Corren por debajo de la nave las aguas del río Gualeguay, corre el tiempo de un viaje que ha perdido la cuenta de sus días, corre el año 1878. Carga el vapor almas con destino lejano, ¿el litoral argentino? ¿Las tierras del Paraguay? Carga el vapor con víveres, con aires de ciudad que aún conserva de su punto de partida, el concurrido y fabril puerto del Riachuelo, aquel que iría a abrir sus puertas a buques de ultramar. Más las aguas saladas habrán de esperar. El dulce cauce de Gualeguay sería la ruta por la que doña Teresa y Josefa Plá irían a transitar las horas de sus próximos días. ¿Será que la sedimentaria agua litoraleña habría de reflejar el cansancio de sus rostros? ¿Será que, en su vaivén, las hermanas habrán podido dibujar los instantes de su, para entonces, ansiado arribo a puerto? A bordo de la misma nave, y masticando aquella eternidad de minutos, un joven aún algo niño daba muestras de su destino de hombre, aquel que habría de dejar huella, cual estela de barco en el río, en la memoria de todos nosotros.
El viaje de la vida
Al muchacho aún le restaba viaje (¿hacia adonde iría en aquella ocasión?). Todavía faltaba un trecho para llegar a destino (¿habrá sido corto? ¿Habrá sido largo?). Todavía faltaban, aunque él mismo no lo supiese, un puñado de puertas cerradas en sus narices ante los mil y un intentos de que algún periódico publicase su futura ópera prima: el cuento “viaje en galera”. Todavía faltaba un lustro de años para que ingresara, allá en Bahía Blanca, en su llamado “Pago Chico”, al diario vespertino “El comercio”. Todavía faltaban otros tantos más para aquella entrevista cara a cara con don Bartolomé Mitre. ¿En las oficinas del diario La Nación? Casi, casi: en La Helvética (¿lo recuerda?). En el medio, poesías, ensayos, viajes…como aquel que lo llevó, ya como cronista del periódico de don Mitre, a acompañar al Perito Francisco Moreno en su periplo por la Patagonia nacional y alumbrar, así, a su libro “La Australia Argentina”. Todavía faltaba algo más de vida caminada para que su pluma gestara costumbristas novelas criollas y divertidas piezas teatrales. Todavía faltaba mucha historia por rodar para que marchase al Uruguay, en una de sus primeras corresponsalías, a cubrir La Revolución Oriental. Todavía faltaba basta violencia para que cruzara el océano con destino Europa, allí donde se radicaría con el fin de contar, hojitas manuscritas mediante, la antesala de la Primera Guerra Mundial -aquella que alcanzaría hasta a predecir- y las circunstancias políticas en la que los pueblos involucrados se hallaban inmersos. Todavía faltaba mucho más horror para que el fuego cruzado de la guerra lo encontrara metido entre la pólvora, denunciando los atropellos de los invasores y acompañado por una familia que se pondría al servicio de las víctimas. Todo ello faltaba en el haber de este joven, en ese viaje que es la vida aún no vivida. Por lo pronto, en aquel vapor del río Gualeguay, sin el pesar de tamaña experiencia sobre los hombros y la frescura de la floreciente adolescencia, don Roberto J. Payró se acercó a las hermanas Plá y, simplemente, les regaló el arte de su poesía.
“Si entre las dos a elegir me dieran, Dios de bondad
en tanta perplejidad,
no sabría qué decir
Como la mar unos ojos, como el sol otros muy bellos,
unos llenos de destellos,
y otros de fuego y enojo
Pues tanta su hermosura que si Morfeo los cierra,
queda al instante la tierra adormecida y obscura
Si entre las dos a elegir me diera, Dios de bondad,
en tanta perplejidad, no sabría que decir”
Roberto J.Payró
A las dos hermosas pasajeras del vapor del Río Gualeguay (1878)
Fuente: Enrique Bouchard
Asomaba el gran Roberto con estos sutiles versos de amor. ¿Qué si tras lanzarla a los oídos de sus musas la ha escrito en algún lado? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que doña Josefa se ha encargado de resguardar del olvido el recitado de quien, hasta entonces, era sólo un pasajero más. Menuda muestra de talento, menuda anticipación de lo que sería este gigante de la literatura y el periodismo nacional. Y como las palabras no se las lleva el tiempo, ni las aguas del aquel río Gualeguay, hoy nos damos un gusto de aquellos: el de compartir con usted esta poesía, hasta ahora inédita, del gran Payró. Aquella que doña Josefa supo confiarle a su nieto, el historiador y coleccionista de cine argentino Enrique Bouchard; quien la ha transmitido al pulpero con gran placer y mayor orgullo.
Porque si en la vida, y en la historia, no está todo dicho; mucho menos lo está contado.