Es una casona de 1750 con tradición. Hoy, entre aljibes y amplios patios, se ofrecen platos criollos con toques sofisticados, música en vivo y juegos tradicionales como el sapo y la taba.
Una pared de ladrillos de 1750 es la testigo más vieja de esta construcción en San Telmo. A lo largo de la historia, la casa de Defensa 1344 fue, entre otras cosas, una tintorería y un conventillo en el que vivían ocho familias que luego abandonaron el lugar por la fiebre amarilla. Entre la década del 80 y el 90, fue restaurada por la Fundación San Telmo.
Desde hace poco más de dos meses, comenzó a funcionar en este lugar la pulpería Quilapán, cuyo nombre rinde homenaje al líder mapuche que peleó contra el Ejército de Chile durante la ocupación de la Araucanía.
“La idea del lugar es traer un pedazo del campo a la ciudad”, dice el francés Grégoire Fabre, propietario del lugar y miembro de una familia de vitivinicultores en su país. Con su novia, Tatiana, comenzó a restaurar el lugar, respetando el estilo colonial de la casona.
Una noche cualquiera, en el patio con aljibe, puede sonar un grupo de tango. Y en otro salón, a los pocos metros, hacer lo propio un ensamble de jazz, con piano incluido. También se programan peñas folklóricas.
El lugar, además, está repleto de objetos que encontraron en la casa luego de un trabajo de un equipo de arqueólogos, como cuchillos, pipas, cerámicas y unas piezas de metal que sirvieron para los rieles de los primeros ferrocarriles. Y hay otros que fueron adquiriendo. En la barra, por ejemplo, se ve un antiguo exprimidor, las viejas cajas de madera de Cinzano que sirven como alacena y un sapo, entre muchos otros objetos.
Bar y almacén
Con un dueño francés e hijo de bodegueros, Quilapán apuesta por una gastronomía tradicional de pulpería, pero con algunos toques sofisticados.
Los quesos y los vinos fueron especialmente elegidos granjas lecheras y bodegas del país. En una primera etapa, los platos que se ofrecen son sólo fríos. “Un poco de paciencia, parroquianos. Ya van a salir los platos calientes. Faltan algunos arreglos en la cocina”, dice un aviso en la carta.
Cazuelas de chivo, conejo y jabalí; picadas clásicas y con centellón fueguino ahumado; empanadas y tamales, son algunos de los platos de la carta de Quilapán.
Antes de comenzar con el almuerzo o la cena, se puede optar por algunos de los vermuts: Fernet, Hesperidina, Amargo Obrero y aperitivos, además de una extensa carta de vinos y el clásico pingüino para servirlo. Vigilante pulpero y queso fresco con miel orgánica son dos de los postres más gloriosos del lugar.
Cuando cae la tarde, se puede escuchar un concierto. O bien trenzarse en una partida de metegol, naipes, sapo o taba, en una cancha especialmente diseñada. “Esta pulpería es un proyecto loco”, le gusta afirmar al francés Grégoire Fabre. Una idea que ya está en marcha y que va ganando parroquianos.