Dice el refranero popular que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y lo cierto es que, en el masculino mundo de la payada, más de una paisana ha sabido ponérsele a la par. Recitado va, recitado viene, el hecho es que las mujeres ingresaron al profesional mundo payadoresco en el último aliento del siglo XIX. Sí, las payadoras llegaban para quedarse. Pero, sobre todo, para hacerse oír. Y desde estas líneas las escuchamos.
Apadrinadas
Corría el año 1896 cuando, bajo el ala y con presentación de Gabino Ezeiza, Aída Reina hizo su debut como payadora en el ámbito circense. Y vaya si tenía con qué… Lo suyo no fue una aparición fugaz… Cual legítima discípula del “negro”, Aída no sólo floreó su talento de carpa en carpa durante casi 20 años; sino que fue la primera payadora en llegar a Europa. En el 1900 conquistó Barcelona con su talento, y aún le quedaba su buen hilo en el carretel. ¿Qué si tuvo coronita con tamaño padrinazgo? Ni tanto, pues el bueno de Gabino también “lanzaría” a la fama a otras buenas payadoras, como María Alba y Delia Pereyra. Sin embargo, Ezeiza encontraría en la sangre de su sangre a una de las más enigmáticas pero sobresalientes payadoras de la historia nacional.
La morocha argentina
“Soy la morocha argentina, soy la hija del payador”… Menuda declaración la de Matilde Ezeiza, ofrendada a su ya fallecido padre. Sin embargo, y amén de su apellido, la figura de Matilde es un banco de enigmas. La hija del payador es un folleto que presenta la colección de canciones entonadas por ella misma durante el entierro de Gabino. Sin fecha precisa de edición, se cree que es originario de 1919, en tanto es la fecha que se halló escrita en su portada: la primera de las 16 páginas en formato rústico que lo compusieron, siguiendo los cánones de los folletos literarios populares de por entonces. Todo lo demás, qué ha sido de su vida, es, cuando menos, un misterio. ¿Era ella una hija extramatrimonial de Gabino? Las preguntas abundan y las respuestas escasean. Pero el hecho es que Matilde llevó consigo lo que ninguna otra figura del mundo de la payada: a su condición de mujer debió sumarle su filiación y, por tanto, no solo la chapa de su padre, sino la afro descendencia. Un combo para nada sencillo para la época.
Plantando bandera
Así la historia, las espaldas de las que Matilde pudo haber gozado por ser “hija de…” de seguro han resultado anchas; más no del todo. Su posición frente al criollo sello de los payadores, y aún de las payadoras como ella, denotaba cierto rezago en cuestiones de pertenencia. En una sociedad mayoritariamente blanca, patriarcal y elitista, la cosa no era nada fácil estando en su piel morena. Sin embargo, no implicaba aquello menos patriotismo, cuestión que ella misma se ocupó de reforzar: “Yo también fui la patriota / de otros tiempos y otra era, / la que tejió la bandera / que jamás tuvo derrota. / Soy la que dejó la nota / más alta que se haya dado, / y sus joyas ha empeñado / haciendo mil sacrificios, / para ayudar a los patricios / que esta patria han libertado”. Hija de Gabino Ezeiza, más también de la comunidad que, aunque desdeñada, luchó con sus armas por la independencia, la voz de Matilde supo ser, por si acaso, una bandera de muchos desoídos. Todo cuanto enaltece aún más su valor como payadora. Lo suyo no fue solo una cuestión de género; sino racial.
Vaya precedente el sentado por Aída, María Alba, Delia, Matilde y unas cuantas más. Pero lo cierto es que, aun con tamaña labor por ellas realizada, no fue hasta el año 1991 en que una payada a puro contrapunto es protagonizada enteramente por mujeres. Ellas fueron Liliana Salvat –la única payadora que trabaja en jineteadas– y Marta Suint, cuya carrera se inició a los 13 años, de la mano del payador Álvaro Casquero. Corta edad la suya, y un largo camino andado que la llevó a lanzar, en 1986, el primer disco comercial de una payadora; que lejos está de detenerse. Porque las payadoras también supieron hacer historia, y menudos capítulos restan aún en su haber para escribir en ellos memorables cantos, de esos que hacen historia; de esos que enorgullecen el presente.