Mal de ojo, cuando la palabra vale más que mil miradas

FOTOTECA

Creencia de culturas ancestrales aún viva, el mal de ojo no se le resiste a la palabra, los ritos y amuletos que a su negatividad atacan.

Envidia, mala energía, negatividad… ¿Qué más? Si lo esencial es invisible a los ojos, como decía la pluma del gran Saint Exupéry, la mirada pareciera, a su vez, esconder un poder por fuera de lo visible. O, al menos, así se lo ha creído a lo largo de la historia, y a indistinto lugar del mundo. ¿Anda usted “ojead@”? Pues vaya sabiendo que esta suerte de maleficio es uno de los más populares a lo ancho y a lo largo del mapamundi. Así pues, tras haberle contado largo y tendido sobre l@s yeta –¿será que los hay?–, hoy ponemos el ojo sobre el mal de ojo. Por lo que más que permitida está la redundancia. ¡Lea sin pestañear, nomás…!

Un mal común

Dicen que dicen, podría haber llegado a América de la mano de los conquistadores españoles, y hasta ellos mismos a partir de la conquista musulmana. Sí, sí, un camino muy parecido al de la empanada. Y aunque de recetas no vaya la cuestión si de mal de ojo se trata, cierto es que, aunque disímiles –tod@ cociner@ con su “librito–, cada cultura ha ido abriendo camino a su propia simbología y ceremonias en torno a él. Y he aquí el quid de la cuestión, porque aún entre sociedades no conectadas entre sí, el mal de ojo ha crecido como una creencia del tipo mitológica. ¿Acaso alguna vez se ha preguntado cómo es que diferentes mitologías son capaces de contemplar a un/a mismo dios/as bajo diferentes nombres y morfologías? Como un misterio común, como una única naturaleza, la humanidad ha sabido conectar creencias hasta el punto de hacerlas resultar comunes. Así es como en Babilonia y Egipto, por ejemplo, se creía que los malos sentimientos del ser humano eran capaces de salir fuera a través de los ojos. Algo de lo que tampoco parecen haberse desentendido los pueblos originarios de América incluso antes de la llegada de los españoles. Y así, cada civilización ha sabido crear su amuleto, su protección, su defensa y hasta sanación. Muchas de las cuales llegan, incluso, hasta nuestros días.

En tu beato nombre

¿Y por casa, cómo andamos? Oriundo de los rionegrinos pagos Chimpay, el beatificado mapuche Ceferino Namuncurá es a quien se le ha adjudicado la cura para el mal de ojo en Argentina. Un “don” o “bien” que ha sabido transmitir los chamanes de la región. Hijo de una cautiva chilena blanca y uno de los caciques  que enfrentó a Julio Argentino Roca, no sólo su sangre ha respondido a “orillas” diferentes; sino que su arcón de tradiciones han tenido peso tanto las liturgias católicas como los ritos originarios del pueblo mapuche. De allí que, se cree, de la Patagonia provienen l@s más apropiad@s maestros para librarl@ a un@ de la ojeada, a partir de una oración en la que Ceferino es invocado, y que, hasta éste tiempo, es transmitida en Nochebuena o Pascuas a quien desee adquirir tal sabiduría. ¿Motivos? Pues son ocasiones de reunión familiar y comunión, y qué mejor marco que aquel si de desintoxicar de negatividad a una persona se trata. Claro que el rito ha crecido a través de generaciones y pueblos, incorporando, en una fórmula que ha perdido su origen, un plato, agua y aceite. Oficiando de canal entre la persona ojeada y el plato con agua, quien practica la cura conduce las malas energías a eliminar a través del aceite vertido en el agua, la cual toma forma de burbujas que luego explotan y se expanden. A mayor mal, más se expandirán dichas burbujas.

Creer para ser

Oraciones, rezos y burbujas de aceite para la cura. ¿Amuletos para prevenir? Una cinta roja o violeta, el ojo azul que tanto abunda en la cultura griega y turca, piedras sanadoras. El por qué, los orígenes que han dado a tales elementos la gracia de la protección se pierden en el tiempo así como el nacimiento del mal de ojo mismo. Y no se trate, tal vez, sino de que la creencia misma en su poder haya sabido entregar, y aún hoy, la carga simbólica de la que son dueños. Algo que, no por ello, invita a la superficialidad o al poco respecto hacia cuanto ha sabido sobrevivir desde tiempos ancestrales, acunando una sabiduría propia de su antigüedad: la superstición y el miedo, sí, pero también la observación y una conexión con lo universal que supo ser toda fuente de sabiduría cuando bien lejos estaba entonces esta era de la información.

 

¿Qué si es creer o reventar? Más bien sienta, y saque sus conclusiones.

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