Estampillas, cuando la historia deja sello

FOTOTECA

Siempre a tiro de los aconteceres nacionales, las estampillas son un emblema visual de tiempos y personas que han dejado huella.

“La Administración de Correos previene al público que desde la publicación del presente aviso no se admitirán cartas para el correo interior de la provincia, sin que ellas vengan franqueadas con el timbre correspondiente”. Avisaba, por si acaso el diario El Comercio de Corrientes, aquel 21 de agosto de 1856. Es que el primero de los sellos postales de la Argentina, estampillas para l@s amig@s, entraba en funcionamiento para dibujar historia en su diminuta superficie. No vaya a decir que no le avisamos…

Estampa correntina

Pionera en implantar un sistema de franqueo de correspondencia con adhesión de estampillas, esa fue Corrientes, de la mano de su gobernador, don Juan Gregorio Pujol, asentando tarifa y obligatoriedad Ley mediante. Por lo que el asunto pasaba entonces a manos del director de la imprenta de la provincia, don Pablo Coni, quien debía confeccionar los sellos en cuestión. La impresión tipográfica fue el método elegido, pero ¿qué había del diseño en sí mismo? Entraba así en escena un franchute radicado por aquellas tierras guaraníes. ¿Lo recuerda? Sí, Matías Pipet. Que, como buen panadero, habría de diseñar estampillas con el rostro de Ceres, diosa de la agricultura. Fueron ellas las primeras en circular en el país, y solo bastaba con humedecerlas en su dorso para que pegaran con facilidad.

Argentina, en tu grato nombre

Ahora bien, si está pensando por qué las primeras estampillas son oriundas de Corrientes y no de Buenos Aires como ciudad capital, bien vale darle un repaso al mapa de la época. Para entonces, Argentina no era lo que hoy. Existió pues la llamada Confederación Argentina, sin Buenos Aires, que supo ser un Estado independiente. De hecho, ese mismo año fue que ésta imprimió unas estampillas bautizadas “gauchitos”, más nunca puestas en circulación ya que, al poco tiempo de haber sido valuadas en reales, el gobierno adoptó el peso como nueva moneda. De modo que Buenos Aires volvió a la carga con sellos postales propios el 28 de abril de 1858. Esta vez, de circulación efectiva y con la imagen de un sol y barco de paletas a vapor. Claro que luego de la batalla de Pavón allá por 1861, aquella que significó el fin de la Confederación Argentina y la incorporación de la provincia de Buenos Aires (incluyendo la actual Ciudad Autónoma) como “cabeza” del país, la historia de las estampillas volvió a cambiar. La unificación del territorio fue leitmotiv y campaña, por lo que se emitieron sellos postales con el nombre definitivo del país (las llamadas “escuditos”) y otros con la imagen de Bernardino Rivadavia, como referente de unidad al haberse tratado del primer presidente.

De colección

Lo que siguió fue una sofisticación de diseño y estilo, con elaboración mucho más esmerada. Si la estampilla de Rivadavia ya estaba grabada en acero por sobre cobre, en planchas provenientes de Francia e Inglaterra, así como las tintas, la impresora y la misma perforadora, la escalada de calidad no se detendría. Vea usted que, aunque tantísimos años después, para el 50º aniversario de la muerte de Eva Perón, en 2002, ya llegamos al punto de emitir el primer sello postal en sobre relieve, para dar volumen al perfil de Eva, evocando la idea del busto. En 2014, el sello alusivo a la recuperación de la aerolínea bandera presentaba un diseño cuya tinta se cargaba con la luz para iluminarse luego, fluorescente, en la oscuridad. Hasta que también hubo estampillas perfumadas. ¿La fragancia? La rosa de Roberto Sánchez, o el inolvidable “Sandro”, cuya estampilla se emitió, impreso en gris su rostro y su nombre en letras doradas, en 2017.

 

Y así la historia Argentina, sus personalidad, sus acontecimientos y sus aniversarios pasaron por la estampa de, valga la redundancia, las estampillas. Ese permanecer en el ida y vuelta de una correspondencia, en el intercambio; en los mensajes que, ellas mismas, en sus diseños e imágenes también tienen para decir aún en su silencio. Aún en el desuso de las cartas, de lo palpable por sobre lo virtual. A fin de cuentas, toda correspondencia estampillas quiere, y la historia de nuestro país estampillas tiene.

 

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