Oktoberfest, alzando los chopps

FOTOTECA

Desde Alemania y con toda su tradición a cuestas, el Oktoberfest supo hallar su gran versión en suelo nacional. Pase y beba.

Oktoberfest… ¿Tan sólo una fiesta de octubre? Más bien, se trata de “la” fiesta de octubre. Aquella que traspasó las fronteras de su Alemania natal. ¿Y a qué no sabe donde ha encontrado su mejor eco? Sí, en la amalgamada Argentina, tierra de inmigrantes por excelencia, alemanes incluidos. Así, la fiesta que desde 1810 brilla con luz y espuma propia en Munich, supo engendrar a su hija predilecta en los pagos de Villa General Belgrano, Córdoba. Allí donde el Oktoberfest es palabra mayor. Nada menos que la Fiesta Nacional de la Cerveza.

Con acento alemán

¿Cómo es que el Oktoberfest ha logrado convertirse en asunto nacional? Apenas 20 años después de que la semilla de esta fiesta germinara en suelo bávaro, los alemanes Jorge Kappuhn y Paul Heintze fundaban en tierra cordobesa la localidad de Villa General Belgrano. ¿El objetivo? Gestar un pueblo en el que tanto ellos como sus compatriotas pudieran sentirse como en casa. Sin dudas, el paisaje hizo lo propio. Y con el arribo de más y más alemanes, la tan anhelada aldea alpina comenzó a tomar forma concreta: techos de tejas a dos aguas, mucha madera y jardines a todo color. Cocinas que emanaban aromas familiares, ropas, músicas, costumbres…y la lengua madre siempre presente. Para el año 1943, Villa general Belgrano ya era un “pedazo” de Alemania en Argentina. Le digo más, ¿sabe quienes contribuyeron al incremento poblacional del lugar? Nada menos que un grupo de marineros sobrevivientes del acorazado Graf Spee. Sí, sí. El mismo que comandara el capitán Hans Langsdorff. Porque, como dicen, el mundo, y la historia, son un pañuelo.

Para todo el mundo

Imagínese usted, con tamaño arraigo de costumbres y tradiciones, ¿cómo no habría de tener su sitio el clásico Oktoberfest? Pues los pioneros del lugar bien se encargaron de ello. Claro que, para aquellos años ’60, el asunto era mucho más discreto. La alegría se desataba, apenas, con una orquesta rodante que, montada sobre un viejo carro, repartía música y alegría a los locales. ¡Todos estaban invitados a ser parte de la fiesta! Y así, las diferentes colectividades del mundo presentes por aquellos lares comenzaron a decir presente en la celebración. Ucrania, Austria, Escocia, Suecia, España, Italia…menudo crisol el que logró reunir nuestro Oktoberfest. Y cierto es que el tal abanico de culturas ya nunca iría a abandonar una festividad que logró crecer y crecer, tanto como lo hizo la propia industria cervecera.

Con cetro y todo

La pregunta es, ¿por qué en octubre? Nada de cuestiones azarosas. La fecha en la que año a año tiene sitio esta fiesta evoca los tiempos de cosecha de cebada en Alemania. De allí que, desde 1964, durante el primer y segundo fin de semana del mes en cuestión, el Oktoberfest da rienda suelta a la algarabía, el baile, la gastronomía y la “birra” de la buena. Con decirle que blondas, negras y coloradas se dan el gustazo de tener su propia soberana: declarada Fiesta Nacional en 1972, esta celebración tiene entre sus puntos álgidos a la elección de la Reina Nacional de la Cerveza. Mientras que la cocina y la música germana (con la presencia de bandas regionales e internacionales en vivo) son el alma máter de los días de festejo. ¿Algo más? sí, claro. La protagonista absoluta, la cerveza.

La hora del espiche

Litros y litros, de la rubia, de la morocha o de la que usted guste. Variedades para tirar al techo, como diría Macoco Álzaga. Casi, casi como para tomar cerveza hasta espichar. Y más también, pues el espiche, parroquiano amigo, no es más que el gran comienzo gran de este festín cervecero. Así como lo oye, con espichador encargado y todo. El Don se encarga de batir un barril de cerveza para, finalmente, y desde lo alto de un escenario, “herirlo”. ¿El resultado de tal peculiar apertura? Una tremenda catarata cervecera que cae sobre todos los presentes, quienes alzan su chopp y se embeben de cerveza en el ritual mayúsculo del Oktoberfest. Y hablando de Roma…si no tiene Chopp, es apenas un detalle. Un Bierwagen -el coche de la cerveza- anda de reparto por las calles céntricas para que nadie se quede sin el propio. Eso sí, el contenido queda a su criterio. Y, déjeme decirle, no es tarea sencilla. Grandes marcas nacionales y cervecerías artesanales procuran llenar su chopp a tope.

Para beber, llenar, beber…y volver a llenar. Sí, y también cantar, bailar, comer y disfrutar. Plan completito, completito. De Alemania con cariño, sí. Pero, a estas alturas, y con tamaña propuesta de por medio, toda una argentinada. ¿Acaso el Oktoberfest podría haber encontrado sitio mejor? Alcemos los chopps y brindemos por ello. ¡Prost!