A faconazo limpio, como si de carnear una res o cortar un inoportuno alambrado se tratase. Pues, a fin de cuentas, no se trató más que de una de las tantas costumbres a las que nuestros llaneros pampeanos supieron dar vida. Y como toda aquella que se precie de tal, venía con parafernalia incluida: facón, daga, lanza, rebenque, boleadoras y poncho. Entonces, sí, que se libre el combate, el duelo de titanes, de guapos campechanos. Ésta es la esgrima criolla, sea bienvenido a tan gauchesco espectáculo.
Visteador a la vista
Reflejos tan rápidos como furiosos, y ni le digo la vista…una buena dosis de mañas y emociones a flor de pensamiento. De este cóctel de habilidades va la técnica de la esgrima criolla. Innata o adquirida, se trata de una serie de virtudes desarrolladas a partir del más inocente “visteo”: un combate figurado, casi, casi, como una demostración a pedir de vanidades, pues los visteadores no hacían más que alardear sus dotes personales a fines de despertar admiraciones varias, ya fuera con simple palillo como arma, o hasta el propio dedo índice. Claro que la esgrima criolla no era ningún grupo… Pues, más allá del carácter deportivo del que pueda dotársela, el filo del arma de turno sí brilla por su presencia. La pregunta es…Tratándose de un combate típicamente gaucho, ¿a qué le debemos su europeo bautizo?
Con acento español
La esgrima refiere, en su más antigua concepción, a diversas formas de lucha con armas blancas practicadas en la antigüedad. De allí que, por más gauchada que medie en el asunto, la esgrima criolla no escapa de su herencia española. Vea usted: el facón se empuña manteniendo el pulgar extendido hacia la hoja, mientras se apoya el cabo sobre la palma de la mano. Sí, tal y como el gaucho lo hacía para realizar cualquier otra tarea. El quid de la cuestión pasa por los movimientos posteriores, pues las posiciones de defensa y ataque evocan a los de la esgrima tradicional, florete de por medio. La pierna diestra adelantada, el cuerpo balanceado hacia adelante, las rodillas semi flexionadas… Al igual que el florete, el facón va en mano derecha, a la altura de la boca del estómago; mientras que la mano izquierda enrolla el poncho que “atajará” los cuchillazos, tal como la capa de los antiguos esgrimistas. Aunque el poncho tiene una más a su favor, ¡no sabe qué buen ataque puede resultar un flecazo a los ojos de su contrincante!
Un padrino de aquellos
¿Qué si la herencia española ha sido todo cuanto condicionó el nombre de este combate? Ni tanto, pues su literal bautizo se lo debe al uruguayo Horacio Quiroga. Fue en el año 1906 que este joven poeta tituló “Esgrima Criolla” a una muestra fotográfica realizada para la revista Caras y caretas. Y lo cierto es que tal expresión llegó para quedarse. Inmejorable fusión de términos fue a la que arribó el bueno de Horacio, un caballero de clase acomodada; aunque conocedor del mundo campero, de la inmensidad de las pampas y el litoral extramuros de la gran ciudad. Y fue amor a primera vista: paisajes, tradiciones, costumbres…Todo aquello colmó el corazón de Quiroga, quien tampoco pudo escapar de su admiración a las peleas de cuchillo que supo presenciar. Y cómo no…si la esgrima clásica era una sana costumbre durante sus tiempos de juventud. ¿Sabía usted que, semana a semana, la practicaba en el Círculo Militar porteño junto a su amigo Leopoldo Lugones?
“Esgrima criolla”. ¡Ahora sí que suena diferente! Pues, con su buen tino, Horacio Quiroga revistió de honores lo que, hasta entonces, se señalaba como mera “riña”. El término “esgrima” dotó a la práctica de cierto respeto; al tiempo que la condición de “criolla” indicaba un arraigo a la propia tierra, algo que las familias bien posicionadas de la época veían con buenos ojos ante el avance inmigrante. Entonces sí, con nombre y apellido, la esgrima criolla logró hacerse valer en una sociedad que, hasta el día de hoy, la acoge entre sus artes de combate étnicas. Digna sobreviviente del ayer, a su lucha por permanecer y no perderse en el olvido es que ofrendamos estas líneas. Lo que se dice, toda una gauchada.