Puente Alsina, mucha historia bajo su nombre

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Cuatro puentes fueron precisos para un último puente Alsina, allí donde la historia cruzó fuego y el tiempo progreso. Camínelo con nosotr@s.

Que cuando la historia corre, pasa a sus anchas dejando un tendal de vivencias y conmemoraciones, decimos que mucha agua ha corrido bajo el puente. ¿Pero si hablamos de un puente propiamente dicho? Viejo y arrabalero Puente Alsina, tantas veces caído y vuelto a levantar, sus orillas y su traza, vaya si tienen qué contar.

Paso al paso

En una orilla, el barrio de Nueva Pompeya, Ciudad de Buenos Aires. En la otra, la localidad de Valentín Alsina, Partido de Lanús. Bajo su estructura, las aguas del Riachuelo. Sólo que nada dice más de un puente que sus cruces, y el Alsina no es la excepción. Otro que el Puente Trasbordador de La Boca… ¿Lo recuerda? Pues déjenos decirle que el Alsina, o sus intentos de serlo, nos remontan aún más lejos en el tiempo. Vea usted, a mediados del siglo XIX, el único puente que conectaba lo que hoy conocemos como ciudad y provincia era el Puente Maciel (Barracas o Pueyrredón). El futuro Puente Alsina no era más que un vado, conocido con el nombre de Paso de Burgos. ¿Motivos? Versiones sobran: que si el escribano español Francisco López de Burgos, propietario de tierras linderas al paso en cuestión. O que si un modesto botero de apellido Burgos que trasladaba pasajeros de extremo a extremo… Pero la más firme de todas es la que señala a don Bartolomé Burgos como el responsable de tal denominación. Se trató de un alférez que recibió dichas tierras tras un pasamanos que comenzó con el soldado Domingo Díaz, primero poblador de Pompeya. Por lo que todo apunta a que éste haya sido el Burgos auténtico. Sin embargo, el hombre de acción por sobre bautizo en esta historia fue don Enrique Ochoa. Dueño de una quinta del lado de la provincia y cuyo saladero se ubicaba sobre la costa, el vasco Ochoa solicitó autorización del gobierno para construir un puente sobre el paso de Burgos y acceder más fácilmente a su propiedad. Corría entonces el año 1885, y ya con el debido consentimiento Ochoa puso manos a la obra.

No hay dos sin tres

El caso es que el primer intento de obra fue arrasado, de sopetón, por una crecida violenta del río. Pero convencido de su tarea, don Enrique volvió a la carga. Sólo que, ésta vez, construyendo una mampostería de ladrillos. ¿Y? Nomás que el río creciera de nuevo para que el segundo intento también se fuera aguas abajo. Claro la tercera es la vencida, como se dice. Por lo que el vasco hacer uso de vigas de urunday, lapacho y quebracho colorado. Maderas macizas y bien polenta provenientes del norte argentino. Y allí quedó, firme, la primera versión del Puente Alsina que la historia habría de conocer. Y atravesar… Acabó siendo un chiche para la época, pues contaba con rampas en pendiente para el uso de vehículos (debajo de la rampa sur, del lado de provincia, circulaba incluso el Ferrocarril Midland –uno de los ramales del actual Belgrano Sur–) y también con escaleras para la gente de a pie. Eso sí, el gobierno había dado la autorización, pero el puente Alsina era entonces factura del vasco Ochoa. Por cuanto si quería usted pasar, había que pagar peaje. ¿Y a qué no adivina quién estaba a cargo del cobro? Dicen que dicen, don Martín Yrigoyen. ¡Nada menos que el padre de don Hipólito! Futuro presidente de la Nación. ¿Qué tal?

