas encandila con su rojo color ladrillo.
Al otro lado de la calle Florida, el edificio de Renta Bencich (erigido en 1927, apenas un año antes que el Banco de Boston) es una maravillosa obra de Le Monnier capaz de presumir de lo que pocas: su doble corona. ¿Cúpulas gemelas? Ni más ni menos.
De igual apellido y tiempo, sobre la opuesta vereda de la Diagonal Norte, el edificio Miguel Bencich también se jacta de lo propio: una preciosa cúpula con balcones de balaustres y todo. Además de las mejores vistas de las cúpulas de su “pariente”.
Finalmente, la esquina restante ha sido para el edificio más joven del cuarteto. Construida en 1929 por el argentino Alejandro Virasoro, la sede de La Equitativa del Plata marcó su propio terreno en materia de estilos. Privilegiando la razón y la simpleza, características propias del incipiente modernismo del país, la sobria cúpula no desentona con el conjunto. Claro que aquello generó la antipatía de muchos. Con decirle que hasta el propio Jorge Luis Borges le dio duro y parejo a la criatura de don Alejandro: “reticentes cajoncitos de Virasoro, que para no delatar el íntimo mal gusto, se esconde en la pelada abstención…”.
Sin convencionalismos
Claro que aquí no termina tan rico inventario. ¿Qué decir de las cúpulas de la catedral de la Santísima Trinidad? Inspirada en la catedral de San Basilio de Moscú, el templo ortodoxo ruso de San Telmo ofrece en sus acebolladas cúpulas el brillante azul del cielo. ¿Acaso no hay sitio para el sol? Si de dorado va el asunto, las cúpulas de la iglesia de San Jorge, en Palermo, lo derrochan a todo destello.
¿Y ahora que nos dice? ¿Vio que siempre vale la pena andar con la frente en alto? Y si es con el mentón apuntando al cielo, mejor todavía. Sus ojos, sin dudas, se lo agradecerán.