Pica, pica, la barriga

FOTOTECA

Cuando el hambre ataca o como infaltable compañía de reuniones. La picada y sus multitudinarios platitos son una tentación irresistible.

Picadita, tentempié, entrada, aperitivo… la argentinísima picada admite tantas acepciones como variantes en su composición. Sólo una regla implícita en su nombre resulta fundamental para los comensales involucrados: el “arte” de picar. Un poquito de allí, otro poquito de allá. La combinación de ingredientes hace estragos en los paladares invitados a este verdadero popurrí de sabores.

Juntos somos multitud

Antes de la pizza del sábado por la noche, mientras se termina de cocinar el asadito del domingo, a la espera del partido de fútbol o -sin ningún tipo de preámbulos- como una auténtica cena. La picada siempre se hace un lugar en la mesa de los argentinos, sin importar estaciones del año o cantidad de comensales. Aunque la tradición admite mucho más que un par de dedos sobrevolando el banquete: ya sea en familia o con amigos, la picada invita a compartir. ¿Cómo? A partir de su regla infalible: todo cortado en pequeños trozos y distribuido en diferentes platitos. Cumplida esta premisa, sólo resta dar vía libre al “picoteo”. Palillos mediante, o directamente con la mano, cada comensal se lanza al ataque de sus ingredientes predilectos. Sin plato individual que marque territorio, a la hora de la picada todo vale.

La multiplicación de platos

Ahora bien… ¿qué colocamos en los platitos para que nuestra picada sea irresistible? Si bien la imaginación es libre, hay ciertos ingredientes que gozan de condición infaltable. Cuadraditos de jamón y queso semiduro, rodajas de salamín, maní, aceitunas y papas fritas componen la base. El pan, inigualable compañero, siempre asoma desde alguna esquina. Ya sea en solitario o junto a grisines y galletas saladas. ¡Cómo olvidar las tostadas sazonadas con ajo! Su efecto de larga duración en el aliento de los comensales genera polémica. Aunque la inclusión de pequeños pancitos saborizados puede engalanar el asunto. Ni hablar si ampliamos el espectro de snacks y variedades queseras; o si una tabla de fiambres se hace lugar en la superpoblada mesa. Esa que siempre acusa un huequito más: aderezos y salsas -con sus respectivas cucharitas- también tienen su propio recipiente. Todo en pos de la libre combinación… ¡y de la integridad del pobre mantel! Si los ingredientes ya se encontraran condimentados, dejarían una considerable huella de aceite o salsa en su viaje a la boca. Mejor untar prolijamente con un cuchillito o cuchara, y que la picada siga su delicioso curso.

Frío, tibio…caliente

Queso y salamín aparte, siempre es posible hacer de la picada una opción más que suculenta cuando el hambre ataca. Tan rápida como eficaz, nuestra protagonista no desestima componente alguno. ¿Sobraron milanesas del almuerzo? ¿Alguien tuvo vergüenza en comer la última porción de pizza una noche atrás? ¡Menos mal que la picada rinde culto a la comida en trocitos! Pizza y milanesa y hasta tortilla de papas en cortada en pequeños cuadraditos completan una buena picada. Aunque también es posible presentar cazuelas con preparaciones calientes hechas especialmente para la ocasión. Porotos, bombas de queso, bocaditos de papa, chorizos a la pomarola en rodajas, salchichitas…y una lista sin final. Lo mejor de la cocina elaborada en versión diminuta. Todo al servicio de una picada Top… ¡e irrepetible! La originalidad es ese secreto por el que los argentinos nunca nos cansamos de recurrir a esta especialidad nacional.

Sí, la picada ya es asunto de estado. Traspasa los límites de lo culinario para afianzarse en el terreno social: nos reúne, nos sienta alrededor de una misma mesa, libera anécdotas y ratos de humor. Enmarca ciertos momentos y acompaña otros. Se baja con una cerveza fría, de la mano de un fernet o con una buena gaseosa. Se disfruta en compañía y se propone sin titubeos. Con mucho o poco tiempo, con la alacena colmada o semi desierta. Hoy o mañana. Tal vez en el próximo encuentro. No importa cuándo. Si hay grupo… ¡sale picada!