Palacio Paz, hogar dulce hogar

FOTOTECA

Batiendo records de asombro y suntuosidad, el Palacio Paz es el vivo recuerdo de una Buenos Aires a puro esplendor. Opulencia sin pudores.

El palacio de mayor extensión, ese que ostenta una riqueza artística digna de toda realeza y derrocha lujo por cada uno de sus rincones. ¿Cómo definir con mayores certezas a este referente de la Belle Epoque por la que atrevesó Buenos Aires en 1900? Aunque usted no lo crea, el Palacio Paz fue una “simple” residencia familiar situada frente a la Plaza san Martín. Y sus 12.000 metros cuadrados, la cifra que lo convirtió en la más imponente residencia urbana de todo el Siglo XX.

Un símbolo de Paz

¿Cuántas personas habitaron este palacete con forma de “J”? Tantas como nueve. Aunque, en los papeles, el número de huéspedes debía alcanzar la decena. ¿Qué pasó con el décimo? Nunca llegó, si quiera, a ver terminada la obra. Y un pequeño detalle más: se trató nada menos que del padre de la “criatura”, el mismísimo José Camilo Paz. Esa ilustre figura a la que Buenos Aires evoca en más de un esquina. La Avenida de Mayo nos recuerda que fue el fundador del diario “La Prensa” (actual sede de la Casa de La Cultura). Mientras las memorias de Recoleta nos dicen que Don Paz habita del mausoleo más caro de todo el cementerio. A simple vista, mucho dinero en acción. Es que el currículum de este caballero no termina aquí: José C. Paz fue abogado, terrateniente y embajador argentino en París. De allí que encargara al arquitecto francés Louis-Marie Henri el proyecto de su magistral residencia. Esa que sería capaz de albergar su ambicioso sueño de convertirse en Presidente de la Nación. Y a la medida de tal anhelo fue concebida la obra: con dimensiones que resultaron insólitas, y tras 12 años de construcción, el Palacio Paz desembarca en la geografía porteña allá por 1914. Dos años más tarde de que falleciera su alma máter.

Lo importante es lo de adentro

A sabiendas de las perspectivas de Don Paz y los metros cuadrados involucrados, la grandeza era moneda corriente en el palacio. La superficie se distribuía en un jardín de planta irregular, un jardín de invierno, un pabellón de cocheras (que sería luego demolido) y la vivienda propiamente dicha. ¿Tendría acaso un dormitorio para cada uno de sus huéspedes? ¡Nada de eso! La flamante residencia se despachó con 35 dormitorios y 18 baños (¿estarían todos ocupados al tiempo alguna vez?). Un cuerpo de 60 sirvientes completa una estadística para el asombro. Y no era para menos, considerando el incontable número de ambientes que debían lucir impecables. ¿Empezamos a enumerar? El gran comedor, el salón de baile, una sala destinada a las reuniones de hombres y otra a las tertulias de mujeres. ¿Cuál era el más esplendoroso de todos? Aquel salón que la familia destinó, exclusivamente, a la sola recepción de invitados: el Gran Hall de Honor.

Bienvenidos

Porque la primera impresión es lo que cuenta, dicen. Y así lo creyó Don Paz, quien imaginó dicho hall como la joya arquitectónica del palacio. ¿Aquella donde recibiría a distinguidas visitas durante su carrera presidencial? Tal vez. Lo único certero es que el embajador no se anduvo con chiquitas: digno de aflojar mandíbulas, el impresionante recinto de estilo Luis XIV ostenta bajorrelieves, mármoles que simulan cortinados, puertas falsas y demás suntuosos ornamentos. Todo coronado por una cúpula en vitral, donde se luce la imagen del Rey Sol. ¿Acaso los visitantes alcanzarían a admirar tamaña belleza durante la breve antesala? Aunque lo más impresionante no radica en breve tiempo durante el que era habitado; sino en la frecuencia. Semejante sitio sólo era frecuentado algunas veces al año. ¡Qué pena!

¡Chapeau!

Lo cierto es que, pasada la fantástica recepción, el resto de los ambientes no decepcionaba en lo más mínimo. Los fantásticos salones se conectaban de forma sucesiva, luciendo su propio estilo. La consigna a seguir era Europa, de allí que cada uno luciera materiales importados del viejo continente: mármoles, pisos de roble eslovaco, zócalos de madera de nogal, paredes tapizadas en damasco de seda y herrajes realizados por la Casa Bricard de París constituyen el muestrario del buen gusto. Y qué decir de las arañas, Si hasta había un sirviente dedicado exclusivamente a su limpieza. Puro lustre para estas luminarias de bronce y cristal, confeccionadas por la también parisina Casa Keller. Es que la ciudad luz era el espejo mayor. Tanto así que los Paz tuvieron su propio salón de espejos, a imagen y semejanza del de Versalles. Y para nada envidiarle a aquella residencia real, este gigante del Retiro también contaba con pasillos secretos para la servidumbre. Aplausos.

Sin embargo, y aunque resulte difícil de imaginar, tanta bonanza llegaría a su fin. ¿Qué hicieron los Paz cuando la economía comenzó a apremiarlos? Deciden vender el Palacio al Círculo Militar. El Club social y deportivo adquiere la propiedad en 1938 y, desde entonces, no sólo propone actividades a sus socios; sino que ha procurado conservar la mayor parte de esta reliquia viviente. Desde su magnífica fachada, hasta los majestuosos salones que aún hoy pueden recorrerse. Eso sí, sólo faltan los muebles. ¡Creer o visitar!

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