Rebencazo va, rebencazo viene. ¡Vaya valentía la del jinete! A puro salto y sacudida va el don, hasta que el pobre equino comprende que ya nada podrá hacer para librarse del hombre que lo monta. Así pues ¿de qué vale más castigo? Finalmente, se da por vencido. Está cansado, muy cansado, ya no se retoba, tan sólo se somete, se entrega a quien, dichoso de su persistencia y oficio, logró su cometido: la doma. Claro que nada de todo lo dicho es imprescindible, necesario siquiera. Y la doma india se ha encargado de así demostrarlo.
El arte de la comunicación
¿Cómo? ¿Doma india? ¿Una tendencia de los tiempos que corren? Nada de eso. Ya desde los tiempos de la conquista, cuando los españoles introdujeron sus caballos en nuestro continente, los pobladores originarios de América supieron entablar su propio vínculo con el animal. Por cierto, mucho más pacífico y amigable que el establecido por los ibéricos. ¿La razón? Tan afectos a la naturaleza y su maravilla, tan conscientes de su pertenencia a ella, sin aire alguno de superioridad, sin ínfulas de supremacía, los locales comprendieron que nada más que la desconfianza del caballo habría de conseguirse a fuerza de sometimiento y temor, a fuerza de castigo. Amistad y respeto era todo cuanto debían forjar, y el amansamiento del animal llegaría por decantación. Nació entonces la doma india, una práctica que procura dominar al equino comunicación mediante, tanto a nivel gestual como sensitivo.
Por las buenas…o por las buenas
La doma de la no violencia, esa es la doma india. Quien recurre a su metodología no palanquea al caballo; no lo manea, no lo taquea ni lo tira de la boca. El quid de la cuestión está en persuadir al animal, no en obligarlo. De allí que los gritos, golpes y tirones brillen por su ausencia en esta técnica. ¿Qué se consigue a través de ellos? No más que poner en riesgo la integridad física y psíquica del pobre equino. Quien, por cierto, goza de muy buena memoria: nuca olvidará el maltrato sufrido. De modo que ninguna doma será más eficaz que la que se consigue por las buenas. Amistad y respeto, hemos dicho. Sólo que ello no se obtiene gratis, lleva su tiempo, requiere paciencia. Pero el resultado bien vale la pena: un vínculo inquebrantable, leal y verdadero.
Mi amigo el caballo
Hostilidades afuera, el proceso de doma india implica un lento pero firme acercamiento con el animal, caricias y gestos amables mediante. De modo tal que, desde el primer momento, se suprima toda chance de resentimiento. Para el caballo, el jinete no será su tirano, ¡sino su buen amigo! El simple hecho de compartir un mismo espacio con él hará que lo reconozca, que sea consciente de su presencia. Luego, las mentadas caricias propiciarán el llamado “descosquilleo” o acostumbramiento al contacto físico, para, a posteriori, comenzar a dar los primeros pasos juntos. ¡Nada de tironear al equino de la boca! Un lazo al cuello será suficiente para que aprenda a seguir el andar de su “camarada”. Hasta que, ya con buena confianza ganada, éste último consiga subírsele sin montura alguna. ¿Qué tal?
Claro que, para entonces, el caballo tendrá la suficiente confianza en su “amo” como para no pretender librarse de él. Todo lo contrario, el muy confianzudo aprenderá naturalmente a desplazarse con un cuerpo encima. Al tiempo que se conseguirá fortificar su lomo y sus posteriores. Recién entonces, ya con el animal fuerte y completamente habituado a su amigo-domador, se dará paso al ensillado y uso de las riendas. Así pues, el obedecimiento del caballo no se producirá por dolor; sino por aprendizaje. Sí, aprendizaje. El mismo que todo domador que se precie de buen enseñador debe asimilar. Algo en lo que la maravillosa doma india hace camino al jinetear.