Isla Maciel, volver a la orilla

FOTOTECA

Desde la Casa Museo del Carpintero Ribera, la Isla Maciel vuelve a la fuente: la orilla que dibujó su historia. Pase y mójese los pies.

Una isla que no es isla, y un ayer puede ser mañana. Sí, señor@s, de dicha contradicción van estas líneas. Aunque verá que no lo son tanto. Pues lsla Maciel, tan continental como su vecino de orilla, el barrio de La Boca, recoge las piezas de su ayer para cimentar una revalorización que permita un mejor mañana. Y tras las “vitrinas” de la Casa Museo del Carpintero de Ribera, se hace posible. Venga, cruce y conozca sin ahogarse en el intento.

Continental

Fundada en 1887, Isla Maciel sí que rindió tributo a su nombre en sus primeros tiempos. Perteneciente al municipio de Avellaneda, miraba –y aún hoy– las orillas de la ciudad de Buenos Aires Riachuelo mediante. Claro que para entonces, cuando el arroyo Maciel no había sido aún entubado (y no lo sería hasta mediados del siglo XX), lo propio hacía con las costas de sus linderos pagos bonaerenses. De modo que, efectivamente, la isla Maciel supo ser una isla con todas letras: agua hacia un lado, agua hacia el otro. Sin embargo, una vez contenidas las aguas que le dieron bautizo, la lindera localidad de Dock Sur, ya a límite seco, pareció permearse en el mapa. ¿Quién era quién por aquellos lares en los que la gente iba y venía sin distinción de territorio? Los pobladores de Isla Maciel siempre lo tuvieron claro, y en honor a esa pertenencia es que hoy procuran que la isla más continental de todas alce su nombre por sí misma. Ni Dock Sud ni el “otro lado” de la Boca. Isla Maciel, allí donde las banderas celestes y azules copan ventanas y se percuden en murales por amor al Club Atlético San Telmo, cuyo estadio se alza allí desde 1926. Por si las dudas, ¿sabía usted que los colores originales fueron el azul y el celeste? Pasa que meta lavar camisetas, el azul comenzó a desteñir, vio…

A todo vapor, a todo fervor

¿Qué si Isla Maciel tuvo su tiempo de gloria? Aunque las cosas nunca le fueron fáciles (el sur siempre se las ha visto fuleras), Isla Maciel tuvo sus tiempos concurridos, en los que recorrer sus calles era sinónimos de trajín: inmigrantes de aquí y allá, actividad portuaria, industrias. El viejo y querido puente trasbordador haciendo de las suyas. Inmenso, todo un coloso, símbolo del auge productivo nacional (¿lo recuerda?), resultó ser un gran aliado a una y otra orilla del Riachuelo. Si algo no faltaba en la zona era “laburo”, más tampoco fragor, vocerío, humo. La tierra en las suelas tras el trabajo de siembra en las quintas y la humedad del río que calaba tras cada subida. El despojo de los materiales portuarios, chapa, madera; todo cuanto las aguas corrían, hinchaban. Una suerte de Babel fabril, esa fue Isla Maciel, cuyo rostro se vio delineado fuertemente por las migraciones europeas de mediados y fines de siglo XIX, cuando ya comenzó a funcionar la primera empresa naviera, y de comienzos del siglo XX, ante el arribo de frigoríficos y curtiembres provenientes de Zárate y Campana. Y de la mano de esta actividad, trabajadores provenientes del interior del país que comenzaron a asentarse en la zona. Lo demás, ya es historia conocida: las crisis mundial de los años ‘30, el declive del modelo agroexportador… Isla Maciel ya no fue tierra de oportunidades, decayó el trabajo portuario y, cual efecto dominó, la vida comercial asociada a todo aquel movimiento. Y el sitio en que el trabajo era promesa segura, dejó de ver llegar gente en su búsqueda para ver partir a la propia. Las oportunidades ya no estaban allí, sino fuera.

De orilla a orilla

Claro que no todas las historias continuaron frontera afuera, y de eso bien supo, y sabe la familia Eusebi. Corría el año 1892 cuando la primera generación de inmigrantes de los Eusebi anclaba en Buenos aires tras dejar atrás a su natal Ancona, pueblo de Italia. Y desde entonces la historia no dejaría de escribirse: bisabuelo, abuelo, padre y nieto fueron pasándose la pluma. Y las herramientas… Bisabuelo Eusebi fue carpintero. Ah, y uno de los primeros 160 habitantes de Isla Maciel. Por lo que vaya si tuvo derecho de piso, además de oficio: el de reparar y armar botes y casas. Y de bisabuelo a abuelo y de abuelo a padre. “Pocho”, el último carpintero en repara los clásicos botes que se usaban en la “isla”, muchos de los cuales llegó a repararlos a orillas del río, bajo los fierros del puente trasbordador: un símbolo en sus vidas, en el suceder de las generaciones. Por lo que Eusebi hijo, Horacio, no dejaría que tanta historia se fuese por la borda. Ni la suya ni la de sus queridos pagos. Por lo que herramientas, fotos e historias mediantes, Horacio fue construyendo el rompecabezas de los suyos, más también del día a día de Isla Maciel. Y pieza a pieza convirtió su casa-taller en un museo: la Casa Museo del Carpintero de Ribera.

 

Hubo un día en que el puente trasbordador dejó de funcionar. Esa historia de la hemos contado ya. ¿Pero qué hay de su regreso? En 2023, a esfuerzo compartido entre Acumar, el Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación, Vialidad Nacional, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y la comuna 4 de la Ciudad de Buenos Aires, el cruce del Riachuelo en la “cesta” del puente se hizo posible. Desde las orillas de La boca hacia Isla Maciel. ¿Y quién espera allí, al otro lado? Horacio y compañía. Vecinos del lugar para los que hacerse de su propia historia, repasarla, compartirla, es calve para una revalorización que siembre un mejor futuro. Y así, entre caminatas por las calles y el material de una y tantas viadas a la vera del río que la Casa Museo del Carpintero de Ribera conserva, Isla Maciel vuelve a abrir sus puertas, su tierra, como alguna vez supo hacerlo. La grata costumbre de la continental isla que, tantas veces ensombrecida por el olvido y el rechazo, no se olvida de recibir.

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