“Esta tarde, a las cinco, tendrá lugar la inauguración del nuevo mercado construido por la Sociedad del Progreso del Caballito, para abastecer aquel ya populoso barrio cuyos progresos son bien visibles”. El sábado 9 de noviembre de 1889, el periódico El Nacional desayunaba a los argentinos con esta noticia. Claro que las bondades del mercado excederían las pretensiones de la primera comida del día. Su variada y generosa oferta era capaz de satisfacer hasta las más exigentes demandas de almuerzo y cena. Una tendencia que no cambiaría con el correr de los años.
Desembarco triunfal
Con entrada principal por la calle Rivadavia al 5400, el mercado abrió sus puertas entre bombos y platillos: tras la bendición y palabras del Padre De Vita -cura párroco de San José de Flores-, la fiesta se desató con dos bandas de música. Aunque lo mejor vendría una vez finalizada la ceremonia in situ: puesteros, vecinos, autoridades y reconocidos personajes de la sociedad porteña se reunieron en el restaurante Roma (¡todavía presente frente al mercado!). Allí, entre bocado y bocado, el comentario a voces fue unánime: el mercado llegaba como vivo reflejo del progreso y desarrollo barrial. ¿Con que otro objeto se había creado la Sociedad Anónima El Progreso del Caballito sino para fomentar el avance de los pobladores? Así, el flamante mercado fue poblado por mayoría de trabajadores inmigrantes que, mediante su dedicada labor, abastecieron a los barrios de Almagro, Caballito y Flores.
A la vanguardia
“Sencillo pero elegante”, así fue catalogado este edificio construido a base de hierro y mármol. Es que la arquitectura funcional que lo caracterizó estuvo salpicada por detalles que eran pura distinción: ¡su gran cubierta metálica hizo que lo compararan con los grandes mercados parisinos! Incluso, los accesos de las calles Rivadavia, Silva, y el pasaje Coronda permitían el ingreso de carros. Todo en sintonía con las novedosas condiciones de limpieza y ventilación. Los espacios descubiertos en la planta baja se cubrían con toldos para resguardar la mercadería; al tiempo que el sector cubierto contaba con amplios espacios de circulación: la superficie se resolvió en un pabellón central con cuatro naves y dos galerías laterales. ¿Cómo se distribuía la oferta? El pabellón central estaba reservado a los puestos que vendían carne: carentes de paredes que impidieran la circulación de aire, eran cerrados con planchas de hierro durante la noche. Por su parte, una de las galerías estaba destinada a los puestos de hortalizas y verduras. ¿Y la otra? A la venta de pescado, por lo que contaba con una constante provisión de agua que facilitara el lavado de la mercadería. En resumidas cuentas, el mercado era un verdadero chiche de 1200 m2, donde se alojaron un total 53 puestos.
Traspasando fronteras
¿Qué pasaba en las alturas? El edificio contaba con un primer piso destinado a viviendas y depósitos de alquiler. Las propiedades estaban dispuestas en extensos pasillos descubiertos que, cual anillo, recorrían todo el perímetro del mercado. Contaban con provisión de agua y dos núcleos de escalera que las conectaban con la vía pública sin necesidad de transitar el mercado. Hoy en día sólo se mantiene el acceso de Rivadavia, en tanto el pasaje Coronda fue absorbido por la construcción. En la década del 20 se lo incorporó como calle de servicio; instalándose allí las cámaras frigoríficas y sanitarios del personal. Claro que los cambios no fueron sólo puertas adentro: en los años 30 se decoró el frente del edificio con el nombre de mercado, para lo que se utilizaron letras art-decó que hoy se ocultan bajo una nueva cubierta. Sin embargo, pasados ya más de cien años, el mercado mantiene la totalidad de la estructura original; convirtiéndose así en patrimonio vivo del barrio de Caballito.
El progreso progresa
Fiel a su nombre, el Progreso ha continuado progresando. Hoy encontramos 17 negocios a la calle y 174 puestos interiores que se distribuyen en 3600 m2. ¡Número que triplica la superficie inicial! Aunque el mercado no sólo ha ganado metros; sino ese prestigio que deviene de toda intachable trayectoria. Se trata de uno de los grandes referentes porteños en materia gastronómica. Anónimos vecinos e ilustres chefs visitan el mercado para abastecerse y deleitarse con toda su variedad. Y la atención no se queda atrás: ofrece garantía de trato personalizado al tratarse de puestos atendidos, en su mayoría, por sus propios dueños. ¡Si hasta 60 de ellos son nietos y bisnietos de los pioneros! Y tanta tradición se hizo oír: el mercado del Progreso fue declarado sitio de interés cultural por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el año 2001. Reconocimiento puro para este gigante que, tras 125 años, no se cansa de llenar changos.