Corajudo el don. Digno protagonista del mundo arrabalero y folletinesco al que se le adjudica pertenencia. ¿Apenas un personaje más de los tantos que arroja esta querida Buenos Aires? Alimentados por el mito colectivo de la ciudad en la que han caminado como toros en rodeo propio, los guapos sí que escribieron historia de la linda. O de la no tan linda… Puñal va, cuchillo viene, y calzándose los lienzos de heroicas patriadas –más no fuera dentro de su propio feudo– los guapos han hecho de su astucia e ingenio el combustible ideal de sus sin iguales historias. ¿Nos acompaña a revelarlas?
Mujeres, divino tesoro
A flor de letras de tangos y milongas, los guapos supieron asomar por entre cortes y quebradas a fuerza de coraje y valor. Criollos, y a mucha honra, lo suyo han sido los suburbios…y las mujeres. ¿Acaso había mejor motivo por el que exponer su generosa y exacerbada masculinidad? Pues, si de féminas se trataba, estos muchachotes no se andaban con chiquitas… ¡Pobre del ventajero que intentara birlarles a la doña de turno! Viriles a más no poder, la posesión femenina marcaba el terreno ante sus osados contrincantes, permitía toda exhibición de valentía en su nombre, y hasta contribuía con su bien ganado respeto. Claro que los códigos que suponía su mundo –ese que de tan paralelo circulaba por fuera de la ley– más de una vez han quedado en la columna del debe. Al fin y al cabo, en su mera condición humana, había guapos de todo tipo: de esos que jugaban limpio, y de esos otros que no lo hacían tanto. Eso sí, la buenaventura solía estar del lado de los primeros, pues la hombría de bien abría las puertas abiertas de cualquier boliche.
Picando alto
Pero… ¿es posible hablar de nobleza en un mundo como el de los guapos? Claro está, la línea entre la justicia por la mano propia y le pendencia era muy finita. Vea usted… A la mentada valentía se sumaba también cierto espíritu competitivo, y hasta una actitud reacia para con el otro. Imagine usted, un hombre de temido respeto y respetado temor, de ninguna manera podía hacer buenas migas con medio mundo. Lo suyo era más bien exclusivo. De hecho, no han faltado guapos al servicio del poder; más no fuera en el reducido ámbito barrial. ¡Si lo habrán sabido en los comités! Fidelidad, compromiso, valentía y cuanto valor tuvieran bajo la manga nunca faltaban para el mandamás. De la práctica, mejor no hablar…
A la luz de la historia
Célebres criaturas del siglo pasado, más de un guapo ha trascendido con nombre propio. ¿Acaso alguna vez escuchó hablar del “Títere” de Villa Crespo? Pues sepa que esta guapo no era como cualquier otro: lejos de los duelos a punta de cuchillo, no tuvo reparos en proponerle un peculiar duelo a su par, conocido como “Maceta”. ¿De qué fue la contienda? ¡Le disputó el título de guapo en un partido de truco!
Sin embargo, dicen que dicen, el más temido del barrio era el “Manco” Ferreira. Robusto, trajeado y provisto de chambergo y facón, el don cuidaba las espaldas de uno de los capos de la zona. De modo que, susto va, amenaza viene, se hizo su buena fama de matón. ¿Qué si nadie podía con él? Ferreira acabaría bebiendo de su propia medicina: sentado en un bar, y disgustado por el ingreso de un parroquiano al que invitó a retirarse del lugar mostrándole su arma, encontró su final. Haciendo oídos sordos a la amenaza, el parroquiano sacó su revólver, le disparó dos tiros y se marchó sin chistar.
¿Sabe qué otro guapo no se andaba con rodeos? José “Cielito” Traverso, quien, un buen día, y cansado de que quien se divertía con mujeres ajenas, se dirigió al Café de Hansen y se hizo cargo del pícaro en cuestión.
¿Y ahora? ¿Qué nos cuenta? ¿Será que los guapos aún existen? ¿O será que su engrandecido recuerdo –tanto el del propio ser como el de sus hazañas– se ha quedado allí, en el 1900? Certezas se buscan… Pero que los hubo, los hubo. Y a estas breves palabras nos remitimos.