Harrods, el nombre de las compras

FOTOTECA

La mega y lujosa tienda donde todo se podía conseguir, esa fue Harrods. Única filial de la homónima londinense, lo suyo fue gloria y ocaso.

 

Como un escenario en el que la “obra” de la dorada sociedad porteña pasó por las tablas de nuestra historia de principio a fin, o de la ebullición a su declive. Tal vez así se presenta Harrods en el recuerdo o la evocación nostálgica de quienes hoy vemos su esqueleto, la “puesta” vacía que aún toma lugar en la manzana comprendida por Florida, Córdoba, Paraguay y San Martín. Un mojón, un monumento, o cuanta denominación remita al fin a un pasado glorioso: la de la primera filial internacional de la reconocida tienda inglesa homónima, que desembarcó en Buenos Aires allá por la década de 1910’ para subir aún más la temperatura de la fiebre europea que por aquellos años vivía la ya bien lejana reina del plata. Sí, la París de Sudamérica había tomado la posta. Y en Harrods comenzaba la función… ¿Gusta levantar el telón junto a nosotros?

Pionera

Londres. 1835. Pleno de centro de la ciudad. Como un tendal de tiendas de moda y artículos de lujo Harrods marcaría tendencia en la alta sociedad, y lo propio haría de este lado del charco. Déjeme decirle, sin nada que envidiarle… No en vano, ya lo decía el boca a boca: lo que no estaba en Harrods, no estaba en ningún lado. Todo, todito en aquella manzana de la tentación situada en la paqueta peatonal Florida. Los últimos gritos en materia de indumentaria, accesorios, mobiliario y decoración. Vea usted, alfombras, sillones, ¡pianos! Todo, todito al alcance de la mano y los ojos, exhibido en enormes vidrieras como no solía hacerse hasta el momento. Sí, una adelantada fue Harrods, también en materia de delivery. ¿O es que acaso uno podía llevarse un piano a su casa como quien se lleva una caja de bombones? La entrega a domicilio fue toda una pegada para esta mega tienda, incursionando en carros primero y camionetas después. Así que ya lo sabe, desde Florida 877 derechito a su casa. Lo que se dice, lujo puerta a puerta. Porque lo cierto es que la Harrods Buenos Aires no escatimó en refinamiento respecto a su alma máter. Con toda la carne puesta en el asador, abrió sus puertas en 1914 con solo dos pisos, contando incluso con una calesita en el segundo. Pero no fue sino hasta alcanzar los siete pisos finales que Harrods se convirtió en un gigante de las compas y más. Si es que los locales comerciales se sumaron una barbería para los caballeros, salones de té para las damas e, incluso, una biblioteca.

A todo trapo

Pisos de cedro y roble, escaleras y columnas de mármol. Cristales con bisel, ventiladores con palas de bronce y arañas de alabastro, esa piedra blanca y traslúcida símil mármol por la que, entrar a Harrods era revolear los ojos para arriba y para abajo sin siquiera haber alcanza a pispear los productos en venta. ¿Y qué me dice de los paseantes? Cual ejemplares de vidrieras o maniquíes vivientes, mujeres enfundadas en elegantísimos vestidos y hombres de galera y bastón recorren la tienda como quien más. A su juego las llamaban a ellas las delicadas telas de alta costura en venta, y a ellos los puros con que viciaban los aires del salón de fumadores. Las tertulias en torno al five o’ clock tea y la política del país resuelta entre las brochas de los barberos. Y hablando de Roma, dicen que dicen, un religioso cliente quincenal de la barbería en cuestión era Adolfo Bioy Casares, mientras que un tal Jorge Luis Borges también era asiduo admirador de las vistas que el edificio tenía hacia la calle florida, sentado a una de sus mesas y sorbiendo café. Es que nadie quedaba afuera de las atracciones de Harrods. Con decirle que hasta echó mano al montaje de espectáculos para atraer más visitantes y levantar aún más sus ventas. ¿Que si lo precisaba? A juzgar por lo que era Harrods, ni tanto, pero cierto es que tuvo que vérselas cara a cara con algunos competidores. ¿Recuerda acaso a la gran Gath y Chaves? Eso sí, con mucha visión empresarial, ambas entendieron que la unión hace la fuerza, por lo que en 1922 se unieron fundando el Club Harrods Gath y Chaves, marcando el terreno en materia de alianzas. ¿Qué tal?

Barranca abajo

Porque los tiempos corrían y había que adaptarse a los nuevos gritos y necesidades, el año 1936 encontró a Harrods a cara y estructura refrescada: se ensancharon las escaleras, se colocaron ascensores y se re pensó la distribución de los comercios. Lo único que no cesaba eran el buen gusto y el lujo, y en un país que, los baches y crisis económicas, comenzó a “correr de atrás”, aquello acabó por cavar su propia fosa. Harrods quedó anacrónico. No por pecar de antigüedad, sino porque todo aquel glamour que pregonaba ya no se correspondía con el grueso de la sociedad porteña, con las costumbres y consumos de una población cada vez más recortada. Así fue como algunos de los pisos comenzaron a cerrar. Pero ni fue sino hasta los años ’90 que Harrods recibió la estocada final. Con el auge de los shoppings y el consumo más descartable. Por lo que en 1998 sus puertas cerraron definitivamente. Nadie pudo salvar a este Titanic de su final, ni aun habiendo estado bajo el radar de El Corte Inglés, de España, o de Printemps, de Francia. Fue adiós definitivo. Sí, aunque la esperanza es lo último que se pierde.

Bajo llaves

Aunque declarado Patrimonio Histórico de la Ciudad, el edificio de Harrods tiene dueño. Aquel del que poco se sabe, incluso sus propósitos para con la propiedad: Atilio Gibertoni. Cierto es que, desde su cierre, algunas reaperturas para espectáculos o muestras específicas han tenido sitio en el lugar, pero una vez concluidas vuelve el hermetismo; el trabajo solapado, pero trabajo al fin. Que lo diga sino el bueno de Ángel Amado Píccolo, restaurador argentino que, gozando de prestigio y reconocimiento mundial, casi que silbando bajito ha empezado sus tareas de restauración en el edificio allá por el 2018. Y aunque con un frenazo en el 2020 por causa de la pandemia, el don ya hecho de lo suyo, y bueno: restauró los grandes candelabros de los salones, le dijo adiós al óxido de barandas y bienvenido, nuevamente, el brillo a los cristales. Una tarea sin vencimiento a la vista, piso por piso. Esos en los que aún sobreviven desde máquinas de escribir apiñadas y sillones de peluquería entre otras joyas tales como 40 mil libros de edición de la propia tienda, con portadas tanto en español, como en francés, italiano y, cómo no, francés. ¿Acaso Harrods atesora también una antigua imprenta? Misterios que quizá algún día sean revelados, así como las propias puertas de este gigante esperan algún día volver a abrirse.

Tiendas en combinación con un hotel y residencias. Se cree que ese podría ser el destino de esta manzana ilustre, intimidante en su nostalgia. Quien dice, tal vez la función vuelva a comenzar.

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