Atravesada por dos goletas y un bergantín, cayéndose del mapa porteño –casi que dándose de narices con la Avenida General Paz y la Autopista Luis Dellepiane–, Cúter Lusito –o Luisito Cúter– se extiende silbando bajito en el barrio de Villa Lugano. Lo hace sin estridencias ni rimbombancias, sin esa fama que otorgan los barrios céntricos. Así, tal cual lo ha hecho a lo largo de la historia, más como sí lo amerita la propia; esa que hoy transitamos. Súbase a bordo de Cúter Luisito y revele de qué va el homenaje de esta calle de Buenos Aires, a esta nave sin precedentes cuya huella y recuerdo se ha perdido en el tiempo; más no así en el asfalto.
En su propia sal
Marino argentino, mercader, custodio de costas y rías. Ese fue don Luis Piedrabuena, sí, más también un salvador de náufragos profesional. Tal vez por ello la historia lo haya puesto cara a cara con el propio naufragio, aquel del que saldría airoso. Sucedió aquello en el año 1873, cuando, con el veraniego viento de febrero, don Luis zarpó rumbo a la Isla de los Estados (sí, allí donde se encuentra el faro del fin del mundo), desde Punta Arenas, a bordo de su bergantín “Espora”. Con miras a construir una fábrica productora de aceite de pingüino en destino, Piedrabuena se embarcó en una travesía que no sería tal. Pues, tras su arribo, una fuerte tormenta lo sorprendió fondeando su nave, encallándola en la costa oeste de la isla y condenándola a la destrucción en manos de la ferocidad marina. Sin embargo, don Luis y los suyos salieron indemnes. ¿Y entonces, qué?
En casa de herrero, cúter de aquellos
La nada. O todo. Todo aquello que desmoronaba el ánimo de la exigua tripulación de don Luis: frío, hostilidad, abandono, chatarra naviera… Desolador panorama, ¿verdad? ¿Habría acaso quien se calzara el traje de salvador e hiciera por Piedrabuena lo que él tantas veces había hecho? Por las dudas, mejor no esperar… ni desfallecer. O al menos que, de así suceder, fuera en el intento de salvar sus vidas, de dar con su propio boleto de regreso: una nave que los devolviera al continente, una nave construida con sus propias manos, fuerza, ingenio… Cuanto material sobrante fuera posible de utilizar o reconvertir. Su formación náutica lo habían dotado de conocimientos en carpintería y herrería, pero la práctica se ofrecía entonces bien distinta a toda teoría. Sin planos, con contadas herramientas, algunos elementos sobrevivientes y tablas de madera de carga rescatadas (junto a otras aserradas de árboles del lugar), don Piedrabuena construyó, en los 57 días que corrieron del 10 de marzo al 3 de mayo, el pequeño lanchón que haría posible el retorno. Un cúter –embarcación de vela– al que bautizó rindiendo honores a su hijo fallecido: Luisito.
Regreso triunfal
La gastada bandera nacional que había sabido flamear en el “Espora” vio transcurrir los días de Luis Piedrabuena y su troupe, las noches de superviviencia bajo refugio, alimentándose con sopa de algas, carne obtenida de la caza y los víveres que constituían la primitiva provisión de la travesía (arroz, porotos, galletas, carne salada, azúcar y café). Duras jornadas de trabajo, de soledad, de espera: la de un regreso del que también fue parte. Allí iba ella, engalanando el pico del cúter Luisito, la criatura de don Luis y su buen genio; su compás, sextante, cronómetros e instrumental meteorológico sobrevivientes, también embarcados junto a toda la dotación. Fueron 600 kilómetros de navegación a pura severidad. Fue entonces Punta Arenas el destino más soñado y real de todos. ¿Y qué ocurrió, desde entonces, con el Cúter Luisito? Luego de mejorarlo en suelo chileno, don Luis Piedrabuena, lejos de considerarlo una reliquia digna de vitrina, siguió rindiéndolo honores al continuar usándolo por sucesivos años para sus empresas. Hasta que, allá por 1875, decide venderlo para poder financiarse un viaje a Buenos Aires: sus servicios eran requeridos por el diputado Féliz Arias para, a partir de sus conocimientos sobre territorio patagónico, contribuyera con la resolución de los conflictos limítrofes con Chile.
Sin embargo, injusta fue la suerte del Lusito. Abandonado en La Boca del Riachuelo y, a posterior incendiado, es tan solo hoy una calle mansa del barrio de Villa Luro. Tal vez las recias aguas marinas que aquel formidable rescate al que puso pecho, vela y estructura toda fueron suficientes. Tal vez la modestia que acompaña a toda grandeza, también. Desde estas líneas, procuramos las palabras no se las lleve el viento; sino continúen propulsando la vela del Cúter Luisito y su inolvidable recuerdo.