Fuego cruzado

Claro que, a lo largo de la historia, ciudad y Estado, hasta dónde una potestad del otro, siempre han tenido sus disputas en el panorama nacional. Por cuanto el puente Alsina vaya si ha quedado en medio del fuego cruzado, y en el más literal de los sentidos. ¿Creía usted que tras la Batalla de Pavón los conflictos habían llegado a su fin? Pues no. El puente Alsina habría de protagonizar su propia batalla, el 21 de junio 1880, enfrentando a las fuerzas del presidente Nicolás Avellanada con las que respondían al gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor. Para el presi, Buenos Aires debía ser la Capital Federal. Mientras que los bonaerenses defendían que continuara siendo la capital provincial. Y allí se armó la rosca. En un extremo del puente, las fuerzas nacionales al mando del Coronel Racedo. En el otro, las provinciales, lideradas por el coronel Arias. Racedo y los suyos abrieron fuego a las cuatro de la mañana de aquel inicio de invierno, y el tiroteo duró varias horas con toda la violencia que le fue posible. Pues además de balas hubo lucha cuerpo a cuerpo con sable y bayoneta. Las bajas crecían a ambos lados y, carente de refuerzos, Arias ordenó un repliegue hacia la zona de Corrales Viejos (hoy Parque Patricios), donde la lucha siguió más encarnizada aún. Fueron dos días de combate en los que más de tres mil hombres cayeron a bandos repartidos, mientras un incontable número de heridos eran atendidos en casa de familia. Pero la cosa no terminó ahí.

Rancho aparte

Tras un ¿empate?, el desastre ya estaba hecho. De modo que el 23 de junio de 1880 Tejedor designa a Bartolomé Mitre para entablar diálogo con Avellaneda y lograr la amnistía de los bonaerenses que se habían levantado. Acto seguido, presentó su renuncia. Por cuanto el 20 de septiembre de ese mismo año fue sancionada la ley que declaraba a Buenos Aires como Capital Federal de la República. Roca asumiría luego como presidente, y Dardo Rocha como gobernador de una provincia a la que le había sido “recortada” la ciudad de Buenos Aires, su antigua capital. Por cuanto una nueva urbe habría de nacer con destino capitalino: la ciudad de La Plata. Fundada oficialmente en 1882, no fue sino hasta 1885 que el Gobierno Nacional se hizo cargo del Puente y pagó una indemnización a la provincia. Sin embargo, no fue hasta enero de 1931 que el proyecto definitivo para el nuevo Puente Alsina vio la luz.

De estreno

Aunque el Gobierno Nacional le había echado mano tras el combate, el puente viejo era una bomba de tiempo. Las tareas de mantenimiento y apuntalamiento se repetían a la par que el caos que implicaba interrumpir el tránsito para su realización. Para colmo, el 5 de junio de 1888, el Puente Alsina recibió los coletazos de un temblor escala 5,5 de Ritcher. Por cuanto la estructura cedió aún más, hasta ser cerrado en 1910 para construir uno nuevo en su lugar. ¿Habrá pensado el vasco Ochoa, que a sus tres intentos le seguiría un cuarto? El caso es que, esta vez, el gobierno financió su obra. Eso sí, agregando un suplemento al cobro de nafta. ¡Unos tres centavitos, nomás! Y hasta que no se alcanzaron los 4 millones de pesos, no hubo nuevo puente a la vista. Así fue como el 26 de noviembre de 1938, luciendo un estilo neocolonial que aún conserva, con bases de cemento y estructura de hierro, escalinatas laterales para peatones y locales para la policía, la prefectura y la Aduana, el Puente Alsina abrió su paso flamante. Y fue entonces cuando, en homenaje al ex Gobernador Bonaerense Valentín Alsina (por cierto, amigo de don Enrique Ochoa, alma páter del primitivo puente), recibió tal bautizo.

 

En memoria a Ezequiel Demonty, joven que perdió la vida a manos de la policía, el Puente Alsina ha tomado su nombre de septiembre de 2022. Sin embargo, el Puente Alsina es mucho más que un puente para esa arrabalera Pompeya que lo nombra. Acaso esa que aún recuerda sus tiempos orilleros, sin atisbo de llegar más lejos, al otro lado. Ya lo escribió de puño propio Benjamín Tagle Lara: Puente Alsina / que ayer fue mi regazo, / de un zarpazo la avenida te alcanzó… / Viejo puente, solitario y confidente, / sos la marca que, en la frente, / el progreso le ha dejado / al suburbio rebelado / que a su paso sucumbió.

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