Elecciones argentinas, 200 años no son nada.

FOTOTECA

Desde los cabildos abiertos a los contemporáneos años de democracia, las elecciones han escrito historia de la linda en la memoria nacional.

La fiaca dominguera se echa por la ventana, las apacibles calles se superpueblan de pasos que van y vienen, las fachadas de las escuelas se empapelan con listados de nombres y apellidos, alguna doña se calzará los anteojos para hallar su diminuta presencia en ellas; algún que otro jovenzuelo apenas le echará un vistazo por encima. Las filas en las puertas de las aulas se nutren de ciudadanos, y en los pupitres descansa ella, acartonada y estoica, aguardando por la decisión popular. Sí señores, que hablen las urnas, pues, una vez más, las elecciones tocan la puerta de nuestra historia.

Está cantado

Lo cierto es que, si de sufragios hablamos, debiéramos remontarnos a los inicios mismos de la gesta nacional ¿Cómo así? Vea usted que las elecciones andan rondando nuestra historia desde que los tiempos virreinales, pues, en los antiquísimos Cabildos Abiertos, hallamos ya una suerte de antecedente electoral. Imagínese lo que habrá sido aquel 22 de mayo de 1810 en el que 251 vecinos (¡eso sí que era un buen número, eh!) debieron decidir por la continuidad, o no, del Virrey Cisneros. Eso sí, no vaya a creer que cualquier fulano tenía derecho a alzar la voz: en aquel entonces el “pueblo” era la elite misma; ni esclavos, ni peones…ni mujeres. Y, por supuesto, nada de cuarto oscuro. La cosa era a viva a voz, con las consecuencias que ello implicaba, y así lo sería por harto tiempo. De hecho, allá por 1857, a cuatro años de haberse creado la Constitución Nacional, la ley número 140 establecía que el voto era asunto masculino, y cantado. Le digo más, se ve que las palabras no se las llevaba el viento, porque los sitios elegidos para llevar a cabo la “ceremonia” eran nada menos que los atrios de las iglesias; sí, sí, al aire libre. El elector debía pronunciar el nombre de su candidato…y que la suerte lo acompañara. Es que las presiones y represalias estaban a la vuelta de la esquina; ni le cuento las trampas, propias de una dinámica pensada para la ocasión. Y para muestra, un botón: los capangas de la zona armaban pequeños grupos de votantes que debían efectuar la elección en su presencia. ¿Acaso alguien iría a contradecir al jefe de la manada? Pues, no. Por lo que, aquello, de democrático tenía nada. Y, mientras tanto, la oligarquía continuaba calentando el sillón sin problemas.

Hecha la ley, hecha la trampa

Sin embargo, alguien habría de tomar cartas en el asunto. En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña dio apellido a la ley que estableció el voto secreto y obligatorio para varones -ciudadanos nativos o naturalizados- mayores de 18 años. Así, las masas hasta entonces marginadas comenzaban a tener, en literal sentido, voz y voto; aunque ya no cantado. Y, allá por 1916, en las primeras elecciones presidenciales regidas por la Ley Sáenz Peña, las urnas dijeron que el presidente electo era el radical Hipólito Yrigoyen. Sólo que, hecha la ley, hecha la trampa; y tras el Golpe de Estado de 1930 apareció en escena el llamado Fraude Patriótico, aquel que iba desde la veta de ciertos candidatos hasta la alteración de resultados. Sólo que la democracia tendría nuevas chances: para las elecciones del 46, aquellas en las que Juan Domingo Perón se consagrara como nuevo Jefe de Estado, las sombras fraudulentas eran sólo eso, sombras. Y ya en el año 1951, las mujeres fueron parte del padrón. Para entonces, Eva Duarte de Perón, quien había dado voz al anuncio de aquella buena nueva, efectuó su voto desde el sanatorio; pues su salud ya estaba maltrecha.

El reino del revés

La proscripción de Perón en el 58 hizo que el ex presi se pronunciara a favor del candidato Alberto Frondizi, quien finalmente se alzó con la victoria. Y allá por el 63, el caso fue más curioso aún: el gran ganador fue el voto en blanco. Así como lo oye. Arturo Illia, quien, a fin de cuentas, había resultado el más votado, tomó el mando presidencial con sólo el 21% de los votos. Sin embargo, don Illia duraría menos de lo previsto. Derrocado en 1966, comenzaba un nuevo episodio de gobiernos militares que se extendería hasta el año 73. A propósito de aquellas elecciones, ¿alguna vez pensó en votar a un candidato en representación de otro? Cámpora al gobierno, Perón al poder“, fue el slogan del peronismo para aquella campaña. Es que uno no tardaría en pasarle la posta al otro. Y he aquí un peculiar record: Héctor Cámpora fue el presidente electo que menos duró en su mandato. Renunció a los 49 días para dar llamado a nuevos comicios, aquellos en los que Perón ya podría participar sin prescripción alguna. Y preste atención a este dato, porque don Héctor pudo haberse adjudicado otro hito más: el de inaugurar el ballotage. Al menos, así se lo permitía el 49, 56% de votos con que había derrotado al radical Balbín. ¡Le faltó un pelín para alcanzar el 51%! Por lo que bien valía la segunda vuelta constitucionalizada por el presidente de facto saliente, Alejandro Agustín Lanusse, tan sólo un año antes, en 1972. Sin embargo, el que echó por tierra el ballottage fue Balbín, quien supuso no poder hacer frente a su contrincante.

