Salta, sapo, salta

FOTOTECA

Todos los hombres han conocido algún juego de puntería, destreza o precisión. El Sapo es solo una de sus tantas reencarnaciones.

El sapo es, ante todo, un mueble; y ahí reside su principal encanto. Es un juego que, incluso sin jugarlo, impone su presencia como objeto decorativo, recordando su siempre fiel y franca disponibilidad. Elaborado en madera y metal, era común encontrarlo en las casas, en especial en las galerías o patios, variando su forma, tamaño y  terminación de acuerdo con el poder adquisitivo o el fanatismo de su dueño.

Y esto ¿Qué es?

Si bien la cantidad de agujeros y sus reglas varían de región en región, un sapo hecho y derecho debe tener al sapo propiamente dicho (una figura metálica de sapo sentado con la boca abierta, que ubicada en el centro le da el nombre al juego y otorga el mayor puntaje); una rana (molinete metálico situado frente al sapo); dos puertas-trampas (a la izquierda y a la derecha del sapo) y, por último, una vieja (especie de rostro estreñido situado en la pared posterior que, se dice, es un agregado típicamente argentino).

Reglas y demases

El juego es simple: se trata de tirarle monedas o discos con la intención de embocarlos (preferentemente) en la boca del sapo o bien en los varios agujeros de su parte superior. Los discos suertudos se deslizaran al frente del mueble, a un compartimiento que mostrará su valor de acuerdo al grado de dificultad. En realidad, como todos los juegos tradicionales, más que técnicas requiere mañas. No necesita de profesionalismos. Es plural, busca la distracción, el comentario que mata el tiempo y alguna que otra apuesta inocente.

¿Made In Europa?

Se lo supone importado de la vieja Europa. De hecho, era una de las principales atracciones para los pasajeros de los grandes trasatlánticos a comienzos del siglo XX. Sin embargo, una leyenda vincula su origen con el Imperio Inca. Se cuenta que en dicha cultura, los sapos eran venerados por sus poderes mágicos. Durante los días de fiesta, se arrojaban piezas de oro en los lagos y si un sapo saltaba y se la comía, se convertía en oro y se le concedía un deseo al tirador. Por supuesto que no hay nada confirmado al respecto. Solo sabemos que, como toda leyenda, guarda un encanto tan original como romántico; y podemos estar seguros de que nadie saldrá lastimado si decidimos creerla. Ni siquiera los sapos.