Juana mezcla los dolores de cada partida para elaborar su mejor receta: reinventarse. Del destierro le brotan palabras. Los agravios se van transformando en granitos de confianza en sí misma, levadura que no deja de crecer. Peina soledades en cada bucle y los nace en escuela, hijos o libros. Juana Manuela Gorriti se rebela sin gritos y con su vida enseña a rebelarse.
“El hombre que enlutó mi destino entero”
La primera ausencia es la de la tierra. Por eso desde siempre hace suya la geografía andina de los tres países que la habitan: mujer de Argentina, Bolivia y Perú. De niña debe emigrar a Bolivia por diferencias de su padre, el General jujeño José Ignacio Gorriti, con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Tiene 15 años cuando se enamora y se casa en La Paz con el Capitán Manuel Isidoro Belzú. Es el tiempo de calidez de hogar en la joven familia donde crecen dos hijas. Enseguida, de nuevo las turbulencias políticas tocan la puerta de Juana. Belzú se pone a la cabeza de un movimiento que intenta destituir al entonces presidente José Ballivian y termina expatriado al Perú junto a su familia. Sin embargo, el matrimonio no resiste abandonos e infidelidades cruzadas. Luchas e idas y venidas del poder se mezclan en los asuntos más íntimos.
En Lima, ya sola con sus hijas, abre una escuela de educación primaria. También se atreve al desafío de compartir la escritura, a medida que vaya saliendo, con la tibieza del pan, las empanadas o la mazamorra. Amasa cuentos y novelas que se ofrecen en rondas literarias y se publican en Chile; Colombia; Venezuela; Argentina, España y Francia. Llegan otros hijos y otros amores, aunque a nadie vuelve a llamar marido.
Lo íntimo y colectivo a la vez
En la cocina cura lo que dejan sin sanar las letras. Combina recetas con historia, sabores que no pueden sino tener los colores del paisaje. Trata de exorcizar la muerte que parece pisarle siempre los talones: la muerte de los padres, de su hermano, de Belzú, de dos de sus hijos, el anuncio en los huesos de su propia partida.
En 1865 promete venganza por el asesinato del Capitán Belzú y señala que suya había sido la causa del pueblo en Bolivia. Sin embargo, otros menesteres la esperan en Perú, que sólo un año después se declara junto a Chile en guerra contra España. Entonces Juana rescata heridos tantas veces como le dan las fuerzas, lo que le vale la Estrella del 2 de Mayo, condecoración más importante otorgada por el gobierno peruano.
La vida ecléctica
Casi diez años después se instala en Buenos Aires donde la reconocen como escritora prestigiosa, título hasta entonces circunscripto al ámbito masculino. Funda el periódico La alborada argentina, donde escribe principalmente artículos referidos a las mujeres. En el medio vuelve a Perú, la esperan sus reuniones literarias de los miércoles por la noche, la risa de los amigos. De nuevo en Argentina viaja en tren a Salta, vuelve a la casa de Horcones, de la que nunca se fue del todo.
Entre tanto andar se le van haciendo añicos los pulmones, y qué decir del corazón, tantas veces zurcido, lavado y vuelto a su sitio. Muere en Buenos Aires el 6 de noviembre de 1892, a los 75 años.