Max Glücksmann, por amor al arte

FOTOTECA

Empresario de amplio espectro, Max Glücksmann triunfó en la industria del cine y de la música nacional, esas a las que dio su buen puntapié.

Su verdadero nombre completo Mordechai David Glücksmann. Sí, así que mejor llamarlo como el mundo entero lo ha conocido Max Glücksmann, simplemente, aquel que asomara sus narices en él allá por 1875, en el para entonces Imperio austrohúngaro. Aunque su destino habría de estar, al igual que tanto otros inmigrantes, en suelo nacional. Claro, Max no sería uno más. Y ya le contaremos por qué.

Pasta de triunfador

Tenía tan sólo 15 años cuando desembarcó en nuestro país, y apenas 16 cuando la Casa Lepage -al mando del belga Enrique Lepage- lo sumó a sus filas. Todo un “pinche”, un “che pibe” en aquella tienda de productos fotográficos importados en la que se toparía con un tal Eugenio Py (¿lo recuerda?). Coequiper de aquellos para dar rienda suelta a una pasión en la que habrían de resultar pioneros: el cine. Siendo, precisamente, la primera exhibición cinematográfica del país aquella que iluminara el genio de Max y compañía para la creación de una industria propia. Consumada la compra de los primeros cinematógrafos a las francesas firmas Gaumont-Demeny y Pathé Frères, sólo restaba poner manos a la obra. Y vaya si así lo ha hecho este trío. Py, el as de los cinematógrafos, fue el padre de la primera criaturita del cine nacional: “bandera argentina” (1897), creación a la que se sucederían muchas más. Con el siempre presente apoyo logístico de la Casa Lepage, el austríaco y el francés se iniciaron en las cintas documentales y en los noticiarios, los bien llamados “Actualidades”. Claro que la mente de Glüscksman pensaba a futuro. Por lo que no tardó en montar su propia productora: Cinematografía Max Glücksman. ¿Qué había sido, entonces, de la Casa Lepage? De su modestia inicial conservaba poquito y nada, pues había crecido a punto tal de contar con 150 empleados y una sucursal en la Avenida de Mayo (la original se situaba en la calle Bolívar). Y fue con el alejamiento de Enrique Lepage que el bueno de Max decidió comprar la engrandecida firma en la que diera sus primeros pasos. Así, desde 1908, el agigantado legado de la Casa Lepage pasó a ser, todito y todo, del gran Glücksmann. Un empresario que no se andaría con chiquitas.

A lo gigante

Claro que no, lo suyo fueron las pantallas grandes, sí, en plural. Pues el austríaco no se privó de abrir salas de cine a mansalva: en Buenos Aires, en el interior del país, en Uruguay, en Chile y hasta en Paraguay. Pues la industria del cine precisaba tanto de creaciones fílmicas como de múltiples reductos en los que proyectarlas. Y Glücksmann llegó a tener en su haber un total de 100. Imagínese los lindos numeritos arrojados por tal imperio. Clink caja para Max, quien hizo su buena fortuna a puro trabajo y sudor. Hasta  la revista Fortune lo incluyó, allá por 1914, en su lista de afortunados del continente (y literalmente hablando, eh…) ¿Qué cuál ha sido su más magnífica obra? El cine teatro Grand Splendid sí que hizo honor a su nombre…Rajaba la tierra de tan espléndido. Construido sobre el mismo terreno que ocupó el teatro Nacional Norte, se inauguró en 1919, y con toda la pompa. ¡Glücksmann se nos iba para arriba! Sólo que la crisis norteamericana del ’29, la famosa “Gran Depresión”, lo bajaría de un hondazo: poco a poco tuvo que vender cada una de sus salas. Porque cuando la coyuntura mete la cola, andá a cantarle a Gardel…Aunque sería el propio Carlitos quien entregara su voz al invencible Max. Así como lo oye. En 1917, cuando todas las miradas estaban puestas en la construcción del Gran Splendid, Glücksmann crea el sello discográfico Nacional Odeón, sumergiéndose también en el negocio discográfico. Aquel que perduraría tras la caída de su emporio cinematográfico.

Música para sus oídos

Ni lento ni perezoso, Glücksmann se la vio venir. Pues cierto es que los gramófonos llegaron a nuestro país -vía Francia, cuándo no- en 1900. Pero no fue hasta el furor de la música criolla que echaron raíces en suelo nacional. Y allí se olió el asunto Don Max, quien primereó la instalación de fábricas de grabaciones en Argentina. Le digo más, hasta fue el primero en establecer el derecho de autor. Música para los oídos de compositores e intérpretes, quienes empezaron a caer a sus pies. La firma de contratos exclusivos a largo plazo fue una jugada maestra para acaparar, en especial, el rendidor mercado tanguero. Y con olfato triunfador, pues Max fue quien primero se la jugó con el Zorzal. Sí, sí, de su mano Carlitos acabaría por grabar sus primeros discos; con destino nacional primero, con expansión continental después. “Para mí es una gran satisfacción poder decir que gracias a eso, artistas como Carlitos Gardel, José Razzano, Roberto Firpo y Francisco han ganado verdaderas fortunas en mi casa. Fortuna y popularidad, porque el disco ha hecho que sus nombres sean conocidos en todo el mundo. Gracias al disco, por ejemplo, Canaro y Gardel han sido tan cotizados en todas partes”. ¿Qué tal? ¿Lo tenía al austríaco? Y mire si habrá tenido debilidad por el morocho, que el sello Nacional Odeón debutaría en 1917, año de su creación, con el mismísimo dúo Gardel-Razzano. Gol de media cancha para Glücksmann, quien, cual profeta en su tierra, continuó dándole manija a la industria discográfica argentina con la creación del Concurso del Disco Nacional, celebrado tanto en Buenos Aires como en Montevideo, entre los años 1924 y 1930.

Todos los flashes todos para el gran Max Glücksmann, a quien para entonces ya no le quedaba mucha cuerda. La película de su vida acabaría en 1946, a causa de un ataque cardíaco. ¿Qué si murió en su ley? Así parece, pues si algo le ha puesto a su genial labor en materia de cine y música, ha sido su corazón.

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