Jardines, una historia puertas adentro

FOTOTECA

Con recorrido propio, los jardines privados han escrito su buena y superviviente historia. Deseados oasis urbanos, que los hay, los hay.

Que si hablamos de jardines y su historia, con el “Botánico” a la cabeza, no hacemos más que pensar en paseos públicos, de esos que una sociedad porteña hambrienta de distracciones elitistas y naturaleza selecta supieron demandar. Pero lo cierto es que también los hubo puertas adentro, convirtiéndose así en uno de los más preciados tesoros intramuros. Verdaderos oasis como en el que nuestros pagos de Defensa 1344 resguardamos para usted. ¿Se atreve a una reparadora pausa?

Lujo de importación

Promediaba el siglo XIX cuando paisajistas y jardineros, siguiendo el tren de los arquitectos involucrados, se cargaron al hombro los primeros jardines privados de Argentina. ¿Dónde? En las más opulentas estancias y residencias que la alta sociedad encargaba construir sin tapujos, a puro chiche y, cómo, con todo el verdor. Europa era el espejo recurrente de la época, y a la hora de la flora, de este lado del océano no querían quedarse atrás. De hecho, la mayoría de la vegetación a la que se recurría era importada. Hasta que uno de afuera haría valer lo de adentro. ¿Recuerda al querido Carlos Thays? Pues no fue otro que este francés quien comenzó a introducir especias autóctonas también en los jardines privados de quienes pudieran darse el lujo de contratarlo. Aunque, a decir verdad, no sólo de influencia francesa fueron nuestros más destacados jardines de antaño; sino que el romanticismo inglés también hizo de las suyas.

Verde mixto

¿Naturaleza en estado puro o premeditado? He ahí el quid de la cuestión. Y entre las influencias francesa e inglesa, el estilo nacional adquirió un poco de cada cual. Del romanticismo del Reino Unido, propio del siglo XVIII, tan adepto a la libertad de formas y belleza sin censuras, a la formalidad del absolutismo francés. Por lo que las malezas, los arbustos y los accidentes naturales del terreno –lo que se dice, naturaleza casi, casi salvaje, sin domesticar–, se vieron enmarcados por la opulencia francesa Huyendo de su geometría, más no así de su refinamiento, los jardines nacionales tomaron del país galo  sus distinguidos accesos. Muy especialmente, en las estancias, donde la amplitud de espacio daba vía libre a la irregularidad inglesa, más no sin un ingreso a lo grande, que diera jerarquía nomás entrar a la propiedad.

Oasis porteño

Y si la aristocracia se regodeaba en el verde de sus casas de campo o mansiones, en pleno corazón de la ciudad, los petit hoteles siguieron la norma. Sí, a pesar de la herencia española, una tradición en la que el verde no abunda en los espacios públicos. Así pues, tampoco al abrigo del hogar. Un patio, tras otro patio, tras otro patio. Si le habremos contado ya acerca de las construcciones coloniales… El caso es que, en los fondos, las supervivientes quintas escaparían a su destino meramente productivo para convertirse en auténticos refugios naturales. Claro está, aquellos en los que la construcción madre también ha sobrevivido. Y tal vez haya sido el paso del tiempo, su modernidad y el minimalismo que ésta trajo consigo, también a nivel paisajístico (como el caso de los jardines verticales), uno de los motivos por el cual los jardines privados sean hoy una de las más buscadas parlas urbanas.

Ufanos de la propia, allí, en los fondos de nuestra casona, no nos queda más que extender estas líneas como mero preámbulo. Custodiado por la querida y añosa glicina, el jardín de la pulpería Quilapán abre las puertas a todo quien en su belleza procure reposar.