Quilapán está ubicada estratégicamente entre Parque Lezama y Plaza Dorrego, y parece otro rincón de San Telmo con aires históricos y pinta atractiva para los extranjeros. Pero no. El solar de Quilapán es una maravilla de recuperación arquitectónica: fue conventillo, tintorería, taller mecánico y hasta sede de la fundación San Telmo. Está perfectamente restaurado (y hasta conserva una pared de 1720), y sus pocas modificaciones al estilo siglo XXI son inesperadas: paneles solares, circulación interna de agua renovable, estanque con peces y anguilas, huerta y gallinas.
por Natalia Kiako
Si está Gregorio, alias “el pulpero”, tomá un mate al fresco del jardín con él. La pulpería es un espacio destinado a la adoración, divulgación y ejercicio de todo lo argentino, y cuanto más vintage, mejor. Naipes, metegol, sapo, herraduras, taba, televisores Philco del 54, una cocina eléctrica del 18, una pianola en funcionamiento… la regla de la casa es que todo funcione, y se pueda usar: nada decorativo. Hasta ofrecen “servicio de guitarra” para payadores espontáneos que quieran acompañar el vermú con su canto.
Quilapán parece un parque de diversiones de lo argentino para argentinos. Más aún con las actividades que propone el centro cultural: clases de chacarera, cineclub los miércoles (con directores argentinos actuales), torneos de ajedrez los jueves. Todo lo más telúrico posible. Pero así llegamos al corazón de la pulpería: el almacén y despacho, que es muy real. Su alacena está nutrida con lo mejor de productores y artesanos locales, para el bar, para llevar y para su plataforma web, la versión virtual con delivery; ya dijimos que esta es una pulpería versión posmoderna.
Más allá de su nombre de fantasía, el proyecto merece mil aplausos. Reúne quesos, fiambres, conservas y otras delicias de pequeñas empresas familiares para darles llegada al público, difundiendo con mucho énfasis el nombre y el proyecto de cada cual. El valor principal en Quilapán es la preservación de color local, del edificio, pero también de los recursos y de las riquezas argentinas. De todo esto podés disfrutar alegremente bajo la forma de una picada, en el patio interior de la casa, con quesos de cabra y salames artesanales, o conservas más pitucas de jabalí, ciervo, chivo o vizcacha ($65). Hasta trucha orgánica ($125). Para beber, brilla el vermut ($40 a $55, y prometen tener pronto la mayor variedad en el rubro de la ciudad), con un vasito de soda casera. El menú es corto y de lo más peculiar, como todo por acá. Hay semillitas de girasol, pochoclo y hasta copos de nieve para antojarse. Algunos sándwiches y postres telúricos aggiornados: torrejas o un muy recomendable vigilante con queso de cabra y dulce de arándanos ($42). Si vas un domingo al mediodía, sirven el brunch con un pan casero notable, mermeladas artesanales, quesos y huevos ($99). En invierno llegan las cazuelas y guisos calientes, a medida que la pulpería termine de instalar su flamante sección de restaurante.