Ladino, cuando el idioma hace la patria

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Idioma de los sefardíes, el ladino sobreviviente en Asia y Europa del Este limita con nuestro español latino. Geografías afuera.

Ladino suena a “latino”, sí. Y aunque cualquier similitud sea o no mera coincidencia, lo cierto es que no solo la musicalidad emparenta a ambos términos. Vale aclarar, la historia no comienza por estos pagos; sino más bien del otro lado del charco. Y aún así, las distancias saben paradójicas. Idioma y patria omnipresente de los judíos sefardíes, el ladino fraterniza desde un lenguaje que está mucho más cercano al español latino que lo que las tierras en las que aún se pregona y pronuncia permiten imaginar.

Peregrino

Corría el año 1492 cuando los Reyes Católicos de España expulsaban a los judíos de su territorio. Y, lejos de hacer la vista gorda a la situación, el sultán otomano Bayezid II, invitó a los desplazados a establecerse en la región de los Balcanes, donde, así como durante la presencia musulmana en suelo español, los pudieron conservar su religión y costumbre. ¿Algo más? De algún, modo, también su idioma: una suerte de español medieval que no ha perdido su esencia en este peregrinaje que ya data de más de cinco siglos. Tanto así que, lejos se asemejarse mayormente al español europeo, es dueño de algunas formas más propias del español latinoamericano. Pues, así como el castellano en nuestra América, el ladino ha hecho camino al andar; enriqueciéndose en un acrisolado derrotero de lenguas y dialectos.

Bagaje polifónico

Además de ladino, judeoespañol, judezmo, espanyolit, djidió (en Bosnia y Herzegovina, corazón de los Balcanes) y haketia (en el norte de África, donde también se establecieron los sefardíes –así llamados los judíos españoles y descendientes de ellos–). De todas estas formas es conocido este idioma que poco entiende de límites y territorios precisos, pero que mantiene cohesionada la identidad de todos quienes lo practican. Moldeado por las diferentes regiones que atravesaron sus portadores, el ladino adoptó palabras y sonidos propios de otros idiomas a los que fue expuesto. Así es como posee en su haber palabras tales como “fazer”  o “lavorar”, asociadas al portugués y el italiano. De allí que el ladino sea mucho más que una lengua, y en su instinto de supervivencia se haya convertido en un estandarte cultural para quienes todavía lo hablan.

Voz en baja

Si 500 años no han sido suficientes para acabar con el ladino, sí que el paso del tiempo ha hecho mella en su presencia. Principalmente, por la merma de su población parlante. Y para muestra, un botón: antes de la Segunda Guerra Mundial, en Sarajevo, la capital bosnia, la población judía ascendía a las 12.000 personas, habiendo llegado incluso a imprimir su propio periódico en idioma ladino. Pero el fatal Holocausto solo devolvió con vida a 2.500, muchas de las cuales mermaron el uso del ladino para mayor anonimato.  Desde entonces, en el caso puntual de Sarajevo, los sefardíes compartieron sinagoga con los judíos ashkenazis –cuyos ancestros estaban ligados a suelo alemán y francés–. El idioma yiddish practicado por éstos limitó más aún el uso del ladino por parte de los sefardíes, quienes prácticamente se limitaron a hablar en serbo-croata.

Así la historia, el ladino es considerado por la Unesco uno de los 6.000 idiomas del mundo en peligro de extinción. Además de los motivos detallados en el caso de Sarajevo (aplicado a los sefardíes presentes en diversos territorios por iguales causales de persecución), el presente tampoco colabora: los jóvenes sefardíes, ligados por sus antepasados a la cultura hispánica, optan por aprender español moderno. Por lo que, de no renovar éstos votos con la lengua de sus antepasados, el ladino permanecerá en las gargantas de los sefardíes más añosos, aquellos cuyo fin implicaría también el final del idioma. Tan cerca pero tan lejos, tan familiar como ajeno, bienvenido sea su eco por estos pagos.