El almacén de Payró, el despacho continúa

FOTOTECA

Testigo vivo de sus años gloriosos, el almacén de Payró conserva la estructura y el espíritu de las pulperías de antaño. ¡Pase, nomás!

 

Postas, refugios, humanidad… Que las pulperías han sido todo ello en medio de la vastedad de las pampas, ya se lo hemos contado. Que así, como un faro en los caminos, y a la vera de las vías de un tren, han sido germen de pueblos, también. Pero que en el “pago chico” Roberto Payró, su pulpería semilla aún aguarda a puertas abiertas, es una de esas buenas ¿nuevas? que hoy le compartimos. Porque ni aún el más viejo ayer no se sostiene por puro berretín, a fuerza de no dejarlo ir, sino para comprender el presente y trazar camino a futuro, el almacén de Payró es más que una buena invitación. ¿Nos acompaña?

Entre a mi esquina sin golpear

A ciento trece kilómetros de Buenos Aires y unos veinticuatro de la localidad de Magdalena. Allí late de pie el pueblo Roberto Payró, tan palpable en su rostro, en su traza y semblante el cariz de su historia, que hasta parece aún esperar al tren a la vera de las vías ya en desuso, solitarias. Por allí transitaba el ferrocarril Roca, fuera deservicio ya para cuando los años ’80 dieron su entrada en el siglo XX. Casi cien años atrás, en 1897, el pueblo de Payró amanecía en la provincia de Buenos Aires bajo el nombre de Kilómetro 99. Más no fue sino con la construcción de la estación ferroviaria en 1917 que comenzó a andar sobre rieles, siendo entonces rebautizado en honor al escritor y periodista nacido en Mercedes, allá por el año 1867: Roberto J Payró. Y allí el almacén de Payró, sin ser menos en su homenaje; sin ser menos pueblo que el pueblo. Acaso estandarte de la vida social, cultural y hasta económica de aquellos camperos pagos. Tradición obliga, en una esquina lindera a la estación: la de Goenaga y Del Sauce.

Al que madruga…

Paredes de ladrillos centenarias en cuyo grosor descansa el vapor de comidas y el vaho alchólico de las grapas y ginebritas con que que chacareros, agricultores y gauchos despertaban el día y sacudían el frío poco antes de cargar en la estación todos su víveres: cargamento de leche, vegetales, huevos… Por lo que el almacén de Payró estaba firme, abiertas sus puertas desde las siete de la mañana para ese corre corre que agitaba la estación e inmediaciones antes de que la locomotora silabase a las nueve en punto, anunciando la llegada del tren. ¿Desocupad@, usted? No se preocupe, acá en el almacén de Payró seguro se entera de alguna changuita. Quién le dice, alguna que otra tarea brava para la peonada. Pues cuando de portales de empleo online no iba la cosa, en las pulperías estaba el quid de la cuestión: las oportunidades de encuentro cara a cara, los periódicos, el boca a boca. Más también el juego, la charla porque sí, los brindis y las copas. Cobija aún el techo de pinotea del almacén de Payró las interminables estanterías en las que no hay botella que haya escapado el brazo del pulpero, por las que tod@ parroquian@ alguna vez empinó el codo. Las acompañan almanaques antiguos, latas de galletitas, alpargatas, revistas y publicidades de antaño. Un crisol de recuerdos de esos que caben en las manos, tan lejos de toda revolución digital. ¡Si hasta un teléfono con cable y todo presta su tubo a quien guste! Tal vez solo sea cuestión de oír cuanto del otro lado de la línea sus años son capaces de contar. Eso sí, mire que hay charla para rato…

Parroquian@s ilustres

El caso es que en almacén de Payró las comunicaciones siempre estuvieron al día. Si es que además de funcionar como oficina postal, desde los años ’20 a los ’50 funcionó allí la corresponsalía del diario La Nación. E, incluso, en la década del ’50, mientras se construía la escuelita del pueblo, buena parte de la casona ofició de aula. ¿Qué tal? Eso sí, la noche tenía otro color, y otro calor. Porque los payadores ponían, voz y picardía mediante, toda la carne en el asador. Dicen que dicen, uno que se batió a duelo verbal de lo lindo por estos pagos fue nada menos que el payador Santos Vega. Bajándole los decibeles a la cuestión, y también los alcoholes, ¿sabía usted que don René Favaloro también pasó por aquí? Fanático del cordero de cara negra asado a la cruz, aprovechaba la cercanía de su campo para escaparse al almacén de Payró y, mientras las llamas hacían lo suyo, disfrutaba sin prisa ni pausa de su vermú. Otro que aterrizó por estos lares, y en el más literal de los sentidos, fue don Jorge Newbery. O no precisamente… Ocurre que el padre de la aviación nacional sufrió una avería en su avión que lo obligó a bajar en un paraje cercano. Y a buen puerto llegó a Payró para recibir ayuda y hospedaje. ¿Algún personaje más para este boletín? Claro que sí, la mismísima Eva Perón llegada en el ferrocarril a tope de sidra, pan dulce y juguetes para niños un fin de año.

Hasta que el silencio comenzó a copar la parada tras el cierre del ferrocarril, en 1978. Ya no hubo silbato que esperar a las nueve ni ajetreo de mercadería a las siete. La población empezó a mermar al tiempo que l@s parroquian@s que acudían al lugar. Sin embargo, nada de ello escapó a la memoria de Pablo, quien con su esposa se hizo del lugar en 2005, tras haber sido un parroquian@ más en los buenos viejos tiempos de la esquina. De modo que el almacén de Payró pudo continuar así con su función. La de ofrecer un alto y un plato a la mesa, sí. Más también la de apuntalar ayeres en los que encontrarnos, entendernos y, sobre todo, volver a juntarnos. ¡No se quede afuera, paisan@!

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