¿Un café al paso? No precisamente. A menos que sea cortado… Claro que esa no es la especialidad de la casa. ¿Qué tal una leche con crema? ¡Por qué no una merengada! Bien batida y con las claras a punto nieve, esta dulzura sí que dejó sus buenos bigotes en más de un chiquilín. ¿Qué usted también la quiere probar? Pues a buen puerto ha llegado, estimado parroquiano. Sea más que bienvenido a las lecherías porteñas, allí donde el mundo lácteo estaba a su merced.
De leche y otras yerbas
Para quienes nunca han conocido estas joyitas de la antigua Buenos Aires, bien vale aclarar que las lecherías porteñas lejos estaban de limitarse a la exclusiva venta de leche y derivados. Del mismo modo, tampoco hacían las veces de refugio de infantes. Las lecherías eran auténticos bares lácteos, allí por donde usted pasaba y, de buenas a primeras, se hacía de un vaso de leche con vainillas o una buena rodaja de pan con manteca y dulce de leche. ¿Vio cuanto sabor y nutrición juntos? Porque no vaya a creer que había productos descremados…Eso quedaría para épocas futuras. Aquí la oferta en bien contundente. Y si con lo dicho no quedaba pipón, pipón, una leche con crema, un licuado de banana o hasta la citada merengada cumplían con las más elevadas expectativas.
Blancas como la leche
Ahora bien, ¿de qué iba el asunto puertas adentro? Las lecherías solían hacer honor a su materia prima predilecta. Por lo que lucían tan blancas e impolutas como la leche. Los locales solían estar revestidos de azulejos a tono, e iluminados por luces de neón. Lo que se dice, puro candor. Sobre todo, porque los vendedores de turno tampoco se quedaban atrás. De punta en blanco, cómo no, lucían un guardapolvo tan impecable como la cofia que solía completar el atuendo. Así da gusto….
Reina láctea
Ahora bien, retrotrayéndonos un poco a los ases de la industria láctea nacional, ¿imagina quién sentó las bases de las lecherías? Nada más y nada menos que “La Martona”. Fundada en 1889 por Vicente Casares, se trató de una auténtica pionera en materia de leches; una empresa de avanzada cuyos estándares de calidad (producía leche pasteurizada, filtrada, controlada y clasificada) le valieron un merecido reconocimiento mundial. Sin embrago, la historia no terminaría allí. En funcionamiento hasta 1978, “La Martona” hizo de las suyas, y de las buenas, durante sus casi cien años de vida. Entre otras cosas, el lanzamiento de las tan exitosas lecherías en aquellos primeros años del siglo XX.
Pisando fuerte
Por supuesto que la cuestión quedaba en familia: las lecherías “La Martona” vendían los productos de la casa, por lo que no había mejor publicidad que aquella. Le digo más, el éxito fue tal que, de un promedio de 20 sucursales en la Ciudad de Buenos Aires, el fenómeno llegó, con el correr de los años, a diferentes puntos del país. Pero la cosa no resultó tan sencilla, pues así como crecía la red de locales, también la competencia (“La Vascongada” fue otro gran bastión en materia de lecherías) y, por tanto, la oferta con la que mantenerse bien arriba. ¡Cómo olvidar los panqueques con dulce leche! Mención aparte para los copos de cereal con crema leche y, sin duda alguna, para la mayor de las revelaciones: antes que en ningún otro país en Sudamérica, el yogurt.
¿Será que el transcurrir las épocas, de sus usos y costumbres, ha atentado contra las hoy olvidadas lecherías? El apresurado tiempo siempre tiene las respuestas, aunque también porta consigo los mejores de los recuerdos. Nobleza obliga, y vaso de leche de por medio, hoy reflotamos el presente para usted.