Dime con quién andas y te diré quién eres… Y vaya si los pulperos rurales han tenido su popurrí de compañías. ¿Tal vez por eso su reputación sea más mito que historia certera? Del otro lado de la reja, esa que tampoco fue condición sine qua non de las pulperías, los pulperos rurales supieron tejer relaciones a diestra y siniestra; con los de más arriba, con los de más abajo y hasta con quienes componían la conflictiva frontera de la campaña. De más está decir, no cualquiera…
Soy de aquí y soy de allá
Pequeños productores, peones, esclavos y, cómo no, los famosos “vagos y mal entretenidos”. Todos ellos, indistintamente del escalafón ocupado dentro del postergado sector social que componían, trataban cara a cara con los pulperos rurales. Solo que, del otro lado de la moneda, autoridades locales y encumbrados vecinos también hacían lo propio. ¿Cómo era posible? Le digo más, no le extrañe que algún que otro pulpero también formara parte de tan privilegiado sector… Al parecer, los pulperos rurales pinchaban y cortaban, y la disyuntiva afloraba, pues, a la hora del crimen. ¿De qué la jugaban? ¿Eran víctimas o acusados? Robos, disturbios, agresiones, vagancia y hasta contrabando de cueros –delito usual si los había en al ámbito rural– son algunas de los fechorías asociadas a los pulperos desde aquellos tardíos tiempos coloniales. Sin embargo, la línea que separaba inocencia de culpabilidad; complicidad de simple testificación era finita, finita…
Alto rango
Así la historia, el papel de los pulperos rurales en el juego de poder resulta difícil de catalogar. ¿Por qué poder y no mera cuestión judicial? Porque la campaña era un terreno caliente: la avanzada sobre la región pampeana y la consecuente expansión económica eran temas de suma relevancia en aquel desenlace del siglo XVIII. Y he aquí la pregunta inevitable: ¿era el pulpero un “perseguido” o un aliado del orden oficial para “domesticar” la campaña? A juzgar por su abanico de vinculaciones, todo era posible. Y para muestra, un botón. Pues la más clara muestra de estrechez con el poder local radica en los cargos que los pulperos rurales llegaron a ocupar en la estructura política de los pueblos. Desde alcaldes y comandantes hasta jueces comisionados, tenientes o sargentos. ¿Cómo lo ve? Eso sí, así como más de un parroquiano supo acusar a pulperos rasos por escatimarle algún que otro gramo a la hora de las ventas, los pulperos “alcaldes” no estuvieron exentos de reclamos por abuso de autoridad. Como se dice, cada cual atiende su juego. También el sucio. O, cuanto menos, turbio.
Testigo no presencial
Lo cierto es que, fuera de los cargos oficiales, también hubo pulperos colaboradores. Una especie de “escribanos” que prestaban sus oídos ante indagatorias, oficiando como testigos de denunciantes, acusados y hasta de los propios delitos en cuestión, en tanto la oralidad era fundamental para la reconstrucción de los hechos. Claro que los pulperos rurales también supieron testimoniar aún en sin haber estado, in situ, en el meollo de la cuestión. Pues todo dato o parecer que colabore con la (mala) fama del perseguido, bienvenido sea. Así fue como don Miguel Landín, pulpero de Baradero, testimonió contra Esteban Báez, acusado de vagancia: “provocador, bebedor, inquietando la paz de todo el pueblo”. ¿Algo más? Sí, que una vez llegó a su pulpería y lo vituperó a él, al Sargento Mayor retirado Don Justo Sosa y al Sargento Mayor Anastasio Rodríguez, por su negativa a venderle aguardiente. ¿Adivina cómo terminó Báez? Prisión por seis meses y prohibición de volver al pueblo.
Cómo verá, los pulperos rurales parecieron escapar a la mala fama que las pulperías también supieron cosechar. También amigos de la justicia y el bienestar social, así como de las jugarretas políticas de turno, su pasado nos los condena del todo. O, al menos, permite sembrar un manto de duda. ¿No lo haría usted por este adorable pulpero?