No te des por vencido ni aun vencido. Ya lo decía el poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios, más conocido como Almafuerte. Y lo cierto es que el alma Oscar Poltronieri fue mucho más que fuerte: fue generosa. Heroica… Ese adjetivo tan esquivo –así como para resto de los combatientes que sobrevivieron a la Guerra de Malvinas– durante los primeros tiempos de posguerra. Pero que casi como una decantación del tiempo, al fin llegó. Ésta es la historia de Poltro, el único soldado conscripto que recibió la máxima condecoración militar argentina: “La Cruz La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”. Claro que ante lo que resultaría una hazaña durante la batalla del cerro Dos Hermanas, Oscar Poltronieri no buscaba ninguna gloria personal. Lo suyo fue, más bien, resguardar vidas. Y no precisamente la propia.
El comienzo del fuego
Nació el 2 de febrero de 1962, en la ciudad de Mercedes. Categoría 62 del Regimiento de Infantería Mecanizado número 6, la Guerra de Malvinas lo encontró siendo portador de unos jóvenes 20 años, así como a tantos otros. Y junto a otros le fue asignada, una vez arribado a la isla Soledad, la zona del cerro Dos hermanas, sobre el oeste del Puerto Argentino. Fueron tiempos de trinchera, de rigurosa supervivencia ante la escasa comida –las difíciles condiciones del terreno impedían la inaccesibilidad de camiones del ejército– y no menos exigua agua: apenas dos charcos, uno para beber y otro para la higiene. Y el frío, y la humedad, y el cansancio, y su ametralladora MAG de diez kilos de peso que semejaban ser toneladas. Pero que no dudó en empuñar firme cuando el 11 de junio de 1982 se desató una de las batallas más importantes teniendo en cuenta el avance británico hacia Puerto Argentino. Sí, superioridad inglesa era notoria, aplastante, por lo que el coronel Augusto Esteban Vilgré Lamadrid ordenó la total retirada. O casi, porque Oscar Poltronieri allí se quedó.
Aquí, Poltro
Quedarse, resistir, aguantar, bancarse la parada. Proteger. Sí, a sus compañeros, porque como dijo entonces Oscar, “ustedes tiene algo por lo que volver”. Hijos. “Vayan ustedes que tienen hijos”, fue el grito de Poltro mientras su MAG disparaba una y otra vez contra más de 600 ingleses. El ataque fue feroz: bombas, granadas, balazos. Al tiempo que Poltronieri intentaba multiplicar su presencia, o al menos, simular aquello. Por cuanto disparaba una seguidilla de balas para luego saltar a otro hueco y continuar, como si se tratase de diferentes soldados en distintas posiciones. Retrocedía, disparaba y volvía retroceder, haciendo que mermara el avance inglés. Mientras tanto, 120 compatriotas se replegaban a sus espaldas, tras sus hombros anchos, enormes. Y así fue la historia desde las seis de la mañana hasta las tres de la tarde: nueve horas sin respiro y a temperatura bajo cero. Hasta que pasó lo previsible, lo sabido. Oscar Poltronieri acabó sus proyectiles, por lo que enterró su MAG y corrió tanto como pudo, en medio de las granadas que le llovían de un cielo plomizo, gris de pólvora y ceniza. Pero llegó.
Volver a vivir
Sí, Oscar Poltronieri llegó. Y la sorpresa fue para ambos lados: sus compañeros y superiores lo habían creído muerto. Al tiempo que él mismo no podía creer, después de semejante resistencia, que la bandera blanca de la rendición había estado flameando sobre sus cabezas desde las diez de la mañana. Sin embargo, nada había sido vano. La vida de sus compañeros lo había valido. Y la de los hijos que los verían llegar sanos y salvos. Aunque la historia fue bien distinta para María Ester, mamá de Poltro: las autoridades le comunicaron que había muerto, noticia que la condujo a un cuadro nervioso. Hasta que, una vez de regreso, pudo abrazarla en el hospital en el que se encontraba internada. De un modo u otro, ambos habían renacido allí. Y efectivamente, todo comenzaba una vez más.
La pos-vida
Olvido, indiferencia, rostros que se giraban dando la espalda. La vuelta a la vida de los ex combatientes de Malvinas tuvo no solo el dolor de la derrota, de las pérdidas de compatriotas, sino del desprecio. Otra vida debía empezar como si nada hubiera ocurrido para ellos, o incluso cargando una vergüenza insólita, ingrata. La falta de recursos comenzó a ser moneda corriente para muchos, y Oscar Poltronieri fue uno más: portando su uniforme, vendía estampitas en los trenes. Y aunque el correr del tiempo acabaría echando luz sobre su vida, nada en su esencia cambió. Sí, Poltro fue nombrado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, le tendió la mano al príncipe Carlos en París y hasta protagonizó un documental, allá por el año 2010: El héroe del monte Dos Hermanas. Fue en ocasión del rodaje que retornó a las islas, veintiocho años después. Sólo Oscar Poltronieri sabrá que habrá sentido entonces, aunque público ha sido su pedido, su súplica. Él se había quedado solito y solo, con su MAG de mil kilos frente a más de medio centenar de ingleses aquel 11 de junio. Él se había quedado para que sus compañeros regresaran. Pero ahora el regreso era suyo, todo suyo.
Que nadie olvidara a los soldados que allí permanecieron, que no pudieron regresar entonces ni en camino reverso tantos años después, eso sintió; eso pidió. Por lo que, nobleza obliga también –y de la del corazón– a la memoria en su memoria, más no sea desde estas escuetas líneas. De más está decir, por siempre insuficientes para su alma fuerte.