Las infancias son ese lugar en el que el mundo adulto se vuelve chiquito: se lo hace formas y colores, se lo domestica en el espacio más inmediato, en la fantasía de lo posible. ¿Qué creamos cuando jugamos? ¿Qué replicamos? Los contextos hacen las historias imaginadas, sus objetos participantes, sus juguetes. Es el mundo decodificado en un entretener, en un crear, en un jugar. Porque cada pueblo del mundo supo idear sus propios juegos en determinado tiempo y espacio, los juguetes nativos lejos están de lo trivial. Carta inocente pero veraz de identidades colectivas, vaya si han hecho camino al andar… ¿Y usted? ¿Gusta de abrir la puerta para ir a jugar?
Cosa seria
Al decir de la UNESCO “El juego está enraizado en lo más profundo de los pueblos, cuya identidad cultural se lee a través de los juegos y los juguetes creados por ellos: las prácticas y los objetos lúdicos son infinitamente variados y están marcados profundamente por las características étnicas y sociales específicas. Condicionado por los tipos de hábitat o de subsistencia, limitado o estimulado por las instituciones familiares, políticas y religiosas, funcionando él mismo como una verdadera institución, el juego infantil, con sus tradiciones y sus reglas, constituye un auténtico espejo social”. ¿Entonces? Definitivamente los juguetes son cosa seria. Su natividad lo es. Porque cada niño o adulto echó mano a lo que había en su lugar, se inspiró en su mundo circundante, en su microcosmos, convirtiendo a los juguetes en una creación identitaria.
Juego al andar
La pregunta es, ¿de dónde cree usted que provienen los juguetes de nuestra infancia? Trascendiendo generaciones, así como las costumbres, así como las comidas y hasta la música entre otros etcéteras, los juguetes nativos se han ido amoldando a las conquistas, migraciones, delimitaciones territoriales y crisoles culturales. Se sorprendería si le contamos que en los pueblos originarios de América se encuentran antecedentes de juegos con pelota, aunque siempre de la mano con la naturaleza circundante. Así pues, encontramos pelotas hechas con hojas de chala y plumas, hilos de chaguar al servicio de boleadoras, baleros de madera y, a falta de fichas plásticas, juegos cuyas piezas son huesos o maderas pintadas que figuran animales locales. Porque los contextos, más que limitar, vaya si pueden inspirar…
Desde la tierra madre
Cierto es que, a pesar de toda transformación, siempre es posible volver a las fuentes. Sobre todo, si de una buena iniciativa se trata. Así es como en el misionero pueblo de Profundidad, de apenas 900 habitantes, un grupo de mujeres se ha cargado al hombro un proyecto de alto valor local: crear muñecos, máscaras y juguetes de fieltro inspirados en la selva misionera. Todo comenzó en el año 2010, cuando la Municipalidad promovió capacitaciones para mujeres rurales en pos de recuperar el valor de la fibra lanar, desechada de la cría de carne ovina. ¿Qué si tuvieron éxito? Hemos dicho, los juguetes nativos, artesanos, son mucho más que un simple entretenimiento. Cuando menos, una carta de presentación, la cual ha viajado hasta el país Galo. Sí, sí. Tras una presentación en la Casa Nacional del Bicentenario allá por el 2017, las piezas han viajado hasta París. ¿Qué tal?
Los juguetes nativos hablan de los pueblos, cómo no. Nos cuentan sus usos y costumbres, su visión de mundo, su geografía posible. Los juguetes nativos hablan de las sociedades, de su escala de valores, de sus roles, de su vínculos. Los juguetes nativos nos hablan de la tierra, de sus recursos, de su flora, de su fauna, de su bioma. Los juguetes nativos nos hablan de nosotros. De más está decir… hecha está la invitación de volver a ser un niño, de consentir a aquel que todos llevamos dentro, y reencontrarnos con nuestro propia gen. Claro está, inocencia de por medio. Pase, juegue y no deje de jugar…