Leche cuajada, los escritores sean unidos

FOTOTECA

¿Sabía usted que un folleto sobre leche cuajada La Martona reunió por primera vez a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares? Pase y lea.

Que La Martona sentó las bases de las famosas lecherías de antaño, eso ya se lo hemos contado. Pero que sería su leche cuajada quien le diera el puntapié a una dupla literaria de aquellas, vaya si le sorprende, ¿verdad? Y no es para menos, ¿acaso un folleto sobre la leche cuajada era capaz de reunir a dos monstruos de las letras como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares? Claro que no se trataba de cualquier leche… Y aquí se lo contamos con pelos y señales.

Todo queda en familia

Fundada en 1889 por Vicente Cazares, La Martona rindió honores con su nombre a doña Marta Casares Lynch, la hija que llegó con unos buenos lácteos bajo el brazo un año antes ¿Pero sabe de quién hablamos? Nada menos que de la madre de Adolfo Bioy, quien, aún joven pero ya siendo un as de la pluma, respondió al particular pedido de su tío Vicente Rufino, a cargo de la empresa familiar desde 1910, tras la muerte de su padre. ¿De qué iba el asunto allá por 1937? Escribir un opúsculo sobre la sin igual leche cuajada de La Martona. Una suerte de tratado científico de corta extensión que, a juzgar por el destinatario del encargo, acabaría tomando un tinte literario, y del bueno. Pues un bueno para todo resultó ser el coéquipier de Bioy: un también joven Jorge Luis Borges. Porque la cosa estaba dura, vio. La moneda escaseaba entonces para este par, don cazares ofrecía sus buena paga por la tarea (mejor que la que ofrecían los periódicos por sus colaboraciones) y, a fin de cuentas, vaya si la leche cuajada daría tela para cortar. O más bien dicho, papel para lustrar. Porque tan fenomenal dúo sí que supo sacar brillo a la celulosa…

Operación opúsculo

De modo que La Leche Cuajada de La Martona. Estudio dietético sobre las leches ácidas resultó ser la primera labor conjunta entre Borges y Bioy. El foco estaba puesto en exponer las virtudes terapéuticas del producto, su condición saludable al punto, incluso, de prolongar la vida (¿no sería mucho?). Claro está, con el siempre respaldo de la ciencia… Que no se diga lo contrario; pero el que quisiese reír y sumergirse en las vicisitudes de la leche a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, que lo hiciera. En ese filo, en ese borde entre la ironía y la solemnidad, caminó la dupla durante la semana de “retiro” en la que concibieron la obra. Fueron siete días de narices frías, al amparo de una chimenea y humeante cocoa en agua para mitigar las horas académicas, en los bonaerenses pagos de Pardo, Cuartel VII del Partido las Flores. Desfilaron por las hojas varios modelos de elaboración del producto de acuerdo a las latitudes y estaciones del año, así como los no menos exóticos bautizos recibidos, con las respectivas virtudes gustativas (y olfativas) de cada cual. Para más: fórmulas, misterios y bondades macrobióticas, dosis (cual preciado elixir) y datos científicos desde los que avalar tan primorosa exposición.

 

Así la historia, Bioy y Borges dieron luz a 20 páginas que, más que ahondar en los pormenores y mayores de la leche cuajada, cristalizaría las andanzas de una dupla que ya no se detendría. Pues entre minucias y hasta referencias bíblicas sobre este “alimento de Matusalén”, una complicidad literaria –acaso la misma que, desde el humor, intentaron mantener con el lector en cada página del folleto– nacía entonces para andar su buen camino. “Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivalía a años de trabajo”, supo decir Aldolfo Bioy Casares al respecto de tal aventura. Más, claro está, los agradecidos estamos de está lado de las líneas. ¡Vaya si la leche cuajada traía otra yapa consigo!