El juego del sillón

Así la historia, entre pitos y flautas, entre bastones y bandas presidenciales, el sillón sí que vio pasar a linda fila de mandatarios. Para que se figure lo que le digo, desde el mismísimo Bernardino Rivadavia (Presidente de las Provincias Unidas del Río de La Plata en 1827), pasando por la interrupción de presidencias a manos de gobernadores con facultades extraordinarias -ejercicio de los tres poderes- durante la llamada Confederación Argentina, hasta Cristina Fernández de Kirchner, hemos tenido 52 presidencias. De todas ellas, 16 han sido de facto y, hasta este 2015, tan sólo nueve jefes de Estado han sido electos bajo la Ley Sáenz Peña -voto secreto y universal- y sin ningún tipo de vetos: Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Juan Perón, Héctor Cámpora, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de La Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Y la lista se reduce a siete si consideramos quienes han asumido el poder por voluntad mixta. Yrigoyen y Alvear son aquellos que, al igual que Perón en su primer mandato, estuvieron fuera de la consideración femenina. Mire si se habrá hecho notar la inclusión de mujeres al padrón que, más allá de la incidencia ejercida por el aumento poblacional, de 745.000 votantes que participaran en la elección de 1916, con Yrigoyen triunfador, pasamos a hablar de 7.593.948 votantes en la elección del 51; la que marcara el debut femenino en las urnas. En 35 años los electores se multiplicaron x 10 ¿Qué me dice? Y ojo que aquí no terminan las curiosidades de este boletín. Pues quienes también supieron de multiplicaciones, tanto de días como de votos, fueron los cinco presidentes reelectos: Roca, Yrigoyen, Perón, Menem y Cristina Kirchner. Eso sí, el que más tiempo ha ocupado el sillón, sumando sus dos mandatos, fue Roca: 12 años de presidencia. ¿Qué tal? Aunque quien más veces resultó electo ha sido Perón: tres veces triunfador, se convirtió en el presidente de mayor edad al asumir. Fue en 1973, con 78 años de edad, un año antes de su fallecimiento, en el 74. Así, Juan Domingo también ha sido uno de los tres presidentes que murieron en ejercicio; Quintana y Sáenz peña completan el trío. ¿Y en términos de juventud? Avellaneda fue el más gurrumín: tenía apenas 37 años cuando se calzó la banda.

Con perfume de mujer

Quitando de foco a los presidentes, ¿Qué hay de sus señoras esposas? Pues detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. Y nuestro historial de primeras damas tiene personalidades de todos los colores. Claro que lo mismo no habrán podido decir el soltero de Yrigoyen, ni el pobre Victorino de la Plaza, viudo él. Por lo demás, el resto de los mandatarios se han puesto no sólo la banda; sino el anillo. Aunque no por ello han clausurado su corazón al amor de otras señoritas. Qué decir de Sarmiento, quien, casado con Benita Martínez de Pastoriza, ha tenido su historieta sentimental con la maestra de inglés Ida Wickershmann, 30 años menor que él. “¿No puedes dejar la presidencia para venir a pasear conmigo por el lago Michigan?”, le habría escrito ella. Aunque, dicen que dicen, el gran amor del presi sanjuanino ha sido Aurelia, la hija del abogado y político Dalmacio Vélez Sarsfield. En fin, la cosa quedaba en política; y, en algunos casos, en familia, como se dice. ¿Sabía usted que tuvimos dos primeras damas hermanas? Se trató de Elisa y Clara, hijas del hacendado Cordobés Tomás Funes, quienes se casaron con Juárez Celman y Roca, respectivamente. Y lo más curioso de todos, su señora madre tuvo dos yernos presidentes. ¿No cualquiera, eh? Y si de primeras damas va el asunto ¡qué decir de Regina Pacini que lo hayamos contado ya! La soprano portuguesa fue mirada de reojo en el círculo de Marcelo T. de Alvear, aunque ella no se ha quedado en el molde; sino que ha sabido encontrar su activo lugar al lado del primer hombre. Eso sí, si alguien supo de meter sus narices en el meollo de la política, lejos del papel decorativo que muchas veces supone ser la esposa del presidente, ha sido, además de la popularísima Evita, doña Elena Faggionato. La esposa de Arturo Frondizi hasta se dio el gusto de cocinarle un bife de chorizo al mismísimo Che Guevara, cuando éste realizara una secreta visita a la residencia presidencial. ¡Eso sí que es tomar la sartén por el mango! O la bifera…

¿Qué si ha habido damas en el poder? Claro que sí. Porque no solo de acompañamientos sabe el género femenino en la historia política del país. Dos mujeres han ocupada la presidencia: María estela Martínez y Cristina Fernández de Kirchner. Y ambas lo han hecho siguiendo una particularidad: suceder a sus maridos. Sólo que la primera lo ha hecho, en su condición de vicepresidente, tras la muerte de esposo, Juan Domingo Perón; mientras que la segunda ha sido electa en el, hasta ahora, último eslabón del ejercicio democrático que, desde la asunción de Raúl Alfonsín, en 1983, se ha sucedido ininterrumpidamente. En este 2015, la historia continúa una vez más. Pues, a fin de cuentas, 200 años no son nada.

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