Facundo Cabral, lo cortés no quita lo valiente

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Facundo Cabral, hombre de sabiduría intensa, de arte sincero, supo encauzar las palabras para dejarnos pensando. Música y compromiso…

Incansable defensor del amor y la solidaridad, apasionado de la música folklórica, trabajador incansable, viajante crónico. Filósofo, escritor, vivo. Facundo Cabral, un observador incansable de todo lo que lo rodeaba, que consiguió incomodar a muchos y conmocionar a casi todos.

Facundo Cabral, el nombre prohibido

Facundo Enrique Cabral nació el 22 de mayo de 1937 en la localidad bonaerense de La Plata, en el seno de una familia que se desarmaba. Su padre, Rodolfo, abandonó el hogar el día anterior a su nacimiento, dejando a su madre sola y librada a su suerte con siete hijos. Tan grande fue la decepción que le tocó vivir a ella, contaría luego Cabral, que el nombre que su progenitor había elegido para su hijo por nacer, fue desterrado, olvidado, se convirtió en “nombre prohibido”. Pasando penurias y en las peores condiciones económicas posibles, su familia se trasladó hacia la provincia austral de Tierra del Fuego. Durante el penoso recorrido, la muerte alcanza a cuatro de sus hermanos, y su vida queda marcada para siempre. La desgracia y tragedia familiar reforzaron la devoción por su madre, a quien Cabral admiró siempre y aún ya grande, reconoció como la mujer con mayor entereza de toda su vida. Su infancia fue dura y llena de privaciones; no fue sino hasta los 14 años que aprendió a leer y escribir, y el caminar al margen de la inserción social lo ubicó muchas veces en reformatorios.

El sermón de la montaña

Escapándose de la reclusión una vez más, decidido y lleno de esperanzas, llega a la Ciudad de La Plata porque le comentaron que allí habría un acto oficial de Juan Domingo Perón y su esposa. Contra todo pronóstico, exhausto, harapiento pero con la suerte intacta, Cabral se planta al costado del auto presidencial. Allí, le pregunta a Evita, con la soltura que tienen los niños, si “había trabajo” para él. Cuentan los presentes que la primera dama suspiró y dijo: “Por fin alguien que pide trabajo y no limosna”, “Por supuesto, mi amor, hay trabajo”, cierra el trato Evita, y da las directivas de alojarlo y trasladarlo a la localidad bonaerense de Tandil donde realiza todo tipo de tareas, limpiando veredas y como peón rural de una escuela.

Como cuenta el escritor Fabián Casas en sus poemas, el sermón de la montaña siempre está ahí, en boca de alguien; sólo hay que ponerse en situación de escucha para poder oírlo. Eso fue lo que le pasó a Cabral, que escuchó en ésa época a un vagabundo hablar de cambiar de vida, de salvación: Eran las 12:00 del 24 de febrero de 1954. Fue tan grande la noticia que escribí mi primera canción, de pura alegría, sin pensar que iba a subir en un escenario, porque era muy tímido, muy introvertido”. Un buen día lo escucha el actor cómico popular Luis Sandrini; lo apadrina y lo lleva con él para que ejerza su flamante oficio. Y con guitarra en mano, Cabral empieza un larguísimo viaje que ya lo llevaría a 165 países. Sin casa fija ni dirección, siempre fue donde lo llevó la música y el viento. Cuando no estaba sobre un escenario leía, escribía, disertaba. Admiraba a Borges, a la Madre Teresa de Calcuta, a Whitman. En 1959, ya estaba instalado para siempre en el ambiente del folklore, siguiendo los pasos de Atahualpa Yupanqui y José Larralde. Su primer nombre artístico fue “El Indio Gasparino”, y aunque sus primeras grabaciones no tuvieron demasiada repercusión, todo cambia cuando adopta su verdadero nombre para ejercer su arte. Para 1970, junto con su amigo poeta y compositor, Alberto Cortez, graba No soy de aquí, ni soy de allá y su nombre recorre el mundo.

“Estaban contra mí”

Los ’60 y ’70 no fueron fáciles para una América Latina que se debatía entre crisis económicas y gobiernos autoritarios, y Argentina no fue la excepción. En 1976, ya embanderado como referente de la canción de protesta, no le queda más destino que el exilio. Vive en México, donde continúa componiendo y peregrinando, y recorre el continente con su música latina, progresista, folklórica. Sin definirse políticamente en ninguna causa, y rechazando las ideologías -que sostenía que tenían el poder de dividir y no reunir-, recién retorna a su país en 1984. Pero su no partidismo no le impide declararse cada vez que puede, en los escenarios, contra los poderes totalitarios. Cuando se le consulta, pasados los años, por qué no podía vivir en un país dirigido por un gobierno de facto, era muy claro: “Ellos estaban contra mí”. 

En 1987, ya en democracia, el público le demuestra que su presencia fue extrañada, y llena el estadio de fútbol Ferrocarril Oeste, en Buenos Aires, con más de 50 mil personas. El 5 de mayo de 1994 comienza una gira internacional junto a Alberto Cortez, llamada “Lo Cortes no quita lo Cabral”, entrelazando humor y poesía con las canciones que hicieron famosos a ambos.

De instante en instante

Sus últimos conciertos los llevó adelante durante una gira por América Central. Se presentó en Guatemala en julio de 2011, donde para despedirse le habló al público como sólo él podía hacerlo. Esos momentos siempre fueron de ovación absoluta; porque los fanáticos de todo el mundo siempre esperaron el sermón de la montaña de Cabral. Dos días después daría su último concierto, en el Teatro Roma de la ciudad de Quetzaltenango, el cual cerró interpretando su más célebre canción No soy de aquí, ni soy de allá. Justo como lo hacía su madre, que reverenciaba y agradecía por cada cosa recibida, Cabral se inclinó ante el público y encorvado, se despidió antes de rasgar los últimos acordes: “Gracias por la amistad de tantos años. Sepan que fueron una parte importante de mi felicidad. Sepan que los voy a llevar en mi corazón hasta el momento final”. Al bajarse el telón, Facundo Cabral dejó de recitar para siempre. Es asesinado en la madrugada del 9 de julio de 2011 en Ciudad de Guatemala, víctima de un atentado mafioso dirigido al empresario que lo llevó de gira, Henry Fariña. Sus restos fueron repatriados a Buenos Aires, donde miles de seguidores peregrinaron durante horas en el Teatro ND/Ateneo para darle un último “gracias”.

Inspirador de multitudes, éste muchacho agradecido y sencillo, consiguió llegarle a todos aquellos que se quedaban siempre esperando lo que Facundo tenía para decir. Su vida tomó un rumbo político casi sin quererlo, y su música demostró que aunque su autor ya no esté, lejos de ideologías y partidismos, a la gente sólo le queda la música. No es poco.