El color de Latinoamérica, las milenarias tradiciones asiáticas y hasta los más disímiles rasgos europeos plasmados en el rostro de cualquier porteño. Sí, para pegarse una vuelta al mundo no hace falta traspasar fronteras; sino explorar los rincones de una Buenos Aires que abrió las puertas de su historia a quien allí quisiera escribir la propia. Así, un popurrí de culturas y costumbres foráneas han sabido moldear nuestra identidad a lo largo de los años. Y de qué manera… Barrios, monumentos, edificios, comidas, hábitos, facciones y hasta formas de hablar develan el legado. La inmigración ha dejado su sello en la impronta urbana y en la de sus habitantes. La pregunta es… ¿Desde cuándo?
En blanco y negro
Desde las expediciones rioplatenses de Ulrico Schmidl hasta nuestros días, la historia de Buenos Aires ha sido un verdadero inventario de pasaportes. Y el crisol de razas resultante alcanzaría límites insospechados: allá por 1810, en el preámbulo de la Revolución de Mayo, criollos y españoles tenían compañía en el Virreinato. La esclavitud haría posible que la población Afro representara un 30% del total de habitantes. Restringidos a las costas del Río de la Plata y celosos de los rituales de su cofradía, los negros dijeron presente en la ciudad a puro Quilombo. ¡Y que no se malinterprete! Así se llamó a los refugios en que aquellos se reunían a practicar su música. Claro, sin saber que aportarían una nueva voz a nuestro diccionario cotidiano… Y un contagioso ritmo a nuestros oídos: el Candombe. Lo cierto es que aquel desparpajo candombero supo convivir con la rigidez británica. ¿Cómo? Tras las Invasiones Inglesas, muchos prisioneros anclaron definitivamente en suelo porteño (Si lo habrá sabido la pulpera Martina de Céspedes). Aunque el arribo de ingleses tuvo su apogeo tras la apertura de Buenos Aires al comercio internacional, una vez consumada la Revolución. Contrariamente, la población negra decrecía ante el embate de la fiebre amarilla y el fuego cruzado de la Guerra del Paraguay. Casi un anticipo del desvelo que haría realidad la llamada Generación del ’80: el blanqueamiento poblacional.
Todos a babor, todos a estribor
Una Buenos Aires inspirada en las grandes metrópolis europeas se gestaba a fines del siglo XIX, y a la arquitectura de importación se le sumó un ingrediente fundamental: la población. Génova, Nápoles, Cádiz, Vigo, Burdeos y Hamburgo fueron algunos de los puertos desde los que cientos de inmigrantes españoles e italianos, en su mayoría, partieron en busca de nuevos sueños de prosperidad. Y lo harían para ya no marcharse. Sus apellidos seguirían resonando en los descendientes actuales, sus dialectos harían eco en los conventillos y hasta en las hinchadas de fútbol (Si ser de Boca es ser Xeneixe), su música y su melancolía daría vida a nuestro Tango, y lo mejor de su cocina también haría lo propio: ¿Cómo resistirse a una buena paella en algún bodegón de la Avenida de Mayo o a una pizza sobre la noctámbula Corrientes? Eso sí, ¡La pasta de los domingos sale en casa! ¿Y qué hay de la cocina vasco-francesa? Con fuerte presencia en la escena culinaria porteña, rinde homenaje a sus antepasados: la inmigración francesa estuvo dada fundamentalmente por campesinos venidos del sur, en busca de nuevas tierras. Y lo mismo ha ocurrido con los vascos, a quienes el centralismo español y algunos coletazos económicos de la Revolución Francesa animaron a partir. Tanto así, que Argentina es el país del mundo que mayor número de inmigrantes vascos ha recibido.
Desde el Este, con amor
Hasta aquí, todo a pedir de boca de Sarmiento y compañía. Sólo que detrás de los abnegados campesinos y el sueño de “tierra prometida” hubo otra realidad: la de la persecución y la huida. Tanto la Primera y Segunda Guerra Mundial como los reveses políticos y sus regímenes hicieron mella en la Europa del Este: armenios, húngaros, austríacos, búlgaros, croatas, checoslovacos y hasta rusos empacaron sus ilusiones de paz con destino a Argentina. ¿Las consecuencias? Los checos y eslovacos constituyen aquí la segunda colectividad más importante en el mundo, luego de la presente en Estados Unidos. Al tiempo que en nuestro país se encuentra la diáspora de rusos y descendientes más grande de toda América del Sur. Algo en lo que caída del bloque soviético mucho ha tenido que ver. En la misma sintonía, ucranianos y rumanos se sumaron a la lista de “arribos” junto con otros tantos inmigrantes asiáticos. El comunismo en China ha sido uno de los motivos por los que, hoy en día, la colectividad taiwanesa ocupa el 4º lugar en nuestro país. Y la presencia del Barrio Chino porteño da cuenta de ello; al tiempo que demuestra que las oportunidades comerciales han sido otro gran anzuelo para esta milenaria cultura oriental. Al fin de cuentas, ¿Quién no tiene un mercadito chino a la vuelta de la esquina? Coreanos y japoneses, también se sumaron al “aluvión amarillo”.
Siglo XX, cambalache
Haciendo honor al título del Tango compuesto por Enrique Santos Discépolo, el siglo XX sería protagonista de un “trueque”: Europa por América. Y el podio de los “nuevos inmigrantes” estaría en manos de nuestros hermanos continentales. Claro que algunos son de larga data. Tal es el caso de los bolivianos (Los primeros que llegaron lo hicieron desde el Virreinato del Alto Perú), quienes hoy en día representan la colectividad más grande en Argentina. Y no es para menos: la proximidad geográfica ha amalgamando sus tradiciones y costumbres con las del Noroeste argentino. Lo mismo ha ocurrido con los paraguayos, quienes -además de ocupar el 2º puesto en el ranking- comparten sus raíces guaraníes con el litoral de nuestro país. Finalmente, el 3º lugar es para la colectividad peruana; mientras que colombianos, ecuatorianos y hasta brasileros (favorecidos por los cambios y oportunidades que originó el Mercosur en 1991) completan la lista con minorías. Pero eso no sería todo: los años ’90 darían una nueva oportunidad a las colectividades de raza negra. Migrantes procedentes de Senegal, Malí, Nigeria, Ghana, Camerún y Guinea -entre otros- marcaron una nueva etapa en flujo poblacional de África a nuestro país. ¿La zona de asentamiento elegida? El “barrio” de Once, desde entonces también llamado La pequeña Dakar.
Así, Buenos Aires se presenta como el corazón de un país en el que todos encuentran su refugio. Y, más allá de las fronteras, en el acto de preservar lo propio y respetar lo ajeno reside el secreto de una convivencia multicultural. Esa que habla de nosotros y, a la vez, nos invita a descubrir nuevos mundos. ¡Nada mejor que darse una vuelta!