Lucio Victorio Mansilla, un hombre de vida tomar

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Las armas, la pluma y la política fueron su vida, esa que vivió al mil por ciento. Retrato de un hombre que hizo historia a pura historia.

Escritor, periodista, político, diplomático y militar. Sí, señores, Lucio Victorio Mansilla las tuvo todas. Y, como si poco fuera, un parentesco digno de enciclopedia: sobrino de Juan Manuel de Rosas, a este oriundo de Buenos Aires le quedó más que estar a la altura de la historia. De allí que, en estas líneas, hagamos el intento de desandar la suya propia. Proezas y sucesos le sobran. Condimentos, también.

 

Agitando el avispero

El caso es que Lucio Victorio Mansilla empezó con sus andanzas desde muy joven. Parece que el muchachito andaba de picaflor en néctares no del todo bien vistos para la decencia familiar. Por lo que, en pos de alejarlo de aquellos turbios amores, sus padres no tuvieron mejor idea que enviarlo a estudiar del otro lado del charco. Inglaterra, Francia, Italia, Turquía, India e Egipto fueron parte del derrotero, hasta que el pronunciamiento de Urquiza en 1851 –aquel que habría de desencadenar la batalla de Caseros un año más tarde– lo obligó a emprender la vuelta. Tenía tan solo 20 años y un buen camino andado, aunque las luces de la historia no le habían apuntado aún: don Lucio asomó su cabeza a partir de una guapeada. Cómo no… Allá por 1856 retó a duelo al escritor y senador José Mármol, en un colmado Teatro Argentino. Solo que el retado prefirió no entrar en contiendas: moviendo los hilos del poder, mandó a apresar y desterrar a Mansilla. Su destino fue la ciudad de Paraná, allí donde su pluma comenzaría a dar que hablar.

 

A pluma y espada

En la entonces capital de la Confederación Argentina, Lucio Victorio Mansilla dio inicio a una fructífera carrera periodística. Allí se estrenó en el periódico El Nacional Argentino, donde asumiría como director para convertirse luego en propietario. Pasados los tres años de destierro, el periódico La Paz acogió su oficio en Buenos Aires. Aunque lo suyo sería la lucha a pluma y espada. En plan de periodista pero también de militar, Mansilla participó de la guerra del Paraguay, allá por 1865. Sus crónicas marchaban calentitas en el diario La Tribuna, aunque firmadas por seudónimos diversos dadas las duras críticas que esbozaba hacia la conducción del conflicto bélico. Su nombre y apellido resonarían con fuerza tres años más tarde, cuando Sarmiento, en devolución de gentilezas al  apoyo de su campaña, lo designa Coronel del Ejército Argentino y Comandante de Frontera en Río IV, Córdoba. Un hecho decisivo en la venidera faceta literaria de Lucio Victorio Mansilla.

 

Destino Córdoba

Su misión en tierra de los indios ranqueles era facilitar el trazado de ferrocarriles, el telégrafo y caminos para una mejor integración de los pagos nacionales. Y Lucio Victorio Mansilla lo intentó por las buenas: en compañía de 18 hombres flacos de armas, dos de los cuales era misiones franciscanos, concurrió a las tolderías de los ranqueles con la intención de convencer a los caciques y evitar así la violenta expulsión encomendada. Y aunque sin éxito (el sometimiento fue un hecho), la admiración generada por los ranqueles y su modo de vida no pasó desapercibida. Una excursión a los indios ranqueles fue la obra en la que don Lucio plasmó todas aquellas vivencias, publicadas por La Tribuna a los largo de 1970. Ya sin seudónimos, los laureles no tardarían en llegar: cinco años después, el Congreso Geográfico Internacional de París la congraciaría con su máximo galardón.

 

Sube y baja

Concluido el mandato de Sarmiento, Mansilla apuntó cañones, y en el mejor de los sentidos, a Nicolás Avellaneda. Y lo propio hizo en 1880 con Julio Argentino Roca. Sí, don Lucio siempre quedaba bien parado. Tanto así que, ya con la banda puesta, Roca le encargó la menuda tarea de viajar a Europa para promover la inmigración –vaya episodio de la historia nacional–. De regreso en 1885, lo aguardaba una carrera política promisoria: fue electo diputado nacional, posición desde la que escaló hasta convertirse en vicepresidente primero de la Cámara de Diputados. ¿Adiós a las armas? Nada de eso. Paralelamente, su carrera militar seguía en alza: Lucio Victorio Mansilla alcanzó el grado de General de División. Claro que tamaño poder no supo a cuento de hadas. Por lo que las decepcione políticas, las traiciones y demás oscuros intríngulis acabaron por asquear a Mansilla. Sin embargo, a este hombre pulpo aún le quedaba algo: la palabra.

 

La literatura fue su refugio y Retratos y recuerdos una obra concebida a calzón quitado y corazón abierto. ¿Una despedida? Aunque quizá sin saberlo, vaya si lo fue. En 1895 viajó a Europa con su esposa, dispuesto a empaparse en el modus operandi de organizaciones militares extranjeras. Y allí fue una de cal y una de arena: la viudez y el reencuentro con el amor, una mujer a quien duplicaba en edad. ¿Quién dijo que Mansilla estaba retirado de las canchas? En los inicios del nuevo siglo se radicó en París, donde frecuentaba la Sorbona y no perdía el intelectual vicio de la lectura. El departamento de la Rue Victor Hugo lo vio partir en 1913, a los 82 años. Los periódicos nacionales se hicieron eco de aquel adiós; más en la historia argentina ya nunca dejaría de retumbar su nombre: Lucio Victorio Mansilla, un hombre de vida tomar.