Jorge Newbery, el cielo hecho realidad

FOTOTECA

Primer hombre en cruzar el río de La Plata en globo y monoplano, Jorge Newbery hizo de su pasión por los aires una proeza en vida.

Porteño hasta la médula, Jorge Newbery asomó a las luces de la Buenos Aires un 27 de mayo de 1875. Vivió en la calle Florida, calzó las mejores pilchas y se movió en un círculo de gente “bien”, como se decía. Todo un cajetilla, dirían otr@s tant@s. Pero lo cierto es que tras todo ese porte señorial latía un corazón aventurero. Cuanto menos, inquieto. Vea usted, don Jorge Newbery fue ingeniero e investigador, sí, pero también un gran deportista: boxeo, esgrima, tiro, remo, natación, equitación, polo, automovilismo… La lista sigue y fatiga. Pero Jorge Newbery tenía su buena cuerda. ¿Acaso era aquel el cóctel perfecto para convertirse en amo de las alturas? Así parece… Pionero en la aeronáutica nacional, lo suyo fueron muchos más que aires soñadores. Lo suyo fueron cielos hechos realidad. Y desde éstas líneas los surcamos.

Con todas las luces

¿Acaso el apellido Newbery le suena algo gringo? Pues está usted en lo cierto, hijo del dentista norteamericano Ralph Newbery, el bueno de Jorge tuvo su ADN sudamericano de parte de madre, la dama criolla Dolores Malargie. De modo que sus ocho años lo encontraron ya, solito y solo, de paseo por suelo neoyorquino en plan de visitar a sus abuelos. Fue entonces, allá por 1883, cuando presenció nada menos que la inauguración del puente de Brooklyn; una maravilla monumental que acabó por deslumbrando, gestando en su corazón ese tipo de sensaciones que solo se desprenden de lo inmenso, y en busca de las que Jorge Newbery habría de ir en vida una y otra vez. Del mismo modo, Estados Unidos también volvería a estar en su horizonte: al terminar los estudios secundarios viajo a Norteamérica para formarse como ingeniero electricista. ¿Y sabe de la mano qué maestro? Thomas Alva Edison, alma páter de las luces eléctricas. Por cuanto, a su regreso, Jorge Newbery también encendió unas cuantas lamparitas: fue nombrado Jefe de la Compañía de Luz y Tracción del Río de la Plata.

Se va para arriba

Sin embargo, Jorge Nebery contaba con su propio cable a tierra: un compendio de pasiones deportivas que lo pintaban de pies a cabeza como el aventurero que también fue. Hemos dicho, remaba, corría carreras, le daba al florete de lo lindo y con reconocimientos. Hombre anfibio, se movía tanto en las aguas como en el asfalto o la pedana, pero su medio predilecto, aquel que le develaba como ninguno, era el aire. Y allí habría de conquistar una de sus primeras hazañas: para la navidad de 1907 cruzó el río de La Plata a bordo de su globo aerostático “El Pampero”. Se trató del primer cruce aéreo sobre agua que se realizaba en el país, y el puntapié inicial para la inauguración del Aero Club Argentino un año después. El caso fue que, una vez concretado el bautizo, Jorge Newbery le agarró el gustito a la cosa: realizó 40 viajes en globo, continuando incluso luego de que su hermano Eduardo desapareciera en las alturas con El Pampero, y su cuerpo jamás fuera encontrado. De modo que dio vida a nuevas criaturas aerostáticas: El Patriota y El Huracán, en homenaje a su hermano. Claro que este último tenía una particularidad. Se trataría del más grande que alguna vez se remontase en el país, y con él batió el record sudamericano de duración y distancia de vuelo: 550 kilómetros en 13 horas, el 28 de diciembre de 1909.

Con el piloto puesto

Llegamos entonces al año 1910. ¿Le dice algo? Sí, centenario de la revolución del 25 de Mayo. Y Jorge Newbery participaba entonces del alumbramiento de la ciudad en aquel día histórico, al tiempo que obtenía su brevet o licencia de piloto de aviones, convirtiéndose en uno de los primeros aviadores iberoamericanos. Por cuanto ya siendo un hecho el Aero Club, don Jorge iría por más: convencer al presidente Roque Sáenz Peña de fundar la Escuela Militar de Aviación, de la cual sería presidente. Una vez más, Newbery sacaba chapa de pionero, pues se trató de la primera en toda América Latina. De modo que la aviación se convirtió en el único amor de nuestro protagonista. De modo que relegó toda otra actividad para seguir dando rienda a sus proezas aéreas. Una vez más cruzó el río de La Plata, aunque a bordo de un monoplano, ida y vuelta en el mismo día. Sí, aplaudan y no dejen de aplaudir. Pues sus despegues y aterrizajes son presenciados y festejados por multitudes. En especial, cuando el 10 de febrero de 1914 bate un nuevo récord en materia de altura: a bordo de un nuevo monoplano alcanzaba los 6.225 metros. ¡Tomá mate! Por cuanto un nuevo cruce se perfilaba en su horizonte. Newbery cambiaba la chatura del rio de la Plata por los cordilleranos Andes. Tras haber alcanzado tamaña altitud, aquello era posible.

En vuelo eterno

Comenzaron entonces los vuelos de entrenamiento en Mendoza, en compañía de sus amigos Tito Jimena Lastra y Teodoro Fels, junto a quienes recorre la cordillera en mula para mayor conocimiento del terreno y el clima. Solo que antes de concretar la hazaña, Jorge Newbery participa de un almuerzo junto a políticos y figuras de la sociedad mendocina. Y allí la tentación a la que no debió rendirse. O, al decir de much@s, un consentimiento por pura cordialidad: una señora allí presente le pide una demostración y Jorge Newbery acepta. Para ello pide prestado su avión a Teodoro, a pesar de le advirtiera de algunos desajustes. Pero allí fue junto a Tito, acrobacia va y viene, hasta que a unos 500 metros el avión falla en el aire y se precipita hacia la tierra. “¡Agarrate Tito!”, fue lo último que alcanzó a oír de su boca el sobreviviente coequiper. Pues aquel 1 de agosto de 1914, a los 38 años, Jorge Newbery decía adiós para siempre. Aunque la respuesta a aquella partida duraría mucho más que tan estrepitosa caída. Una caravana en tren acompañó su cuerpo embalsamado desde Mendoza a Buenos Aires, mientras estación tras estación, la gente de los pueblos acudía a despedirlo a la pasada. Finalmente, ya arribado a Buenos Aires, una carroza lo condujo hacia el sitio de su velatorio: el club Sociedad Sportiva, donde había hecho de los suyas por tierra y aire.

Como bien supieron decir, aunque nunca grabar, el dúo Gardel Razzano en su tango “A la memoria de Jorge Newbery”: En un abrazo inmortal / la guitarra y el posta / sollozan por el atleta / de la Aviación Nacional (…) ¡Titán que al rayo y el viento / desafió en su trayectoria / no morirá tu memoria / serás grande entre los grandes / aunque el laurel de los Andes / no resplandezca en tu gloria!

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