De sus cordilleranos pagos de Esquel hasta la Patagonia atlántica, Roberto Bubas trazó su propio camino. Más también un puente, y no precisamente entre una región y otra. Lo suyo fue vivir y comprender que ese/a otr@ que tanto nos espeja y devuelve de nosotr@s, que tanto nos enseña, va mucho más allá de la humanidad. Si es que al fin de cuentas todo ser humano es un igual, la otredad a la que Roberto Bubas tanto observó, dio y recibió no fue otra que la animal. Guardafauna del área natural protegida Península Valdés desde 1992, su monitoreo de la población de orcas de la Patagonia y sus estrategias de caza le valió una beca de parte de la National Geographic Society. Pero, por sobre todo, un aprendizaje para toda la vida. Y a su sabiduría nos abrimos.
De puro observador
No fue de un día para el otro. Más bien se trató de un largo inventario de horas, días… años que resultaron en casi dos décadas de observación pura. Desde las orillas, con el agua por los tobillos, las rodillas o la cintura. A mayor o menor calor. Las orcas allí, dueñas de su libertad y lo cercanas a Roberto que ellas quisieran. Como si no hubiera hecho él más que dejarles la costa abierta a que lo examinen, lo curioseen, lo conozcan. Porque no hay vínculo posible sin dos partes que lo compongan, y es la de Roberto y las orcas una relación cultivada con toda la paciencia y el respeto del caso. Y así fue como de los motivos científicos que lo llevaron a estudiarlas con tanto detalle, acabó por encontrar en ellas muchas más respuestas que las buscaba. Sus informes contribuyeron a la creación de leyes de protección de la especie en el mar argentino, pero al ser ésta un indicador de la salud del océano –por estar al tope de la cadena alimentaria marina–, los registros de Buba también constituyeron una alarma a cerca del estado del océano. ¿Un estado muy distinto al de la Tierra en sí? ¿Y al de la sociedad? Ni tanto, pues de la fraternidad nacida entre guardafauna y orcas se obtendrían algo más que datos duros; sino ese latir de vida capaz de zanjar cuestiones más allá de la ciencia, en un campo más incógnito y existencial.
Directo al corazón
Roberto Buba quería dibujar con mayor precisión sus aletas. Por cuanto se internó en el agua para estar más cerca de ellas. Hasta que un día fueron éstas quienes acudieron a su encuentro, dejándole un manojo de algas a sus pies. ¿Juego en puerta? Así parece, pues cuando el guardafauna arrojó las algas mar adentro las orcas lo fueron a buscar y se lo volvieron a traer. Y así otra vez. Y otra. Tantas que pasaron horas. Roberto ya metido en el agua, nadando con ellas. La misma historia todos los días, a la misma hora. La hora en que la soledad del aislamiento que implicaba su tarea tenía entonces la calidez de la compañía, de la amistad. Ya no se trataba de mero estudio. Mucho menos de un análisis bajo filtro calculador. Había un sentido más allá del cuantificable, del meramente lógico. Había un sentido de trascendencia que subyacía a todo cuanto Roberto estaba viviendo, y que debía sostener toda aquella otra recopilación científica. Y como un guiño a aquel sentir, Agustín apareció en su vida. Un niño hipoacúsico de espectro autista que, hermético en su mundo, por primera vez denotó atención en algo cuando vio una imagen de Roberto junto a las orcas, tocándoles la armónica. Por lo que hasta esas orillas, y al encuentro del propio Buba, lo llevaron sus padres.
De película
Lo cierto es que Agustín no alcanzó a ver orcas, en tanto era una época en que éstas estaban dando a luz. Sin embargo, en esos tres días en los que tomó contacto con la naturaleza virgen del lugar y demás animales, Agustín logró conectarse con el mundo tras sus nueve años de encierro interior. De aquella experiencia que también marcó a Roberto es que, de su puño, nació el libro Agustín, a corazón abierto. El cual inspiró, a su vez, la película El faro de las orcas, protagonizada por Joaquín Furriel y Marivel Verdú, estrenada en 2016. ¿Qué si el film tiene final feliz? Más vale el de la vida real, en tanto Agustín redujo progresivamente sus conductas autistas hasta el punto lograr insertarse en la sociedad, desarrollando su creatividad como artista plástico y comunicándose con lenguaje de señas. Sí, todo había tenido sentido. Ese sentido superior que Roberto sospechaba. O que, más bien, le latía como una certeza no dicha por el solo sabor a milagro que tantas veces tiene entregarnos a la naturaleza como lo que al fin de cuenta somos, un criatura más de su inmensidad.
Para la reflexión y el recuerdo las palabras de Roberto Bubas a Del Nómade Eco Hotel, en Puerto Pirámides, donde se alojó el equipo del film durante el rodaje. “Como el hombre, las orcas ocupan un lugar elevado en el esquema general de la vida en el planeta. Al igual que nosotros hoy, sus comportamientos todavía giran en torno a las mismas necesidades esenciales sobre las que giraba la humanidad en el pasado. Una mejor comprensión de sus historias de vida tal vez nos aproxime a reencontrarnos con la nuestra, y finalmente creamos acertado comenzar a corregir el rumbo de nuestra existencia”. Desde éstas líneas, sea más que invitad@ a dar el golpe de timón. Que así sea entre tod@s.