La taba, tratando de no quedarse seco

FOTOTECA

Azar a la criolla y apuestas ilícitas, esas pequeñas y grandes cosas traía aparejado jugar a la taba.

Juego criollo si los hay, la paisanada lo aprendió de los españoles y parece que ya los griegos andaban por ahí tirándole huesos al azar. Porque la mentada taba, no era otra cosa que un hueso astrágalo vacuno y cada gaucho solía tener la suya, adornada con detalles personalísimos.
Rural y clandestino, jamás fue legalizado y era perseguido por las autoridades para evitar alborotos, peleas y discusiones propias del manejo informal del dinero. Porque la taba, más que un juego, es una apuesta. El gaucho lo practicaba no por diversión, sino por vértigo y casi como un medio de vida. El “queso” o campo de juego era una simple raya trazada en un terreno preferentemente blando y apenas húmedo. De cada lado, a unos seis o siete metros de distancia, dos gauchos frente a frente, mano a mano, jugaban a ganar o a quedarse seco.

Como siempre, cuando hay guita de por medio, se regían por un conjunto de reglas consuetudinarias que se acataban con mayor o menor fervor. Básicamente, se trataba de arrojar la taba del otro lado de la raya. Si caía con la parte lisa hacia arriba, el tiro era ganador y se llamaba suerte. Si lo hacía con la parte hueca, era perdedor y se llamaba culo. El tiro pinini, que consistía en clavar la tapa en forma vertical, cambiaba de valor de acuerdo a lo estipulado por los participantes. Los de afuera eran de palo, pero tampoco se abstenían de apostar. Sea a mano de uno u otro competidor, sea a suerte, culo, panza, hoyo u ombligo. Cualquier contingencia que sufriera la taba servía para tentar al destino; lo importante era apostar. Y no solo dinero, sino que también se ponían en juego otros bienes o pertenencias.

“Pasaron la tarde en jugar a la taba mi tío, el porquero y el demandador; éste jugaba misas como si fuera otra cosa. Era de ver como se barajaban la taba: cogiéndola en el aire al que la echaba, y meciéndola en la muñeca, se la tornaban a dar. Sacaban la taba como de naipe para fábrica de la sed, porque había siempre un jarro en medio.” Quevedo (1626).

Hoy en día, este tipo de vicios son monopolio de bingos y casinos. El que busque la taba solo la encontrará en pequeños círculos de fanáticos, en pinturas alusivas o en la voz de algún cantor criollo que, como el más famoso de los nuestros, haya sufrido por ella los reveses del azar. Así y todo, no es poco.