Mujer de armas tomar, esa fue Martina Chapanay, y en el más literal de los sentidos. El desierto y los llanos cuyanos fueron su hogar y su campo de batalla, el cuchillo y la bombacha de gaucho, las inconfundibles señas de que, lejos de apichonarse ante los hombres, los enfrentaba de igual a igual. Tan corajuda como vehemente, la bandolera de San Juan se hizo la fama; pero lejos de echarse a dormir, la ratificó a cada paso. Y tras sus huellas vamos…
Baquiana en su tierra
Hija de un cacique huarpe y una cautiva blanca, Martina Chapanay asomó al mundo en los albores del 1800. Las lagunas de Guanacache la vieron crecer en sus orillas, y los verdes llanos hacerse de cuanta destreza de campo le fuera posible. Siempre lista para los reveses del camino, fue la vida quien la desafió en primer lugar: tras la muerte de su madre, su padre la entregó a una familia sanjuanina de la que finalmente escapó. Y fue entonces el principio de una leyenda, la de la bandolera. Sí, Martina Chapanay, la que asaltaba a los ricos para repartir entre los pobres el motín de sus desprejuiciadas andanzas; más también aquella que, con audacia de mujer y destreza gaucha –manejaba el facón a gusto y placer–, secuestraba hombres para hacer de ellos sus amantes. Domadora, cazadora, baquiana vieja nomás, conocía el valle del Zonda como nadie, al punto tal que sus predicciones fueron atribuidas a poderes sobrenaturales. Lo que se dice, una chica de temer.
Chica de temer
Claro que la historia no termina allí; sino que, más bien, se trata del aperitivo. Dicen que dicen, Martina Chapanay no huyó sin más de su familia sustituta; sino que fue detrás del bandolero Cruz Cuero, con quien mantenía un romance filoso. Tanto así, que habría acabado por matarlo, quedando al frente de su banda. Y fue precisamente así, rodeada de hombres, que su vida continuó. ¿Cómo? Uniéndose con los suyos a las montoneras de Facundo Quiroga, después de cuyo asesinato, lejos de darse por vencida, se alistó en las filas de un nuevo líder: Chacho Peñaloza. Luchadora incasable, Martina Chapanay también vio morir a su nuevo caudillo, aunque esta vez habría batido a duelo a su verdugo: el comandante Irrazabal. Luego de que éste hiriera mortalmente a Peñaloza, Martina fue apresada; gozando al poco tiempo de las mieles del indulto. Y fue ya como sargenta de la policía sanjuanina en Valle Fértil que, al cruzarse con Irrazabal, lo retó a matar o morir. Al parecer, el comandante se acobardó y, de pura vergüenza nomás, hasta habría pedido la baja de su cargo.
Una vida de leyenda, sí, y una muerte acorde. ¿Falleció, como dicen, en 1887? ¿Fue la picadura de una serpiente o los dientes de un puma los que propiciaron su final? En los sanjuaninos pagos de Mogna, sus restos son testigos de la devoción de peregrinos que acuden a su espíritu para pedir por causas justas, esas de las que tanto supo Martina. Aquella cuyo nombre también dio bautizo a escuelas y hasta inspiró musicales versos: “Heroína fuerte cual ñandubay / la que el huarpe añora / en el alma nuestra debe perdurar / fue Martina Chapanay / la nobleza del lugar / cuyanita buena de cara morena / valiente y serena / no te han de olvidar…”.