Ramón Carrillo un medico nacional y popular

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Revolucionario del sistema sanitario nacional, Ramón Carrillo puso su vida al servicio del pueblo argentino. Un homenaje a su salud.

Médico, sanitarista, visionario, puro-corazón. El “negro” Ramón Carrillo fue todo eso. Sí, y también fue nacional y popular; pues, democracia mediante, hizo de las suyas… de las buenas.

De carrera

Santiagueño de pura cepa, Ramón Carrillo asomó al mundo el 7 marzo de 1906. Y tras cursar la escuela primaria y secundaria en sus pagos natales habría de desembarcar en la gran ciudad. ¿Buenos Aires era el objetivo? Apenas el pasaporte universitario (aquel que selló con medalla de oro) para un futuro promisorio. Solo que las promesas no eran palabras, era su toda persona al servicio de la salud nacional. Con 36 años ya era titular de la cátedra de neurocirugía de la facultad de neurocirugía, y cuatro años más tarde daría con su “padrino” político, el hombre que habría de resultar su trampolín para hacer a lo grande en la escena sanitaria del país: Juan Domingo Perón. En 1946 es el propio General quien lo coloca al frente de la Secretaría de Salud Pública, para luego saltar al cargo de Primer Ministro de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación. ¿Menuda carrera hasta aquí, verdad? El caso es que al “negro” Ramón Carrillo poco le importaban los títulos vacíos. Lo suyo era la acción, el utilitarismo. De hecho, en su afán por proveerse de mayores conocimientos en la materia, procuró estudiar alemán.  ¿Motivos? Alemania y Holanda se alzaban como potencias en el estudio de neuropatías y el desarrollo de la neurocirugía mundial, por lo que el mínimo manejo del idioma se hacía preciso en pos de encausar su especialidad con el éxito con que finalmente logró hacerlo.

Volver… con la frente alta

Así fue como, ya graduado y con laureles, su inmediata coronación no fue otra que una beca de perfeccionamiento en Europa: Ámsterdam, Berlín –como no podía ser de otra manera– además de París y Madrid como complemento. ¿Qué si podría haber continuado su brillante carrera del otro lado del charco? Muy probablemente. Pero Ramón Carrillo volvió, y sin frente marchita de por medio. Su sabiduría y experiencia las puso al servicio del suelo nacional, transformándose entonces en el impulsor de uno de los sistemas de salud pública, social y preventiva más importantes del mundo. Sí, el nuestro. Pues el gobierno peronista, abocado a la justicia social, le cupo como anillo al dedo a las aspiraciones de Carrillo. De hecho, fue lo suyo una revolución sanitaria que, desarrollada entre 1946 y 1954, arrojó números hasta hoy sorprendentes: se construyeron 234 hospitales, 60 institutos de especialización (como ser, de rehabilitación, destinados a la readaptación de personas afectadas por accidentes laborales), 50 centros materno-infantiles, 23 laboratorios y centros de diagnóstico, 16 escuelas técnicas,  9 hogares-escuela (dedicados a la educación y atención médica de niños físicamente débiles) y unidades sanitarias en todas las provincias. ¿Más? Sí, mucho más.

Alta en el pueblo

Ramón Carrillo también puso el acento en las plagas epidémicas, disponiendo a diestra y siniestra del país campañas sanitarias destinadas a su exterminación. De hecho, fue él mismo quien fomentó el uso de losas higiénicas para evitar los contagios de enfermedades parasitarias. Por lo que el “negro” no tuvo reparos en cargarse al hombro luchas contra la viruela, brucelosis, fiebre amarilla, anquilostomiasis, entre otras. Incluso, hasta efectuó una campaña de saneamiento integral de los siempre olvidados pueblos originarios. Y los auspiciosos resultados a tamaño esfuerzo de planificación y acción, además de convicción, estuvieron al caer. Para muestra, un botón: la mortalidad infantil se redujo a la mitad. Así pues, la medicina era una apuesta más allá de todo discurso. La medicina valía el esfuerzo y la inversión. La medicina era una cuestión social. Por lo que creación de la primera empresa estatal de producción de medicamentos gratuitos fue la frutilla de la obra.

Nueve años. Ramón Carrillo no alcanzo la década al timón de la salud nacional, pues abandonó su cargo previo Golpe de Estado de 1955. A bolsillos vacíos y exiliado en Brasil, murió un año después, en 1956, con apenas medio siglo de vida y un legado a prueba de años. “El Estado no puede quedar indiferente ante los problemas de la salud de un pueblo, porque un pueblo de enfermos no es ni puede ser un pueblo digno”, supo decir. El billete de 5 mil pesos que el Gobierno Nacional proyecta con su imagen al frente, junto a la de Cecilia Grierson (¿la recuerda?), parece ser un homenaje cuanto menos preciso, justo. Y, por qué no, un llamado a volver a las fuentes.

 

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